|  |        Aportación económica, en dinero o en  riquezas, que las familias de la novia paga al novio, o a su familia, como  aportación al matrimonio. Esa cantidad pasa a posesión condicionada por la  esposa mientras sea tratada como tal, de modo que se restituye si el cotrato  matrimonial fuera deshecho en el porvenir.
 No deja de ser un síntoma de inferioridad  de la mujer respecto al varón, pues no se sigue la misma costumbre con el  esposo, que sólo se aporta a si mismo en lo jurídico, aunque en lo real sea  apoyado por su familia para establecer el hogar.
 En los pueblos antiguos la dote se  consideraba como una propiedad de la mujer que administraba el marido. No podía  este enajenarla. Y si fallecía el esposo, la mujer la recuperaba para un  posterior matrimonio. Y si era la mujer la que fallecía, en Babilonia la  recuperaba el padre de la fallecida.
 En el Antiguo Testamento se habla de la dote  en ocasiones con no mucha claridad: Gen. 16.1; Gen. 24.59-61; Gen. 29. 24-29.  Podía ser estimada en esclavos, en posesiones móviles o fijas, en aportaciones  de otro tipo.
 En el Nuevo Testamento es un tema no  tratado. Pero la Iglesia se acomodó en esto al derecho romano en los primeros  tiempos y a los derechos de los diversos pueblos en los que se fue incardinando.
 Al margen de las costumbres antiguas, la  dote, en cuanto singularidad femenina, no se acomoda a la igualdad de derechos  y deberes en los cónyuges. Los tiempos actuales se han caracterizado por la  supresión de la costumbre y la aparición de colaboraciones de ambas familias  con miras al establecimiento social del nuevo matrimonio.
 
 
 
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