Elías
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   Fue el profeta más carismático y cautivador del Antiguo Testamento. Su nombre en hebreo significa "Yaweh es Dios". Y su misión a lo largo de una vida ajetreada, como fue la de Israel en el siglo IX, fue luchar contra la idolatría de Baal que imponía en la reina consorte Jezabel, la mujer fenicia del rey Ajab.
   Natural de Tisbi en Galaad, se presentó como luchador taumatúrgico ante el pueblo de Israel. Sus gestos (recogidos en 1 Rey. 17 a 2 Rey 1) son eco probable de un libro primitivo escrito sobre sus hazañas y su enfrentamiento con la corte real, sobre todo con Jezabel.
   Modelo de valentía y de victoria sobre la idolatría, quedó en la tradición de Israel como signo de esperanza futura, misteriosamente llevado al final en un carro de fuego (por lo tanto, no muerto). Esa supervivencia para un regre­so al final del mundo le convertía en los tiempos de crisis en figura resonante para asegurar la victoria final de los seguidores de Yaweh.
   En tiempos de Jesús el recuerdo de Elías se mantenía vivo y era soporte de esperanza escatológica. En el texto evangélico aparece nada menos que 30 veces aludido, de las que 6 está referido su nombre en labios de Jesús. La referencia a Elías se mezclaba con Jesús, pues, en la mente de los redactores de los texto. Ello indica que era alguien muy entrañable, popular y cautivador (Mt. 16. 14; Mt. 17. 10-13; Lc. 9.8; Jn. 1-21-25). "Cierto que Elías ha de venir a res­taurar­lo todo. Pero os digo más: Elías ya ha venido y no lo han reconocido. Y entendieron ellos que se refería a Juan el Bautista". (Mt. 17.10 y Mc. 9.13)
   Ese sentimiento sobre el profeta arrebatado al cielo siguió vivo en los prime­ros cristianos, al igual que lo estaba en los judíos en el siglo I. Dio origen incluso a varios libros apócrifos sobre su figura.   (Ver Profetas 3)