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Acción llamativa que sirve para comunicar algo de forma festiva, ya sea un sentimiento, un deseo o una información.
Por su naturaleza, en el espectáculo se da más importancia al lenguaje que al mensaje, a la forma que al contenido. Y por eso puede llegar fácilmente a la superficialidad o al error de percepción o de transmisión.
En los temas religiosos, en los que importa ante todo el mensaje, hay que tener prudencia en el uso de lo espectacular para transmitir con seriedad y solidez contenidos doctrinales, morales o litúrgicos, al menos de forma habitual. Se corre el peligro de hacer ruido o no decir nada y eso es equivalente a ligereza. Tal cosa acontece, por ejemplo, en actos de culto que se diseñan con excesiva tramoya extralitúrgica y se quedan vacíos de comunicación con Dios.
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