Eutanasia.
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   Literalmente significa buena muerte (eu-thanatos). Pero en el lenguaje usual alude a las formas de permitir o provocar la muerte de un ser humano. Y como tal plantea problemas morales que se discu­ten con frecuencia hoy por los moralistas, médicos, antropólogos y sociólogos.
   La moral cristiana, que parte del principio de que el hombre no es dueño de su vida ni de la ajena, sino administrador, y que sólo Dios tiene, o debe tener, la llave de la terminación de la existencia de un ser humano, suele hacer distinción entre la eutanasia positiva (matarle a uno) y la negativa (dejarle morir), entre la directa (realizar acciones contra la vida) y las indirecta (hacer algo de lo que se sigue la muerte sin quererla a ella misma).
   La moral cristiana siempre condena la eutanasia directa y positiva, que es ma­tarse a sí mismo (suicidio, por asistido que sea) o matar a otro (homicidio), haya nacido (asesinato) o no haya nacido (aborto).
   Es el caso frecuente que se plantean médicos y familiares de enfermos que asumen responsabilidades quirúrgicas o farmacológicas que, realizadas para provocar la curación o para aliviar el dolor, pueden ocasionar la muerte ocasional o inevitablemente. Esa eutanasia negativa o indirecta es aceptable, en cuanto que quien la pone en práctica no quiere un mal (la muerte) sino un bien (el alivio o el intento de curación).
   Tienen que ver con estos planteamientos morales  opciones decisivas como el mantener artificialmente la vida al desahuciado, el trato adecuado a enfermos terminales irrecuperables, las manipula­ciones genéticas, el empleo punitivo de la pena de muerte, la colaboración activa o pasiva con el suicida, etc.
    En cada uno de los planteamientos que tienen que ver con la vida y la muerte, lo importante es tener claros los principios y actuar con recta conciencia.