Expiación
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    La reparación del error o pecado cometido, ante los hombres si se ha fallado ante ellos con culpa o sin ella y ante Dios en las dimensiones espirituales y morales de la infracción de la ley divina y de la culpa que la desobediencia genera en la conciencia.
  Todo pecado, especialmente los que suponen injusticia o perjuicio para otros, bien por lesión, por agravio, por abuso, deja una necesidad interior de reparar en lo posible el mal causado.
   En la Escritura Sagrada aparece con frecuencia la llamada a la expiación al considerar a Dios irritado por la infracción de sus leyes santas. Los israelitas, por orden del mismo Dios, tenían acciones frecuentes de expiación (Gen. 32.21; Tob. 12.9; Dan 4.24; Job. 36.18) con la idea preconcebida de que Dios necesitaba "aplacar su ira", "olvidar su ofensa", "hallar agrado en su desagrado", como si Dios se pudiera olvidar, irritar o contentarse. Pero es evidente que las formas bíblicas de hablar responden a los mo­dos culturales en que se genera el texto y a las prácticas cultuales del pueblo elegido en el tiempo en que camina.
   Los cristianos, siguiendo las enseñanzas del mismo Jesús, advierten que la idea de expiación ya no puede separarse del gran sacrificio que Jesús hizo de una vez por todas. (Hebr. 2.17; Rom 3.25; 1 Jn. 2.2 y 4.10)
   Pero son consciente que el mensaje de penitencia, de arrepentimiento, de con­versión, de reparación, de expiación, que Jesús ha proclamado les afecta muy de cerca, mas no de forma autónoma, sino uniendo sus actos y gestos reparadores al mismo sacrificio de Jesús.
   Esa es la postura que e debe adoptar en la formación de la conciencia de los educandos. Es preciso enseñarles a hacer sacrificios o actos de renuncia y penitencia, pero siempre en unión a los méritos de Jesús de la manera más explícitamente posible. Sólo así tiene sentido la penitencia cristiana.