FIESTAS
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   El valor religioso de conmemorar acontecimientos espirituales, o vistos como tales, es grande. Es un factor convivencial básico en la mayor parte de las religiones anti­guas y modernas. Lo era entre los israelitas y lo sigue siendo en la Iglesia cristiana, la cual tiene como dogma fundamental que Dios ha entrado en la historia humana y en la vida del mun­do como figura activa. Re­cordar y celebrar los hechos terrenos del Salvador implica dar culto a Dios.
   Heredera del sentido sacral del judaísmo, la Iglesia cristiana sintió desde el principio el máximo respeto por los días sagrados de Israel. El mismo Jesús los había celebrado: los sábados, la Pascua, los recuerdos de liberaciones y bondades divinas tales como la fiesta de los tabernáculos, la fiesta de la dedicación del templo, el día de la expiación.
   Pero el cristianismo, siguiendo los mensajes del mismo Jesús en referencia al sábado, trató de purificar y desmitificar esos días. Situó las conmemoraciones en su sitio, es decir, como estímulo para la piedad y para la caridad.
   Los hechos de Jesús fueron despla­zando los recuerdos de Israel y surgió el calendario cristiano como ayu­da a la vida de la comunidad reunida en torno a los Apóstoles. La venida del Hijo de Dios, su nacimiento, su muerte y sobre todo su resurrección de entre los muertos fueron el motivo del gozo. Se desarrolló luego un abanico cíclico de recuerdos y de fiestas que giraron en torno a la pascua cristiana. Posteriormente se configuró el ciclo de fiestas en referencia a la natividad del Señor.
   En toda celebración latía en la sociedad cristiana la palabra del Señor, quien puso la fiesta al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la fiesta. Lo dijo así "El sábado ha sido instituido para el hombre y no él hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es Señor del sábado" (Mc. 2. 27-28)

   1. Fiestas en Israel

   El sentido religioso de la fiesta se basa en que Dios, en la mente de los hombres primitivos, tiene que ver con el tiempo, con la vida, con los pueblos, con los sucesos.
   El génesis lo dice claro: "Creó el mundo en seis días y al séptimo descansó" (Gen. 2. 2). Y el hombre tiene que admirar y agradecer ese hecho del Señor al mismo tiempo que tiene imitarlo de alguna forma.
   El mismo Dios mandó luego, en el Sinaí, guardar un día de cada siete para recordar el descanso divino, para ofrecer sacrificios en el Templo, para acudir a la sinagoga a recordar las maravillas hechas con su pueblo y para elevar plegarias de agradecimiento y adoración

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 1.1. En general

   El calendario festivo de Israel se fue incrementando a medida que el influjo de los otros pueblos del entorno se hizo presente.
   La motivación festiva primitiva se per­dió con el paso del tiempo, aunque algunos vestigios quedaron en las páginas bíblicas. El diseño festivo judío procede de los entornos del Templo, más que de la Diáspora, en los tiempos posteriores a la cautividad. Surgió en los siglos V y IV antes de Cristo y con el peso mayoritario del calendario lunar babilónico y persa, en el que se inspiraron las prescripciones del culto.
   El recuerdo de la salida de Egipto, latente como primordial en la formación del Pueblo elegido, fue el punto de partida. Y la santificación del sábado, debida a la orden de Yaweh dada en el Sinaí, hizo recodar las maravillas de Dios una vez a la semana y no sólo anualmente.

   1.2. Los sábados

   La fiesta del sábado fue sagrada entre los israelitas: "Recuerda el día del sábado para santificar­lo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo." (Ex. 20, 8-10; Dt. 5. 12-15).
   La referencia de la Escritura a la creación del mundo expresa el sentido místico del sábado: imitar a Dios que trabajó seis días y descansó en el séptimo. La magia del número siete procedía del calendario lunar de la cultura babilónica y luego de la persa.
   El recuerdo de la creación tuvo en los israelitas un alcance de veneración y agradecimiento intenso. El descanso era un reconocimiento de la supremacía divina, la cual había hecho al hombre a imagen y semejanza suya. El hombre debería por lo tanto imitar a Dios hacien­do obras seis días y descansando al séptimo.
   El carácter sagrado del sábado se completó pronto con un interesante abanico de prescripciones minuciosas: número de pasos máximo que se podían dar, alimentos que se debía preparar la víspera, plegaria que se debían recitar. El sábado fue un signo de la alianza del hombre con Dios, como respuesta al acto creador de Dios. (Ex. 31. 16)
    En la ley mosaica, el deber del sábado se convirtió en el tercer precepto del llamado Decálogo. La idea de la santificación del sábaDo no fue tanto el descansar como el imitar al Señor que descansó. Era un gesto de respeto, de veneración y  de santificación.

   1.3. La Pascua

   La cumbre de la actitud celebrativa se situó pronto en el recuerdo de la liberación de Egipto y en los ritos con que se reguló la fiesta de la Pascua. La Escritura recuerda con regocijo el "paso del Señor", que castigó a los egipcios con la destrucción, pues eso significaba la  muerte de "todos" los primogénitos.
   Tan importante era ese recuerdo que incluso no bastaba un día al año, relacionado con "el plenilunio que seguía al equinocio de primavera". Duraba una semana y el mismo Señor lo convirtió en signo de libertad: "Lo explicarás luego a tus hijos... Será memorial para ti...  Observarás estas cosas cada año en la fecha señalada". (Ex. 13. 11.13)
   Con la Pascua se multiplicaron determinados ritos o gestos entre los que la ofrenda del cordero pascual y la cena con panes ázimos y salsas amargas, así como la actitud de peregrinos durante la comida era lo más significativo.
   El sentido de la Pascua se asoció al día sabático: "Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egip­to y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado." (Dt. 5. 15).

 

   1.4. Las otras fiestas

   Además del a Pascua, hubo otras fiestas significativas que se añadieron:
      - La fiesta de la Semana, se celebraba a las siete semanas y un día, es decir a los 50 días (Pentecostés) de la Pascua, como acción de gracia de las cosechas (Ex. 16.23; Lev. 23. 15-21; Deut. 16.9-12)
     - El día de año nuevo (Rosh hashanah) tenía lugar el primer día del séptimo mes y tuvo su origen después de la cautividad (Num. 10. 10; 28.9)
      - El día de la expiación (Yom Kippur) era día de perdón y de petición. El Sumo Sacer­dote entraba en el Sancta Sanctorum del Templo y luego ofrecía un sacrifico de expiación por sí y por el pueblo.
      - La fiesta de los tabernáculos o de las tiendas era popular y alegre y tenía lugar en otoño, cuando ya había terminado la recolección (Ex, 34. 22; Juec. 21. 19-21; Neh. 8.14; Lev. 23.39)
      - La fiesta de los "Purim", o de las suertes, recordaba la salvación de los judíos reflejada en el libro de Esther.
    Estas fiestas en Israel eran complementarias a la pascua y no tenían el mismo sentido en las ciudades que en las zonasrurales. Al principio debieron ser pocas. La organización cultual posterior a la cautividad resultó más lucida y se orientó a una participación más popular y social.
    No interesan los pormenores históricos o antropológicos ahora, sino el espíritu que latía en esas festividades y en los ritos que las embellecían. Son esos aspectos los que inspiraron los primeros usos cristianos y lo que realmente constituye el patri­monio festivo de la inspiración bíblica.



  


 
 
 

 

 

   

 

 

2.  El domingo cristiano

    El sentido de la fiesta pasó como tal a los cristianos, que al principio seguían yendo al Templo y celebrando los ritos judaicos (Hech. 3.1 y 5.12). Y pronto se dieron cuenta de que una Nueva Alian­za había sido sellada con la sangre de Jesús.
    La comunidad cristiana centralizó la celebración en la figura del Señor, pues en torno a su figura, a sus ense­ñanzas y sobre todo a su misterio divino se fue organizando una liturgia festiva llena de resonancias antiguas, pero superándolas conscientemente.
    Jesús clarificó el valor del sábado judaico y los discípulos entendieron perfectamente y aplicaron prontamente el mensaje del Maestro. En los textos evangélicos se recuerda con frecuencia las tensiones que Jesús tuvo con los fariseos por motivo del sábado. Contra ellos Jesús llegó a declarar que no era quebrantar la ley del sába­do el hacer obras buenas, curar a enfermos por ejemplo: Mc. 1. 21; Jn. 9. 16; Mt. 12. 5; Jn. 7. 23.
     Y se declaró audazmente y sin miedo superior a esas tradiciones: "El Hijo del hombre es Señor del sábado". (Mc. 2. 28). Dejó claro que "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc. 2. 27). Cuando los discípulos pasaron la referencia sabática a la dominical, es decir cuando reemplazaron el recuerdo de la liberación de Egipto por la liberación conseguida por el Señor desde la Cruz, todo lo dicho por Jesús sobre el sábado fue trasladado al recuerdo de la muerte y resurrección de Jesús.

    2.1. Sentido del domingo

   Nació la celebración del domingo a la luz de estos criterios evangélicos de liberación del pecado, de la llegada de una nueva creación, de la supremacía de Jesús sobre Moisés y sobre David. Los ritos del Templo quedaron superados. No es posible entender el sentido que los cristianos dieron al primer día de la semana, que fue cuando resucitó el Señor, sin entender el cambio obrado en su conciencia mesiánica.
   El traslado festivo que el cristianismo hizo del sábado al domingo como con­memoración de la jornada semanal de plegaria, meditación, ejercicios de la caridad y celebración eucarística fue el símbolo celebrativo de la nueva fe.
   El sacrificio que se ofrecía el sábado en el Templo de Jerusalén se comenzó a celebrar de nueva forma en las asambleas cristianas. En el uno se ofrecían toros y cor­deros, signos de la fuerza y de la inocencia. Entre los cristianos el Victorioso Señor (fuerza) y el Inocente Cordero (pureza) se comenzó a ofrecer cada día en sacrificio en todos los lugares del mundo. Aquel mensaje último de Jesús: "Cuantas veces hagáis esto, hacedlo en memoria mía" (Lc. 22.19) fue la señal divina de un cambio de Testamento, fue la clausura del último día de una Historia y el primer día de la nueva Realidad.
   El "primer día de la semana" resuena como eco de un recuerdo profundo en los evangelis­tas (Mt. 28. 1; Mc. 16. 2; Lc. 24. 1; Jn. 20. 1). Sin embargo también se dice la expre­sión de que "resucitó en el día que sigue al sábado", es decir el "octavo" de la semana judía: Mc. 16. 1; Mt. 28. 1. S. Justino explicaba y comentaba ya en el siglo II esa transformación: "Nos reunimos todos el día del sol por­que es el primer día (después del sábado judío, pero también el primer día), en que Dios, sacando la materia de las tinieblas, creó al mundo; ese mismo día, Jesucristo nuestro Salvador resucitó de entre los muertos" (Apol. 1. 67).
    La Iglesia, la comunidad, mucho antes de convertirlo en norma positiva y obligación de concien­cia, lo celebró en forma de espontánea necesidad de plegaria, de comunidad y de recuerdo. Por eso el domingo fue el día del culto a Dios, un culto exterior y sacramental y un culto interior y espiritual.
  
    2.2. Eucaristía dominical

    La Eucaristía, acción de gracias en comunidad, celebración compartida por la comunidad creyente, implica por tradición apostólica una vinculación eclesial de primer orden. En el encuentro se "re­parte el pan", (fracción del pan, la llamaban en la antigüedad) lo cual quiere decir que se celebraba la fiesta de la fraternidad, de la común unión y del amor al prójimo.
    Esa fiesta fraterna semanal hace posible renovar los lazos de la fraterni­dad. Lo original de la fiesta cristiana es pues la caridad, no simplemente el acto de culto.
    La asamblea cristiana, el en­cuentro, se entendió en los comienzos de la edad apostólica (Hch. 2. 42-46; 1 Cor. 11. 17) como una necesidad litúrgica, como una condición de pertenencia. El autor de la Carta a los Hebreos decía ya a finales del siglo I: "No abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran a hacerlo, antes bien, animaos mutuamente y permaneced en ella" (Hebr. 10. 25).
   Quienes no descubren en el culto eucarístico una necesidad dominical y defien­den que todos los días son iguales para orar, no han captado lo que supone la fiesta, el domingo y el encuentro comunitario con el Señor.

    2.3. Las fiestas cristianas

    Las fiestas cristianas, al igual que había acontecido en el judaísmo con los sábados, con la Pascua y con las festividades, se difundieron con profusión. Si el sábado fue reemplazado por el domingo, la Pascua cristiana, Pentecostés y las celebraciones adquirieron una nueva significación. La Pascua se asoció a la muerte de Jesús y a la Resurrección. Pentecostés se vinculó con la venida del Espíritu Santo.
    Surgieron más adelante otras diversas fiestas conmemorativas en torno a los recuerdos del Señor: su natividad, su Epifanía o manifestación, sus ayunos en el desierto, su transfiguración, su sacerdocio eterno. El tiempo se encargó de ir perfilando esa colección de recuerdos.
   Y también el tiempo hizo a los cristianos abrirse a la conmemoración de sus seguidores mártires y apóstoles y sobre todo de su Madre la Virgen María.

 
 

 

3. El tercer mandamiento

    El mandamiento antiguo de celebrar los sábados y las prescripciones bíblicas referentes a las fiestas, se transformó entre los cristianos en la necesidad de  participar en la asamblea de los discípulos de Jesús que conmemoraban su resurrección. Y cuando la hora de los catecismos llegó, se condensó en el precepto sintéti­co de "santificar las fiestas que manda la Iglesia y asistir a la Santa Misa los domingos y fiestas de guar­dar". 
    Pero la reflexión moral hizo entender pronto a los cristianos que el manda­miento divino de guardar las fiestas no se podía reducir a un mero ejercicios cultual sino que había que llegar al espíritu de tal mandato. Por eso se resaltó el deber de rezar y de hacer obras buenas en beneficio de los hermanos en la fe, sobre todo de los más necesi­tados o de los más próximos.
    El precepto dominical no es solo eucarístico. Sobre todo lo es fraternal y eclesial. Indica la necesidad de aceptar esa voluntad divina de conmemorar y descansar para poder rezar y vivir en la comunidad el espíritu de la fraternidad.
    No basta, pues, el cumplir con un rito sacramental, el eucarístico, sino que es preciso llegar a reencontrarse periódicamente con los propios hermanos para orar y vivir la caridad.

 
   3.1. Deber eucarístico

   Por eso el tercer mandamiento alude a un "deber eucarístico", no a un deber "ético" sin más. La Iglesia recoge el sentimiento del salmista cuando aplica sus palabras al domingo: "Este es el día que ha he­cho el Señor, exultemos y gocémonos en él." (Salmo 118. 24)
   El Catecismo de la Iglesia Católica sintetiza este deber con gran acierto cuando dice: "El mandamiento de la Igle­sia determina y precisa la ley del Señor: 'El domingo y las demás fiestas de pre­cepto los fieles tienen obligación de participar en la misa' (C.D.C. can. 1247); y "cumple el precepto de participar en la misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día ante­rior por la tarde." (C.D.C. can. 1248. 1).
   El deber no es cumplir, sino participar. El objeto del precepto no es una acción rutinaria externa, sino entrar en juego en una vivencia de amor.

   3.2. El descanso oracional

  El Catecismo e la Iglesia Católica también completa el sentido del domin­go: "Durante el domingo y en las fiestas de precepto, los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo. Las necesidades familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legítimas respecto al precepto del descanso dominical. Los fieles deben cuidar de que legítimas excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia y a la salud. (Nº 2185)
   Es todo el espíritu cristiano lo que entra en juego bajo el mandato de "respetar los domingos y fiestas de guardar". Es decir, el cristiano se toma en serio la pertenencia a una comunidad y hace lo posible por crear espacios y tiempos de convivencia. Puede orar en su casa y en cualquier momento. Pero no es suficien­te: necesita oportunidades de fraternidad, para sí y para los demás. Orando con los demás, vive la fe en compañía.
   San Juan Crisóstomo decía: "No puedes orar en casa como en la iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes". (Incom­prehens. 3. 6)

   3. 3. La fraternidad convivencial

   La obligación del domingo se extiende a la realización de obras de misericordia y de solidaridad con los pobres, con los tristes, con los marginados. El descanso domini­cal deja posibilidad para practicar la caridad de manera especial.
   Los cristianos, al hallar tiempo el domingo, deben hacer algunas obras buenas: visitar enfermos, acordarse de sus hermanos y familiares, realizar tareas de instrucción y de solidaridad.
    Tal es el sentir de la Iglesia: "El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados difíciles de prestar los otros días de la semana. El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana”.    (Cat. Igl. Cat. Nº 2186)

   3.4. Los pecados opuestos

   La conciencia del cristiano le dice que la misa dominical es una alegría más que una carga. Con poca fortuna se habló durante mucho tiempo del "cumplimiento dominical" y se olvidó que la "fiesta fraternal del domingo" es algo más que cumplimiento y que es una celebración.
   Por eso es bueno recordar que quien, sin motivo, "no asiste al encuentro euca­rístico del domin­go" ("no va a misa ente­ra los domingos y fiestas de guardar"), se aleja de la caridad fraterna y de la fidelidad eclesial; y, en consecuencia, se margina de la gracia divina.
   Si además lo hace por desprecio o por mala intención, por indiferentismo o por rebeldía eclesial, la falta fraterna de ausencia se convierte, más que en in­cumplimiento, es ofensa nociva para la vida del alma.
   Falta también al deber de celebrar el domingo quien prefiere el interés material que le brinda el trabajo a la riqueza espi­ritual de convivir en familia o de aportar fraternidad a los hermanos con tiempos de mayor disponibilidad. Además escandaliza, es decir, perjudica a quien es testigo de tal comportamiento.
   En otros tiempos se hablaba de obras serviles y obras liberales. Se decía que los trabajos físicos y materiales eran más fatigosos que los intelectuales o sociales. Ni que decir tiene que esas distinciones ceden su sentido ante la reflexión de los que el domingo y las fiestas representan en la vida del creyente.
   El pecado contra el descanso y la santi­ficación del domingo y de las fiestas está en el egoísmo de preferirse a si mismo sobre los demás y en buscar la rentabilidad material sobre los bienes espirituales.

 

  

 

   

 

 

 

 

4. La educación festiva

    El buen cristiano tiene que educarse en la fe y en las manifestaciones de la fe. La educación festiva debe ser un objetivo de toda educación religiosa conveniente.
      1. La educación festiva implica sentido celebrativo y tal valor implica sensibilidad comunitaria y apertura a los demás, no sólo regocijo egocéntrico.
      2. La fiesta no debe ser entendida como ocio y oportunidad de diversión, sino como solidaridad y proyección. Se educa festivamente el que aprende a pensar más en los demás que en sí mismo. Por eso es importante aprender en las fiestas a hacer el bien y no sólo a disfrutar de situaciones agradables.
      3. Domingo y formación eclesial van estrechamente unidos en el buen cristiano. Prepararse para algún tipo de servicio social y apostólico en esta jornada es tan importante como disponerse para parti­cipar en la Eucaristía de esa jornada festiva.
      4. Cierta prevención contra los espectáculos y diversiones ostentosas que los medios de comunicación moderna exageran y promueven en muchos ambientes en las fiestas y domingos contribuye a que los buenos cristianos entiendan que esos días pueden convertirse en días de diversión ligera y no de plegaria sincera y de frater­nidad generosa.
      5. Resaltar el domingo o el día festivo como tiempo de familia y convivencia es la mejor forma de descubrir el valor eclesial que Dios quiere para esa jornada.
     Este tipo de criterios y de sugerencias no son fácilmente asimi­lables en las culturas de consu­mo exagerado en que se vive en la actualidad en muchos lugares. Se entienden y aceptan mejor en los ambientes o países menos conta­minados por las tendencias materialistas y el consumismo. En esto como en tantas cosas, "los pobres serán los primeros en el Reino de los  Cielos." (Mt. 19.30).