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Acontecimiento o realidad que se muestra de forma llamativa y sorprendente. Viene del verbo griego "fainomai", manifestarse. Se aplica en todos los campos, geográficos, artísticos, sociales.
También en el religioso se habla de fenómenos, cuando se alude a los hechos místicos o sobrenaturales, inexplicables y misteriosos, pero innegables, que acontecen en las almas, o en algunas comunidades de creyentes.
Cuando se alude a manifestaciones de la piedad o religiosidad popular, que no tienen justificación por las vías de la lógica, se alude a fenómenos naturales, aunque sean espirituales. Así se deben valorar las grandes corrientes de peregrinación, la persistencia de devociones antiguas, la exaltación espiritual de algunos grupos pentecostalistas, la admiración por figuras significativas.
Pero a veces hay que reconocer la intervención divina en determinados fenómenos místicos y sobrenaturales que se dan en los espíritus, como son las revelaciones e inspiraciones tenidas por algunos santos, las intuiciones y éxtasis que aportan los videntes en algunas apariciones, los poderes misteriosos o "milagros" inexplicables que se hacen presentes en algunas almas selectas o que acontecen por medio de algunas intercesiones. Es bueno recordar que la autoridad de la Iglesia se muestra muy prudente con todos estos fenómenos, por lo cual se mantienen las decisiones jerárquicas entre la discreta tolerancia y el respeto a los "fenómenos" de este tipo.
Una buena educación de la fe no se puede apoyar ni en milagros ni en comunicaciones divinas particulares. La base de la fe está en la Palabra Divina y en la Tradición Eclesial, que se remontan a la comunicación definitiva y total de Jesús y de sus enviados apostólicos, la cual dejaron culminada en su paso providencial y encarnacional por la Historia y el mundo. En ese apoyo firme tiene que estar la plataforma de toda pedagogía religiosa, no en las fugaces incidencias posteriores, que no constituyen ningún objeto de fe eclesial, aunque sí lo sean de devociones particulares.
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