GUERRA
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    Es un mal de la humanidad a nivel individual (rivalidades, envidias, rencores, discordias, venganzas) y sobre todo a nivel de colectividad (contiendas, choques, batallas, acciones violentas)
   Es un tema moral de especial sensibilidad en los tiempos modernos, en los que parece que el hombre es más civilizado, pero cuando hay más ten­siones entre las naciones y en puntos concretos del planeta tierra.
   El Concilio Vaticano II, al mirar la realidad del mundo actual, decía: "El mensaje evangélico, que coincide con los más altos deseos y aspiraciones del género humano, brillará en estos tiempos con una nueva claridad, si es capaz de proclamar bienaventurados a los artífices de la paz porque serán llamados hijos de Dios. (Mt.5. 9)" (Gaudium  et Spes.77).

   1. Guerra en la Biblia

   La "paz" es una aspiración general de la humanidad. El mensaje cristiano se hizo eco de ese anhelo y siempre miró la guerra como un atentado a esa necesidad humana. Pero la "paz" bíblica no es sólo la ausencia de guerra, sino desarro­llo vital de la existencia. Los hebreos se saludaban con la palabra Paz, "Shalom", que indicaba tranquilidad para desarrollar todos los demás bienes.

   1.1. En el A. Testamento

   Los textos relacionados con la paz en el Antiguo Testamento, en donde surge el "shalom" son innumerables y siempre hacen referencia a la necesidad de superar los conflictos para vivir con armonía y tranquilidad.
   El Mesías en el Antiguo Testamento se presenta como "Príncipe de la paz" (Is. 9. 7). Y su misión es inaugurar la paz: "En vez de bronce traeré oro, en vez de hierro traeré plata... Te pondré como gobernante la Paz y por gobierno la Justicia. No se oirá más hablar de violencia en tu tierra ni de despojo o quebranto en tus fronteras" (Is. 60. 17-18). La veni­da del Mesías inicia una nueva etapa humana.
   Y esa etapa se describe en la Biblia: "De Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantarán espada nación contra nación ni se ejercitarán más en la guerra" (Is. 2,3 4).
    Cierto desconcierto nos puede venir cuando vemos también en el Antiguo Testamento la existencia de sangrientos conflictos. Se descubre a veces un violento sentido de guerra que parece alentado por al mismo Dios: Moisés ora mientras los israelitas llevan a cabo la derrota de los amalecitas (Ex. 17.8 16) y Josué cumple la consigna de Yahveh de saquear y asesinar a los vencidos (anatema). (Jos. 7 8). Incluso la regulación de la guerra, como si fuera un condición aneja al pueblo elegido, tiene lugar des­tacado en los libros bíblicos normativos, en el Deuteronomio (Dt. 20 1-30). Se habla de la destrucción de otros pueblos como lo más natural (Is. 34. 2; Dt. 7. 13; 20. 12-17)
   Es actitud repugnante para nuestro tiempo y resulta difícil la exégesis de estos elementos bélicos, incluso teniendo en cuenta el contexto bélico de los pueblos primitivos en el Oriente y en el conjunto del universo.
   No obstante, el mensaje mesiánico siempre va enlazado con la idea d la paz: en los Salmos se habla como "la justicia y la paz se besan" (S. 84. 11). Isaías proclama que "la paz es obra de la justicia y el fruto de la justicia el reposo y la seguridad para siempre" (Is. 32.17)... Y en los mismos libros proféticos se presenta al Mesías como unido a la paz. "Te daré por magistrado la paz y por sobera­no la justicia" (Is. 60. 17)

   1.2. En el Nuevo Testamento

   El interés pacifista se incrementa notablemente en los textos del Nuevo Testamento. Es interesante reseñar que en los 27 libros o documentos que lo compo­nen, se cita 29 veces el término "guerra" (polemos o poleo), unas 50 el término soldado (strateia o strategos), unas 12 la idea de legión, cohorte o ejército (speira y legio). Sin embargo son 102 las explíci­tas alusiones el terminó paz (eirene), de las cuales 22 veces se pone la expresión en los labios de Jesús.
   El "pacifismo mesiánico" queda confirmado por sus connotaciones: es un don del Espíritu que Jesús anuncia, que Jesús promete, que Jesús concede, que Jesús desea. Es lo que ha venido a traer a la tierra aquel de quien cantaban los ángeles al nacer: "Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" (Lc. 2. 14). Y es lo último que desea antes de marcharse del lado de los discípulos: "La paz sea con vosotros... Mi paz os dejo, mi paz os doy..." A lo largo de su vida predicadora lo repetía con frecuencia: "Vete en paz, tu fe te ha salvado". En los labios de Jesús es algo más que un saludo ritual o una convención social.
   Los intentos de los adversarios de comprometer a Jesús de Nazaret con la lucha de su tiempo contra los invasores extranjeros (objetivo del movimiento zelota) son hábilmente evitados: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Lc. 22. 35 38). Las otras referencias siguen el mismo camino de asegurar la paz y de proclamar: "Bie­naventurados los pacíficos" (Mt. 5.9: Mt. 11. 12; Mc. 11.15 y 19; Lc. 12. 51 y 53). Aunque, en otro orden de cosas afirme "que no ha venido a traer la paz, sino la guerra" (Mt. 10. 34;.
   En sentido antibélico hay que entender los gestos y las palabras de Jesús: cuando se enfrenta a los que le invitan a pedir que "baje fuego del cielo" contra los samaritanos (Lc. 9. 54-55); la recomen­dación de "amar a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, ben­decid a los que os maldicen y orad por los que calumnian". Llegando el Maestro a añadir: "Al que te hiere en una mejilla ofrécele la otra, y a quien tome el manto no le impidas tomar túnica; da a todo el que te pida y no reclames de quien toma lo tuyo" (Lc. 6. 28 30); la superación de la "ley del talión" (Mt. 5. 39). Conviene recordar el rechazó de modo expreso la violencia en el momento de ser injusta­mente detenido como un ladrón o malhe­chor: "Mete tu espada en la vaina, pues quien toma la espada, a espada morirá" (Mt. 26. 52).

 


 

 2. Doctrina eclesial

   En conformidad con los textos evangé­licos, la actitud de la Iglesia no ha podido ser más clara en relación con la guerra. Es un mal y debe ser evitado. Sólo un mal mayor puede explicarla.
   En ninguna forma y en ninguna oca­sión puede ser querida por Dios. Es blasfemo hablar de "guerra santa".
   Los primeros cristianos así entendieron el "pacifismo" del N.T. Los textos de San Pablo fueron los más contundentes. El programa de "lucha" pre­sentado por Pablo a los cris­tianos de Efeso cam­bia la guerra material por la guerra contra el pecado y el mal, el com­bate contra las pasiones y el mal: "Estad alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestidos de la coraza de la justicia y calzados los pies para anunciar el evangelio de la paz. Embarazad en todo momento el escudo de la fe, con que podáis apa­gar los encendidos dar­dos del maligno. To­mad el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios... para dar franqueza el misterio del Evan­gelio, del que soy el embajador encade­nado para anunciarlo con toda libertad y hablar de él como conviene" (Ef. 6.14-20)

   2.1 En los primeros tiempos

   En un mundo militarizado como el que se vivía en los primeros tiempos las metáforas bélicas se divulgan pero en sentido nuevo: el Apóstol "ha com­batido el buen combate" para ganar "la corona de la justicia" (2 Tim. 4.7).
   Las persecuciones de los primeros tiempos, tal como se reflejaron en el Apocalipsis, provocaban en las victima sentimientos de perdón para los verdugos y de acepta­ción de los sufrimientos: "Ellos le han vencido (al demo­nio) por la sangre del Cordero y por la palabra de su testiMonio y menospreciaron su vida hasta morir" (Ap. 10.11).
   Los cristianos perseguidos entendieron el sufrimiento como una purificación, no como un desafía que reclamaba reacción defensiva. Por eso lo ofrecían a Dios: "Ellos se fueron contentos de la presen­cia del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús". (Hech. 5. 41 y 4. 19-27).
   San Justino, al hablar del martirio, sentaba un principio permanente para los mártires cristianos de todos los tiempos: "Nosotros no solamente no hacemos la guerra a nuestros enemi­gos, sino que morimos alegremente confesando a Jesucristo" (Exhort. al Martirio).
   San Ireneo, camino del martirio escribía: "Los cristianos ya no saben luchar, sino que, abofeteados, ofrecen la otra mejilla" Y San Juan Crisós­tomo afirmaba: "Mi costumbre es padecer persecución y no perseguir; ser oprimido y no oprimir"
   Y desde los primeros tiempos en la conciencia cristiana han pesado las palabras de Tertuliano: "Cristo, al desarmar a Pedro, desarmó a todos los cristianos". Y en el Apologeticum llega a escribir: "Si la fe cristiana sobreviene a los que están comprometidos con la milicia... una vez recibida la fe o abandonan la milicia, o deben esforzarse para no hacer nada malo contra Dios, lo cual es muy difícil en la vida militar".
   A la luz de esta doctrina primitiva se plantea problemas fuertes para entender la actuación eclesial en los tiempos bárbaros, para justificar los ejércitos cristianos en tiempos medievales de las cruzadas, para descubrir la conquista de tierras nuevas en la edad moderna, para descubrir que hasta tiempos recientes se bendecían tanques y aviones de comba­te o ejércitos enteros antes del asalto.

   2.2. Los siglos cristianos

   A partir de la conversión de Constantino, los ejércitos se surtieron de soldados cristianos. El Edicto de Tesalónica (380), proclamó el cristianismo como religión del Imperio.
   Desde entonces el antimilitarismo evangélico comenzó a entrar en crisis, dudas, vacilaciones. La guerra comenzó a verse como habitual y muchos cristianos participaban en ella. La Iglesia siguió predicando la caridad y el amor, la justi­cia y la misericordia, el respeto a la vida. Pero también comenzó a mirar al ejército como un apoyo del orden y del poder establecido y pensó en los cristianos que tenía la profesión de las armas: manejar, defender, atacar, usar­las.
   Algunos Concilios primitivos comenzaron a plantear el problema y a dar nor­mas. Y grandes escritores cristianos comenzaron a perfilar juicios morales que aclararan las situaciones. Se llegó a la idea de que la guerra defensiva era justa si la defensa implicaba defender los propios bienes: la vida, la familia, la libertad, el orden.
   Y se plantea­ron interro­gantes sobre las guerras de conquista: San Agustín for­mulaba esta doctrina: "La guerra y la con­quista son una triste necesidad a los ojos de los hombres buenos y felicidad para los malos, sin embargo, aún sería peor si los malhechores dominasen a los hombres justos".
   Las condiciones posteriores fueron variando a lo largo de la Edad Media, sobre todo cuando surgía la necesidad de luchar contra los infieles mahometa­nos que invadía Europa por el Este y por el Sur. Las guerras defensivas contra el Islam desarrollaron la nueva teoría cristiana de la guerra: deber, mérito, valentía, voluntad de Dios. El interrogante fuerte venia cuando la guerra se daba entre príncipes cristianos. Sobre todo surgía si uno de ellos era el Soberano de Roma y sus Estados, que lo era el Papa, el Sucesor de San Pedro.
   Las soluciones de conveniencia, intere­sadas, contradictorias, fueron muchas, tantas cuantos grupos de teólogos fieles a los príncipes les aconsejaban.
   Las guerras de religión entre esta­dos católicos y protes­tantes introdu­jeron un nuevo factor para la reflexión, sobre todo al ver cómo grandes reinos en otros tiempos cristianos se separaban de la Iglesia de Roma: Alemania, Reinos del Báltico, el Reino Unido.

  


 
 
 

 

 

   

 

 

 

 

2.3. Los tiempos nuevos

   Los problemas morales se hicieron más intensos cuando, detrás de la revo­lución francesa (1879), Napoleón llevó la Guerra a toda Europa y trato de erigir­se en Gobernante del mundo.
   Y con esa guerra llevada desde Moscú a Cádiz, desde Egipto a Dinamarca, comen­zaron las guerras de la independencia de América y más adelante las de Africa y de Asia.
   El siglo XX fue el siglo de las guerras. Los problemas morales se renovaron cuando las tiranías más sorprendentes como la hitleriana reclamaron masivas luchas para defender la libertad de la opresión, del exterminio de grupos raciales, de la militarización total.
   La cadena de problemas de conciencia que en las disputas medievales llenaba de interés a los polemistas (si es lícito matar en la batalla, si se puede matar a los no combatientes, si es justo el con­quistar terrenos de otros reinos, si los príncipes cristianos podían hacer guerra entre ellos, si obligan los juramentos de fidelidad al príncipe que hace una guerra injusta) en los tiempos nuevos se reem­pla­zan por otros más simples: si es lícito a un hombre de conciencia disparar un fusil o un artilugio atómico porque otro hombre lo ordena.

   3. Los grandes principios

   Sin pretender explicaciones sociológicas y respetando la diversidad de alternativas cristianas, quedan claros en la doctrina cristiana sobre la guerra determinados principios que, en una buena educación moral y espiritual de la personas dignas, es preciso recordar siempre.
      - La guerra es mala por sí misma, al ser una acción dolorosa y desestructu­rada. Nunca puede ser querida por Dios. Nin­gún bien puede justificar la guerra ofensiva para conquistar terrenos, riquezas o poder sobre los demás.
   Pero, sí se puede admitir la guerra de­fensiva, si valores superiores a los daños lo justifican. Tales valores pueden ser la libertad, la familia, la dignidad, la misma fe y el culto de la comunidad a la que se pertenece. Si los bienes son superiores a los males uno puede, o tal vez debe, defenderse.
   El problema insoluble es determinar categóricamente si los bienes son superiores a los males. Y eso corresponde a la conciencia, unas veces individual (el soldado en el campo de batalla) y otras veces colectivas (obediencia debida).
      - Aun en el caso de que se admita la guerra justa, ella tiene los limites que impone la caridad, la prudencia y la conciencia. Se debe asumir la defensa de la justicia, pero no la opresión del vencido. Incluso en la caso de la victoria, la ética exige evitar el abuso del vencido.
      - Es inmoral radicalmente el uso abusi­vo o innecesario de las armas (bombardeos, destrucciones). Y en la acción bélica, ni la lujuria, ni el asesinato, ni el robo, no el desprecio, ni la impiedad ni la blasfemia dejan de ser ofensas graves a Dios en el fragor del combate.
      - El servicio militar y la profesión de las armas es admisible en cuanto es un servi­cio social de orden y de protección, en cuanto garantiza la conservación de bienes comunes superiores, en cuanto puede resultar una estructura de protec­ción, prevención, apoyo social o garantía del cumplimiento de la ley. Pero ejercer la profesión militar por el placer de ejer­cer la violencia o la represión es inmoral.
      - Determinadas prácticas frecuentes por desgracia en las sociedades modernas no están de acuerdo con estos objetivos. Algunas pueden citarse: producir armas como negocio o renta­bilidad económica y ven­derla por interés de lucro a personas, grupos o socieda­des injustas; competir en capaci­dad de armamento sin motivo con otros grupos o naciones para ostentar poderío militar que resulte protector del poder económico; investigar o experimentar en armamento para produ­cir mayor perjui­cio y mortalidad cuando llegue el momento de usarlo; exigir el servicio militar obligato­rio a perso­nas que en conciencia consideran malvado el aprendizaje y el uso de armas mortíferas.
    En guerra o fuera de ellas es radicalmente inmoral prohibir por leyes coercitivas el declararse objetor de conciencia ante esas exigencias; abusar del vencido expoliando, oprimiendo o reprimiendo en virtud de la victoria obtenida; usar escudos humanos; enviar a niños, menores y civiles como soldados obligados, promo­ver ataques de destrucción masiva e indiscriminada, tolerar desde el mando tantas aberraciones que por desgracia son freCuentes en los usos bélicos, en genocidios y exterminios aberrantes.
 
   4. La guerra justa

   Todo esto nos lleva a plantear la posIbilidad de que una guerra sea justa y por lo tanto pueda ser admitida por una conciencia cristiana. Ante la objeción de que el amor cristiano se opone siempre a las guerras, S. Agustín res­ponde: "Si la doctrina cristiana inculpara todas las guerras, el consejo más saludable para los que viven según el Evangelio sería que abandonasen las armas y se dejaran del todo de milicias. Mas a ellos les fue dicho (Lc. 3. 14): "A nadie hiráis; os basta con vuestro estipendio".

   Desde la Edad media diversos autores de pensamiento sólido hablaron de la teoría de la guerra justa: (Graciano, San Anselmo, Pedro Lombar­do) y formularon algunas condiciones para que la "guerra justa": que sea irremediable por no haber otra forma de deslindar los derechos, que se respete la dignidad de las personas, que no se haga más daño que el irreme­diable, que no haya tribunales.
   Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII y Francisco de Vitoria en el XVI trata­ron también el tema haciendo de la guerra defensiva una mal menor y por lo tanto declarando su tolerancia como emergen­cia, pero no como sistema de resolver conflictos
   Hasta el Concilio Vaticano II el proble­ma quedó siempre como una espinosa cuestión, que no se evitó en ningún Manual de Moral en los últimos siglos. Y así pasan y se repiten en los Manuales de Teología Moral hasta la época inmediata anterior al Concilio Vaticano II. El pensamiento se puede resumir con palabra del teólogo Prümmer: "La licitud de la guerra en ciertas condiciones es admitida por todos, ex­cepto por los maniqueos y cuáqueros, dado que puede ser el único medio para que algún pueblo pueda reivindicar sus derechos justos".
   Y se llegan a determinar las tres condiciones clásicas de esa guerra.
      - Que sea declarada por la autoridad legítima superior.
      - Que responde a una justa causa, que se da solamente cuan­do concurren motivos graves y excepcionales
      - Que se tenga recta intención en orden a conseguir bienes positivos que superen los negativos que se siguen a toda contienda bélica
    Habrá que reconocer el deber de conciencia de agotar todos los medios pacíficos antes del uso de las armas. La enseñanza de B. Häring: "No se puede afirmar que, en principio y de antemano, toda guerra ofensiva sea siempre moralmente ilícita" (Ley de Cris­to) es discutible por sí misma. Es preciso no confundir el concepto de guerra ofensiva y defensiva y no reducir la idea sólo a la cronología. Atacar primero para defender un derecho grave es gue­rra defensiva.
     En los tiempos actuales, y en los futuros, la existencia de armas especialmente mortíferas, físicas, químicas o biológicas, plantean problemas nuevos para hacer juicios sobre la guerra.
     El Concilio Vaticano decía:"Todo esto nos obliga a examinar la guerra con un criterio absolutamente nuevo. Sepan los hombres de este tiem­po que han de dar grave cuenta de sus actividades bélicas. Pues el curso de los siglos futuros depende mucho de sus decisiones actuales. Teniendo en cuenta todo esto, este Santo Concilio, haciendo suyas las condenaciones de la guerra total formuladas por los recientes Sumos Pontífices, declara: Toda acción bélica que lleva indistintamente a la destrucción de ciudades enteras o de grandes regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que ha de ser condenado con firmeza y sin vacilar." (Gaudium et Spes 80).

     5. Educación antibélica

   Se habla con frecuencia de la educa­ción para la paz y menos de educación contraria a la guerra
   El mundo moderno atraviesa una etapa de cierto militarismo, en parte movido por la desesperación de grandes masas de la humanidad que viven y crecen sin esperanzas en el futuro y en parte por los intereses económicos de la producción de armamento y la necesidad consiguiente de contar con clientes que los consu­man y los amorticen.
    La educación cristiana precisa ayudar a los jóvenes y cristianos a discernir en este terreno de tanta importancia ética y evangélica. Para ello son convenientes las siguientes consignas:
      - Una educación de información recta y discernimiento ético es necesaria un tiempo en que es frecuente la informa­ción manipulada. Conviene no dejarse llevar por los medios de comunicación que magnifican unos conflictos y ocultan otros. Los criterios deben ser objetivos, no regulados por intereses larvados de las grandes cadenas informativas regidas por multinacionales sesgadas política o mercantilmente.
      - La educación debe ser positiva y práctica (asumir compromisos concretos), no negativa y afectiva (lamentos o sentimientos estéri­les). Si cada guerra que conocemos implica una limosna, una plegaria, un sacrificio, una mejora de vida personal, etc. hay educación real. Si sólo hay palabras y datos estadísticos, la educa­ción resulta pobre y estéril.
      - Los fenómenos nuevos relacionados con la guerra: armamentos nuevos, terrorismo internacional, campos originales de conflictos como son los que dependen de las nuevas tecnologías, implica aplicacio­nes adecuadas a los aspectos morales. De lo contrario no se entienden las nuevas situaciones del mundo y el deber de los creyentes ante ellas.
      - Es preciso superar en la educación cristiana un vano pacifismo romántico que promueven personas sin ideales y con frecuencia manipuladas por determinados movimientos o grupos políticos.
   Lo importante es formar bien los criterios y estos no se identifican del todo por lo general con protestas románticas y vacías de contenido y de motivación.
   Además de criterios, la buena educación antibelicista implica honestidad personal en la vida manifestada en he­chos, en relaciones pacíficas con los vecinos, en sentido de responsabilidad ante los propios deberes sociales. No puede ser antimilitaristas quien apoye determinadas formas de violencia como es la discri­minación racial, la injusticia econó­mica, el egoísmo cultural.