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En general es el equivalente de honor, dignidad, buena reputación, fama, celebridad y popularidad. Y en terminología popular, alude al lugar o situación de los que se han salvado y esperan en el "cielo" el juicio final y la confirmación de su salvación eterna. Con todo en el lenguaje bíblico tiene un sentido de epifanía o manifestación de Dios en sus poder y majestad.
En el Antiguo Testamento "häbod" es el término que se emplea para la manifestación del poder de Dios, tal como aconteció en el Sinaí (Ex. 24. 15; Ex. 33.18; Ex. 40.34); como se manifestó ante Salomón, al inaugurar el Templo: 1 Rey. 8.11; como reclamaron con frecuencia los profetas de Israel: Is. 3.8 y 6.3; Jer. 2.2; Ez. 9.3; Sal 8.6; Sal 21.6
En el Nuevo Testamento la idea de gloria de Dios se convierte en concepto básico y decisivo de relación con Dios Padre y Creador, en boca de Jesús y en los mensajes de todos sus seguidores.
El término griego "doxa" (fama, gloria, opinión excelente) aparece en los 27 Escritos neotestamentarios 235 veces en forma simple o compuesta. De ellas, 28 se atribuyen a los labios de Jesús en alusión a la gloria del Padre o a la gloria que el Padre tributa al Hijo (Lc. 9.26; Mt. 24.30; Jn. 12.28). Las demás se reparten en inmensidad de referencias, desde los ángeles que entonaban "Gloria a Dios en la alturas" (Lc. 2.14) al nacer el Salvador, hasta las palabras finales del centurión encargado de la ejecución de Jesús que "se volvía dándose golpes de pecho y glorificaba a Dios diciendo: "Verdaderamente este hombre era justo." (Lc. 23.47)
Los cristianos de todos los tiempos recogieron este mensaje de la gloria como esperanza, como deber y como recompensa. Como esperanza, en cuanto se sintieron siempre invitados a la salvación, es decir a trabajar por llegar a la gloria de Dios como Jesús (Mc. 2.12).
Pero la participación en la gloria de Jesús supone aceptar los sufrimientos de la vida (Lc. 24.24), buscar solo la gloria de Dios (Jn. 5.41), vivir según los planes trazados por el mismo Dios. (Mt. 6.13)
Como deber, pues, es la misión de toda criatura que ha sido creada por el Ser Supremo. Consiste en reconocerle como Creador y como Padre y darle gracias por sus beneficios: Lc. 13. 13; Lc. 17. 15). Así lo entendieron siempre los cristianos desde los primeros días apostólicos (Hechos 4.21) hasta las consignas de los santos de todos los tiempos: "ad maiorem Dei gloriam" (lema de San Ignacio de Loyola": AMDG).
Y además se entiende la idea de gloria como recompensa, participando en la de Jesús muerto y resucitado (Jn 16.14; Lc. 9.26; Mt. 24.30), que permanece para siempre a la derecha del Padre.
Precisamente ese triunfo escatológico es la recompensa de quienes le aman. Y se completará con visión eterna de la majestad divina en la plenitud celeste, pues en eso consistirá la vida eterna, "en conocerte a Ti, solo Dios verdadero y a Jesucristo a quien Tú has enviado". (Jn. 17.3) (Ver Cielo 3 y ver Creación. 4.3)
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