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Estilo místico de conocimiento, en el cual se saben las cosas por intuición iluminada y dirigida por fuerzas extranaturales y no por el esfuerzo cotidiano de la mente que perfila sus relaciones y esquemas gradualmente con esfuerzo.
El gnosticismo o cultivo de ese conocimiento intuitivo y místico, nació en el siglo I y se desarrolló de una manera significativa a lo largo del II. Respondía a un contexto cultural nutrido de supersticiones, creencias, abundantes mitologías populares y pluralidad de divinidades que generaban ritos inacabables.
Es normal que se hayan pretendido ver determinadas resonancias gnósticas en los mismos documentos bíblicos, sobre todo en los joánicos, sin que esté claro si merece el nombre de gnosticismo cualquier referencia mística o mítica a la que se haga alusión en estos libros.
Estrictamente, como sistema de vida y de pensamiento, el gnosticismo surge en el siglo II. Sobre las propensiones mágicas populares se elaboró entonces una explicación de la vida y tal vez un sistema de pensamiento. Los escritores cristianos del siglo II y del III, sobre todo los que se desviaron por los senderos de las herejías en el Oriente, se sintieron afectados por ese gnosticismo. Pero los textos bíblicos elaborados en el siglo I no están marcados por esta corriente. Es más la referencia que sugieren los misterios órficos, báquicos o délficos que los estrictos planteamientos gnósticos
En los contextos judaicos orientales en los que nace el primer cristianismo es inexacto identificar lo gnóstico con todo lo místico, el dualismo platónico o neoplatónico de los judeocristianos con las interpretaciones esotéricas de la vida humana que podía hacerse en las comunidades de los primeros creyentes.
Ni la figura dinámica de Pablo, ni la pragmática de Pedro, ni la misma personalidad bondadosa de Juan parecen sintonizar con el predominio afectivo y fantasioso que parece abundar en los escritores gnósticos de los primeros siglos.
Los Padres del siglo II y sobre todo del III tuvieron que diferenciar lo mítico y lo carismático del anuncio evangélico, cosa que no lograron los autores de los escritos apócrifos o determinados libros mágicos o pseudorreligiosos.
Pero para cuando se incrementó el gnosticismo como sistema, con figuras como Cerinto (después del 115), Basílides (hacia el 130) y, sobre todo, Manes (216-217), la Iglesia estaba consolidada en el mundo romano, prácticamente se había separado del judaísmo y podía librarse fácilmente de los errores y de las utopías y fantasías nuevas.
Por eso es tan inexacto hacer la exégesis de los textos del Nuevo Testamento a la luz de meras alegorías, de fantasías, de simbologías forzadas. Y es una mera suposición decir que el Evangelio de Juan fue fruto de una secta gnóstica, de los mandeos, muy distante de la cultura y del lenguaje grecojudaico.
Las sectas de los mandeos, que buscaban conocimientos místicos, la de ofitas, que se representaban por una serpiente, la de los babelos y otras varias, cuyos vestigios se conocen poco, fueron grupos que sembraban inquietudes y aventuraban hipótesis gratuitas, inmensamente alejadas de la serenidad y claridad con la que los cristianos anunciaban a Jesús y reclamaban una vida de amor para cumplir los designios de Dios.
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