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Estilo y modo musical que usa oficialmente la Iglesia católica como propio y específico de su liturgia. Se suele llamar también canto llano o canto romano, por haber sido asumido como oficial por el Papa Gregorio I Magno (+ 604), de quien le vino el nombre de gregoriano.
Parece que fue el mismo Papa, aficionado a la música, el que compuso y pulió muchas canciones que se entonaban en el pueblo durante las celebraciones religiosas. El mismo preparó un antifonario y organizó una Schola cantorum, para ensalzar las ceremonias litúrgicas.
Pero ya cuando él llegó al pontificado, existían en la iglesia de Roma multitud de melodías y tradiciones musicales, procedentes unas de la sinagoga judía, de tonadas festivas populares, de himnos militares o de otros cultos incluso, y que se fueron adaptando en los actos cristianos, tanto en las eucaristías como en los ritos nupciales, bautismales y funerarios
Algunos compositores de piezas religiosas habían aportado riquezas significativas. Los más famosos compositores de piezas gregorianas fueron S. Ambrosio, San Hilario de Poitiers, Prudencio y Venancio Fortunato. San Beda el Venerable (+ 735), Alcuino de York (+ 804) y San Odón de Cluny (+942) compusieron tratados de música, dando consignas para la ejecución de las obras.
La historia posterior fue fecunda y constante en el desarrollo de las piezas gregorianas, sobre todo en los ámbitos monacales y en los ámbitos catedralicios. Nombres como Cluny y el Císter, la escuela San Gallo, de Metz y de Chartres, entre muchas otras, fueron dejando piezas de valor hermoso para las fiestas o himnos a determinados santos.
El renacimiento se encargó de incrementar el repertorio musical, aunque con las reservas que impuso pronto el miedo a la reforma protestante. Hasta reyes como Felipe II se preocuparon el que la música estuviera al servicio de la ortodoxia y exigió en sus reinos una vigilancia estrecha para que no se deslizaran entonaciones o textos de dudosa fidelidad a la Iglesia.
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El Motu propio de Pío X en 1903 sobre la Música sacra reclamó una vuelta a la pureza antigua indicando que todos los cristianos deberían familiarizarse con esas canciones sagradas, portadoras de tradición, de piedad y de sentido de comunidad eclesial.
En ese sentido es bueno recordar que la música es viva y cambiante. Y que es bueno y necesario cultivar las expresiones musicales de los tiempos actuales y de los diversos ámbitos religiosos. Pero conviene tener presente que la Iglesia es internacional, intercultural e interlingüística. El que los catequizandos conozcan alguna pieza hermosa gregoriana, como una "Misa de Angelis" o un "Pange lingua", el que sean capaces de entornar un "Pater noster", un "Credo in unum Deum" o también un villancico como "Adeste Fideles", pues lo han degustado y entonado en alguna ocasión, les hará un día sentirse integrados en una asamblea internacional a la que se pueda asistir. Es una de las conveniencias educativas que a veces provoca dudas en quienes viven la civilización de lo digital y de lo inestable, pero que sin motivación objetiva rechazan lo latino y lo gregoriano por falsos pretextos de antigüedad o de foraneidad
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