Griego
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    En general, idioma del pueblo griego que es una forma expresiva perteneciente para unos a los idiomas del grupo indoario y emparentado en sus formas arcaicas con el sánscrito; y para otros, autóctono de la cuenca del bajo Danubio y gestado entre los siglos XX y XV antes ­de Cristo por los grupos indoeuropeos que se establecieron en las llanuras del norte balcánico en busca de las tierras fértiles. Entre el siglo X y el VIII ya se advierten síntomas de los cuatro dialectos principales: acadio-chipriota, dóri­co, eólico y jónico.
   El dialecto jónico originó el ático, que es la base del griego clásico, lenguaje de Atenas y del Ática. Su papel fue predominante en el arte, la filosofía y el teatro en el siglo V a.C. En él se expre­saron los filósofos y escri­tores del siglo de oro griego: Es­quilo, Eurípides y Sófocles, el orador Demóstenes, Platón, Aristóteles, los historia­dores Tucídides y Jenofonte. En él nació el pensamiento occidental.
    Las conquistas de Alejandro Magno y de Macedonia, abrieron el período, llamado hele­nístico. El dialecto ático transmiti­do por los gobernantes, los merca­deres y los emi­grantes, se hizo lenguaje común (koiné) en todo el Oriente Próximo. Evo­lucionó al contacto con los otros pueblos, y se extendió por todas las áreas de influencia griega. Durante el imperio helenístico la koiné fue la lengua de la corte, de la literatura y el comercio.
   Se desarrolló la semántica (nuevos términos) y la misma fonética. Se adaptó el habla a las nuevas necesidades: políticas y legales, artes, comercio, creencias nuevas, ciencias. Y perdió la musicalidad del griego clásico, que se mantenía para la lectura de los autores clásicos, pero no se hablaba con fluidez en la calle, en los templos, en las esferas del poder.
   Ese modo lingüístico es el que predominaba en Grecia, en Asia, En Siria, en Egipto y es el que llevaron las masas de emigrantes y esclavos que poblaron la misma Roma y las zonas dominadoras de Italia.
   En ese griego común se escribieron los textos cristianos: Cartas apostólicas, Evangelios, los primeros documentos no canónicos como la Didajé, los textos de los primeros pensadores cristianos (Pa­dres del siglo II y del III).
   Después de las diversas investigacio­nes realizadas desde el siglo XVII y el análisis de multitud de textos extrabíblicos, la vieja e incorrecta idea de que el griego bíblico era un lenguaje vulgar, sin valor literario y propio de gente inculta, quedó superada por la certeza de que el tiempo helenístico supo generar un griego nuevo, internacional, rico, de valor expresivo y de riqueza léxica, fonética e ideológica excelente. Ese griego común es el que usaron los escritores cristianos y es el que late en el Nuevo Testamento.
   Incluso se halló ya en sus primeras manifestaciones, como fue la versión del Antiguo Testamento llamada de los LXX, hecha en Alejandría en el siglo III y desti­nada a los judíos de la Diáspora.
   El nuevo Testamento está escrito, pues, en lenguaje popular y culto, con gran variedad de formas y diferente riqueza según los auto­res, las cuales van desde la fluidez narrativa de Lucas y los Hechos hasta la forma más coloquial de las cartas paulinas o la más mística y conceptual de los escritos joánicos.
   Sólo a partir del siglo IV en Occidente se recuperó el idioma latino para comunicarse, cuando el mundo romano se separó política e ideológicamente en los dos grandes bloques culturales, Oriente y Occidente, que seguirían caminos diferentes. El lenguaje griego quedó relegado para la amplia y culta zona bizantina. Y el Occidente inició nueva etapa entre los escritores latinos de Roma, Iberia. Africa y Galias, aunque pronto las afluencias lingüísticas e ideológicas de los pueblos que fueron llegando desde el siglo V, los denominados bárbaros por su forma de hablar ni griega ni latina, imprimieron otra dirección a la cultura.
   Con todo bueno es recordar que en el Oriente se siguió hablando en griego hasta nuestros días, pues ni todo el empuje árabe logro ahogar su vitalidad.