HOMBRE
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      La maravilla suprema de la Creación divina es el hombre, en el cual se unifica el mundo de la materia y el mundo del espíritu. Toda tarea catequística parte de una buena presentación de lo que significa el hombre en el mundo en doble dimen­sión.
   Se parte de la ciencia cosmológica, biológica y antropológica para analizar lo que es el hombre en clave de naturaleza. Y se llega a la Revelación divina sobre la realidad del ser humano.

   1. Cómo es el hombre

   Así descubrimos, en una simbiosis admirable de datos naturales y sobrenaturales, que el ser humano es cuerpo y alma en íntima unidad de materia y espí­ritu.

   1.1. El cuerpo

    El cuerpo humano ofrece caracteres comunes con los animales más evoluciona­dos de la tierra: los mamíferos superiores. Pero hay algo en él que le hace superior a cualquier organismo animal del universo, por perfecto y desarrollado que se presente.
    La vida maravillosa que late en la corporalidad humana es semejante a la animal, pero no idéntica. Se explica por leyes biológicas, pero no en todas sus dimensiones.

 


    Su más perfecta organización le permite ser soporte del desarrollo original de la inteli­gen­cia, de la voluntad, de la afectividad, de la so­ciabi­lidad y de los demás rasgos origina­les.

   1.2. El alma

   El alma goza de las características de los espíritus, pero se halla tan íntima­mente vinculada al cuerpo que no puede actuar por separado en la vida presente. Sólo misteriosamente, al "salir" del cuerpo por la muerte, podrá realizar los actos de conocimiento y de amor que le permitirán gozar de Dios, si para entonces ha merecido la salvación.
   Su naturaleza espiritual, libre e inmortal constituye un misterio de fe para el creyente, que le permite descubrir con admiración su dignidad superior.

   1.3. Es cuerpo y alma
 
  El hombre ha sido creado por Dios con un cuerpo y una alma que constituyen realidad unitaria. El hombre no es una dualidad material-espiritual, sino una uni­dad personal. Es una realidad personal dotada de cuerpo, que al morir se destruye, y de alma, que sobrevive después de la muerte corporal.
    No se puede considerar al cuerpo como ser malo que nos lleva al pecado y al alma como espíritu limpio que nos eleva al bien. Tenemos y somos cuerpo y alma, pero nos somos dos realidades.
    Nuestra naturaleza sintetiza lo material y lo espiritual. El cuerpo procede de nuestros padres, que lo configuran según las leyes hermosas de la naturaleza. El alma es creada por Dios de manera singular y amorosa.
    De la unión de ambos brota el hombre concreto, que crece, se desarro­lla y se hace consciente de sus dones naturales, físicos, psicológicos y sociales, y de sus dones espiri­tua­les como el pensamiento y amor, y sobrenaturales, como la fe y la gracia.
    El Concilio Vaticano II aludía a esta dignidad natural maravillosa:  "Uno es el hombre en cuerpo y alma; por su misma condición corporal reúne en sí los elementos del mundo material y espiritual. De tal modo es así que, por medio del cuerpo, estos elementos alcanzan su cima y elevan su voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y ha de resucitar en el último día".   (Gaudium et Spes 14)
    El alma es espiritual, libre e inmortal. Sobre­vive a la muerte y, como criatura de Dios, está destinada para la vida eterna. Ella, en cierto modo, reclamará al cuerpo propio cuando llegue el mo­mento de la resurrec­ción final de todos los hombres.
   Si en esta vida el alma no puede ac­tuar sin la intervención del cuerpo, se hace activa y misteriosa­mente consciente cuando se separa de él por la muerte. Seguirá entonces conociendo y amando en la vida que le espera.

     1.4. Teorías sobre el hombre

     El humanismo en general ha resaltado siempre la figura del hombre hasta conver­tirlo en el centro de todo el universo. El hombre para los griegos (para los sofistas, como Protágoras) es la medida de todas las cosas. El hombre para los humanistas del Renacimiento también es la refe­rencia de todaslas cosas. Y para los humanistas actuales es la razón de ser de todas las cosas.

     El evolucionismo biologista enseña que el hombre no es más que un animal desarrollado, un mamífero superior con mayor capacidad de respuesta ante los estímulos de la naturaleza.

    El espiritualismo de cualquier signo tiende a considerar al hombre como alma prisionera de una materia orgánica, limitada en sus tendencias trascendentes por la realidad orgánica que lo confi­gura.

   El existencialismo mira al hombre sólo como fruto de una circunstancia variable, relativa y superficial. No se interesa por su identidad, sino sólo por su existencia inmediata.

   El naturalismo tiende a mirar al hom­bre como un ser original y diferente, capaz de obrar bien, pero nada más.

   El pesimismo, por el contrario, lleva hacia una visión negativa del hombre. El hombre es ser malo, fruto de un desorden de la naturaleza, nacido para sufrir él y para hacer el mal a los demás.

   El positivismo y el pragmatismo le consideran como un ser capaz de produ­cir cosas útiles y ventajosas para sí mismo y para los demás.
 
  Otros sistemas o estilos de pensamiento: el maniqueísmo, el misticismo, el nihilismo, y muchos más "ismos" más, tratan de ofrecer teorías sobre el hombre.
 
   1.5. Situación en el mundo

   El hombre no se puede definir, si no se sitúa en el mundo concreto en el que vive: necesita espacio para estar, precisa comunicación con otros seres inteligentes, siente una voca­ción a trascender por encima de lo visible.
   Podemos decir que el hombre es un ser completo cuando se mueve en las tres direcciones que definen su esencia.

   1.5.1. Dirección cósmica

   Es la dirección más física y material. El hombre es parte del universo, pero es inteligente y está destinado por Dios para ser dueño de sí y de las cosas. Cuenta con libertad y con conciencia en medio del mundo físico. Puede obrar bien y mal en él; puede dominar la materia en la que vive y puede dejarse dominar por ella.
   Tiene el deber de construir un mundo mejor que el que ha encontrado a su llegada. Dios le ha dado un "territorio" en el que pueda trabajar. Debe investigar, descubrir, luchar, dominar, ser señor de la tierra.

   1.5.2. Dirección social

   El hombre vive entre sus semejantes, que son seres inteligentes y conscientes. El mundo es también el conjunto de personas que se mueven en el cosmos.
   Puede hacer el bien o el mal a los demás y puede recibir de ellos ambas respuestas: las buenas y las malas.
   Debe vivir con otros habitan­tes de la misma casa. Su misión es proyectarse en los demás sin egoísmo, sin predominio o sin arrogancias.

   1.5.3. Dirección espiritual

   Pero el hombre también sabe que puede moverse en una dirección espiritual, cultivando ante sí y ante los demás actitudes trascendentes: éticas, estéticas y religiosas.
   Esas grandezas le sirven para entrar en el mundo sutil y misterioso de la sobrenaturalidad, que le sitúa por encima de la naturaleza. Ha sido hecho capaz de pensar, de amar y de sentir por encima de la materia. Pero ha sido hecho apto para unirse con Dios por una gracia miste­riosa y superior.
   El hombre tiene que ser protagonista de su propio camino y de su destino, ya que no lo es de su origen. Es el único ser libre que existe en el universo. Es el único señor que puede ponerse por encima de las leyes y elegir entre cum­plirlas o no. Es verdaderamente un do­minador de las de­más cosas creadas.

   2. La dignidad del hombre.

   La dignidad del hombre es lo que más se debe inculcar en quien se está abriendo a la vida y construyendo su conciencia y su personalidad.

   2.1. Es dignidad singular

   El humanista florentino Juan Pico de la Mirándola (1463-1494) escri­bía en su libro "Sobre la dignidad del hombre": "Dios escogió al hombre como obra de naturaleza interminable... Una vez que lo hubo colocado en el centro del mundo, le habló así: "No te he dado, oh Adán, ni un lugar determinado ni un aspecto propio ni una prerrogativa exclusiva tuya. Todo lugar, toda prerrogativa, todo aspecto que tú desees ten­drás que conseguirlo según tu deseo y según tus opiniones. La naturaleza de los demás seres está limitada por mí y se mantendrá encerrada en las leyes escri­tas por mi sabiduría... Tú actuarás con libertad, sin ningu­na barrera, pues todo lo entre­go a tu potestad.
    Te he puesto en medio del mundo para que desde ahí te des cuenta de todo lo que existe en él. No te he hecho ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que, por tu propio esfuerzo, como artífice soberano y libre, te formes y te exculpas en la forma en que elijas. Te podrás degradar, si quieres, haciéndote inferior; y podrás, si lo deseas, elevarte a las cosas superiores, que son divinas. Todo depende de ti."
    Pero la grandeza del hombre está en haber sido creado para unirse con Dios por toda la eternidad en la otra vida.

    2.2. Tiene libertad.

    En este mundo también ha sido llamado para vivir en una vida sobrena­tural a la que tiende su naturaleza espiritual. Esa vida es como el regalo de un Dios lleno de misericordia. Pero también es capaz de rechazar el don de Dios o de aceptar­lo con pleni­tud. Su libertad es la base de su dignidad.
    En la vida presente ejerce sus operaciones mentales y elige entre el error o la verdad. Adquiere responsabilidad en cuanto hace cosas buenas o malas, consiguiendo el mérito de ellas o mereciendo el castigo divino, si no se arrepiente.
    La religión cristiana insiste en la responsabilidad que el hombre tiene de sus propias acciones. En ella, fruto de su libertad e inteligencia, está su grandeza.
    En la catequesis, sobre todo con adolescentes y jóvenes, importa resaltar la libertad y la responsabilidad del hombre como dones divinos desafiantes.
    - Los cristianos creen que son libres para elegir el bien o el mal y sienten la expe­riencia de su libertad.
    - Creen que Dios es justo para premiar o castigar los actos humanos, precisamente por que se hacen libremente.
    - Saben, por revelación más que por razonamiento, que el cielo implica un encuentro misterioso con Dios en un acto interminable y ya definitivo de amor.
    - Y temen el castigo eterno, que será la privación de ese estado de amor por libre elección de los que sean rechazados por la justicia divina. 
    En consecuencia de todo ello, el cristianismo piensa que el hombre tiene en sus manos su destino eterno. Esto le convierte en un ser que se enfrenta con un destino eterno dependiente de su vida presente.
    La respon­sabilidad de sus elecciones no se transfiere a nadie. Puede el hom­bre no ser lo suficientemente digno de la con­fianza que Dios ha depositado en él.

   3. Interrogantes humanos

   Tres pre­guntas se hace el hombre con frecuencia sobre sí mismo. En la cate­que­sis, sobre todo con adolescentes y jóvenes, surgen con frecuencia:
     - de dónde viene, cuál es su origen;
     - qué es, de qué está hecho;
     - cuál es su destino, a dónde va.

   3.1. De dónde viene.

   Quién lo ha hecho. Cuándo surgió. Es fácil decir que el hom­bre viene de Dios y ha sido creado por El. Pero detrás de este interrogante se hallan todas las interpretaciones que se han dado a lo largo de los siglos y que nunca han convencido del todo a los mismos que las han formulado.

    3.1.1. Doctrina creacionista.

   Inter­preta literalmente la metáfora de la Biblia (Géne­sis 3) y nos habla de que Dios configura del barro la figura del hombre, le da vida y le sitúa en el paraíso en forma de varón y mujer, para que se reproduzca y llene el mundo.

    3.1.2. Evolucionismo moderado.

    Una visión más racional, que podemos llamar "evolucionismo providencialista", contempla el relato de la Biblia más conceptual que literalmente. Habla de que Dios crea el mundo vivo y cambiante y deja que la naturaleza se vaya dispo­nien­do para origi­nar las condiciones que facilitan que el hombre aparezca y se desarrolle sobre la tierra.
    Respeta las leyes de la naturaleza física y biológica que el mismo ha creado y se halla detrás de todos los proce­sos del universo, entre los que se sitúan la evolución de las especies hasta llegar al hombre.

   3.1.3. Darwinismo.

   Existe el evolucionismo materialista. A veces se refugia en la ambigüedad y piensa que Dios es demasiado "supremo" para preocuparse por el hombre (Deísmo) por lo que las cosas del universo se mueven por el azar o por sus propios impulsos.
   En ocasiones niega radicalmente la existencia y actuación de un Dios real  (Ateísmo), y convierte a la evolución de la materia en postulado axiomático (ma­terialismo). Será por tanto la evolución autó­noma de la materia, mecánica y ocasional, la que hará surgir al hombre.

 


 
  

3.2. Cómo es el hombre.

  El hecho de que el hombre se presente dotado de un cuer­po similar al de los animales más desarro­llados multiplica las teorías. Cuenta con conciencia de sí mismo, con inteligencia, con libertad, con sociabilidad, pero tiene cuerpo animal que debe ser explicado desde la óptica humana, no sólo biológica.

  3.2.1. El biologismo.
 
  Lo resuelve con simpleza y mira al hombre como una sola realidad material y orgánica, en la que se ha desarrollado un sistema nervioso complejo que esta­blece asociaciones entre sensacio­nes. Ve al hombre como mero animal superior.

    3.2.2. El dualismo.

    Ha sido el muy frecuente en la Historia, piensa que el hombre posee dos realida­des: una corporal y material de naturaleza animal; otra espiritual y trascendente, superior a la materia. Ambas se intercomunican armó­nicamente.
    El platonismo pensaba que esas dos realidades estaban superficialmente unidas, "como el jinete con su caballo". Mira el cuerpo material como cárcel para el alma.
    El maniqueísmo hace a las dos realidades opuestas: una buena, el alma espiritual que tiende al bien; otra mala, el cuerpo material que tiende al mal. La lucha radical en el ser humano es inevitable.

   3.2.3. Realismo aristotélico.

   Admite en cierta manera dos principios unidos: uno material o cuerpo y otro formal o alma; pero los unifica en una sola realidad humana, per­sonal, real. Lo entiende como un ser vivo (zoon), pero de naturaleza social (politikon)
   El hombre es un ser dotado de cuerpo y alma, en el cual no es posible hacer una separación radical.

   3.2.4. Otras actitudes

   También existen actitudes muy vinculadas con la cultura, las creencias y las religiones más orientales. Hablan de tres realidades en el hombre:
      - el soma o cuer­po,
      - la psique o espíritu,
      - el pneuma o alma.
   El cuerpo es orgáni­co y limitado; la psique es la conciencia, la inteligen­cia, la libertad; el pneuma es el espíritu de origen divino que reside en nosotros y transmigra de cuerpo en cuerpo. Algunos han querido ver esta idea en el mismo San Pablo. (1 Tes. 5. 23)

   3.3. Sobre su destino.

   Es lo que más le preocupa desde la perspectiva espiri­tual. El hombre se siente hambriento de supervivencia y de eternidad. Mientras explora su origen por curiosidad y su naturaleza más bien por interés de comprenderse mejor, su destino le desafía con inquietud.
   Su futuro le llena a veces de angustia, pues teme perder la vida que tiene y no sabe nada de la que le aguarda. Vacila a la hora de asumir alguna explicación de las muchas que halla.
      - El biologismo y el materialismo le indican que no hay otra vida posterior; en consecuencia, hay que resignarse a sacar el mejor partido de la presente.
      - El espiritualismo panteísta le habla de un regreso a la divinidad con la que terminará identificándose y desapareciendo.
      - El naturalismo habla de otra vida futura, en la cual el hombre tendrá que recoger las consecuencias del bien o del mal que haya hecho en la actualidad.
    Ante tantas teorías sobre el origen, identidad y destino del hombre, el cristiano siente cierto descanso al saber que posee respuestas claras y seguras sobre ellas:
     - viene de Dios por vía de creación;
    - vive en este mundo como ser libre y responsable que debe esforzarse  por hacer el bien;
     - está destinado para una vida  posterior a la muerte en donde vivirá feliz con Dios.
    Precisamente esta actitud clara y serena es la que debe ser alma de toda catequesis sobre el hombre. El creyente tiene la certeza de que las incógnitas le han sido aclaradas por la Revelación, que es un regalo divino que ofrece luz.
    Por eso el catequista debe ponerse en actitud de dar respuestas a los interro­gantes y no sólo plantear incógnitas que siembren la zozobra en el catequizando.
    Debe promover el pensamiento cristiano y no sólo la reflexión filosófica, aunque con suficiente dosis de antropología sobretodo cuando se trata de ilustrar la mente de catequizandos mayores.

   4. El hombre creyente

   El catequista debe resaltar la originali­dad del hombre llamado a una salvación sobrenatural. Redimido por el mismo Hijo de Dios, todo hombre se hace consciente por la fe de la situación de elección, de santifi­cación y crecimiento espiritual, de destino eterno que posee.
   El cristiano se halla enriquecido con todos los dones que la misericordia divina ha puesto a su alcance. Su naturaleza humana, ya de por sí llena de grandeza y capaz de producir admiración en quien la comprende a la luz de una sana reflexión, se siente resaltada por los regalos divinos, que son las gracias de Dios, y en los que es preciso también adquirir suficiente ilustración.


 

    4.1. Es un Bautizado.

    Por una singular y gratuita llamada a la fe, el hombre se sabe injertado misteriosamente en el Cuerpo de Cristo. Se siente, además de perdonado del peca­do original, abierto a la vida de amistad divina, la cual él debe actualizar continuamente.
    El Bautismo es, en el orden de la gracia, lo que el nacimiento corporal es en el orden de la naturaleza. Es la puerta a la vida nueva.
    Es la mayor dignidad que recibe el hombre como regalo. Ninguna razón es capaz de explicarnos a cada uno de los bautizados por qué hemos sido elegidos para esta vida grandiosa, cuando hay tantos que nunca llegan a conocer su existencia.
    El cristiano se siente orgulloso de decir con San Pablo: "Por el Bautismo hemos sido sepultados con Cristo. Y, si Cristo ha vencido a la muerte resucitando glorioso por el poder del Padre, nosotros emprendemos ahora con él una vida nueva”.  (Rom. 6. 3-4)
    El Bautismo abre la pertenencia a la Iglesia, o Comunidad de Jesús, que es para los hombres creyentes una fuente de dignidad y un motivo de alegría. Saberse de la Comunidad de los seguidores de Jesús es mayor regalo que cualquier otra consideración humana.
    En ella se vive la fe y la fraternidad, se aprovechan los dones y los sacramentos, se encuentran medios de salvación y de perdón.

    4.2. Enriquecido por la fe

    El crecimiento en la fe y en la vida cristiana se deriva de la gracia bautismal, raíz de la vida sobrenatural. Se origina por regalo, pero se  desarrolla por las obras buenas que hacemos y por las gracias divinas que recibimos.
    El buen cristiano sabe que, puesto que es libre en sus acciones, de él de­pende el vencer las inclinaciones malas que quedaron como consecuencia del pecado original, y el desarrollo de las virtudes y de los valores buenos, sobre todo en cuanto sirven para contribuir a que otros amen más a Dios.
    Lucha sin cansarse por crecer en la fe y en la gracia; y se mantiene en la oración y en la presencia divina, a fin de recibir la ayuda del que todo lo puede y está deseando acompañarnos en nuestro camino hacia la santidad.

 
 4.3. Miembro de Cristo

   El cristiano es miembro del Cuerpo de Jesús. Se sabe y se siente llamado a la unión con Cristo cada vez mayor. Está orgulloso de esa pertenencia, la cual actualiza con frecuencia en el sacramento o signo de la Eucaristía, establecido por el mismo Jesús.
   Esa pertenencia no estática, sino creciente. Se puede ser miembro pasivo e inconsciente y se puede ser miembro activo, fecundo y proyectivo. Precisamente la catequesis debe encauzar y acompañar ese salto cualitativo que conduce hacia la madurez espiritual.
   Por eso el cristiano siente como un debe el trabajar de manera infatigable por los demás. Y su amor fraterno no se queda sólo en los hermanos en la fe o en los hombres más cercanos. Su corazón, a imitación del Corazón de Cristo, se abre sin cesar a todos los hombres para los que desea la salvación y por los que trabaja con amor.

 

   

 

    5. Educar la fe en el hombre

   El catequista no se quedará en meras argumentaciones racionales sobre el hombre: origen, naturaleza y destino. Plantea cuestiones más comprometedoras desde la Palabra de Dios, desde la Tradición, desde las enseñanzas del Magisterio y de la Comunidad eclesial.
     - Sabe quién le ha creado y qué significa tener inteligencia, libertad y voluntad responsable. Y enseña a dar gracias por la vida natural y por la sobrenatural.
     - Sabe cuáles son los deberes de quien se siente criatura, pero también hijo de Dios: amar, adorar, agradecer, servir, ayudar a los demás.
     - Sabe cómo será el final del camino, que es una vida de amor eterno a Dios y de felicidad celeste. Suscita el deseo de alcanzar tan grandioso beneficio con una vida concorde con los designios divinos.
    Para una buena catequesis hay que fundamentar las respuestas "cristianas" en las fuentes de la fe, no en el simple razonamiento.
    El catequizando precisa apoyos definitivos y estos hay que buscarlos en la Palabra de Dios, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia

    5.1. Desde la Biblia

    La Biblia, depositaria de la Revelación, es la primera fuente. El hombre puede preguntarse por lo que el mismo Dios ha revelado e inspirado sobre su origen, naturaleza y destino. En la Palabra de Dios, Antiguo y Nuevo Testamento, se resalta el protagonismo divino.

   5.2. En la Tradición

   Es importante acudir con serenidad a lo que siempre se ha dicho en la Iglesia sobre el hombre. Los creyentes han ido desarrollan­do senti­mientos y actitudes, juicios y relaciones, opiniones y contrastes en los que se refleja el mensaje sobre el hombre.
   Siempre se ha establecido la clara referencia a Dios como origen y destino del hombre. Siempre se ha re­saltado la dignidad humana, como común denominador de la Historia de los cristianos.

   5.3. Con el Magisterio.

    La autoridad de la Iglesia ha dicho con frecuencia, como intér­pre­te fiel del mensaje recibido del mismo Hijo de Dios, lo que se debe decir sobre la dignidad natural y sobrenatural del hombre.
    El Magisterio ha proclamado en todo momento la compatibilidad de la Biblia y de la Tradición con las actitudes científicas respetuosas con su dignidad sobrenatural.
    Ha cuidado de deslindar bien lo que son teorías científi­cas y lo que es men­saje revelado sobre la creación y el hombre.

   5.4. También por la Comunidad.

   El Cate­quis­ta se interesa por la manera de pensar de la Comunidad cristiana, en la que late el Espíritu de Dios. Sabe que las opiniones particulares deben ser matizadas por el sentido co­mún, el cual debe estar por encima del deseo de originalidad o singularidad de las opiniones.
   Del mismo modo está atento a lo que siente la propia conciencia, la cual tiene derecho a la libertad de opinión.
   Pero sabe que esa libertad tiene unos límites en la verdad objetiva por una parte y en la humildad cristiana por otra. En la sumisión en lo esen­cial a las fuentes primeras de la fe: Palabra de Dios, Tradición y Magisterio, pone un interés que le garantiza la "ortodoxia" de sus opciones y opiniones.
   Con estas fuentes de referencia, desiguales pero influyentes, los hombres nos forjamos nuestra propia opinión sobre lo que somos, de dónde venimos y cuál es nuestro destino. Y tratamos también de hacer objetivas, verdaderas y firmes nuestras "teorías", con la ayuda de los demás hombres, nuestros hermanos. Y aquí está la im­portancia decisiva de los buenos catequistas en el proceso de clarificación de ideas y de actitudes.
   El Catecismo de la Iglesia Católica dice lo que piensan los cristianos sobre el hombre:  "El hombre ocupa un lugar único en la creación, pues ha sido hecho a imagen de Dios. Sólo él está llamado a partici­par por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y esta es la razón fundamental de su digni­dad...
   San Juan Crisóstomo escribía: ¿Qué otro ser ha venido a la existencia rodeado de tal consideración? El hombre, grande y admirable, figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que toda la creación es el Señor del mundo. Para él existe el cielo, la tierra, el mar y todo el universo. Dios ha dado tal importancia a su salva­ción, que no ha dudado en enviar para ella a su mismo Hijo único. No ha dudado en hacer todo lo posible para que el hom­bre subiera hasta El y se sentara a su misma derecha".  (Serm. 2. 1)  (Cat .356-358)
   El pensamiento cristiano tiene siempre una coincidencia radical, que es el cauce de toda catequesis: la dignidad sobre­natural del hombre y el amor de Dios.

    6. Limitaciones del hombre

    El origen del hombre está en la voluntad creadora de Dios. Sólo por amor fue creado y puesto en la tierra para que la trabajara y fuera señor de ella.
    Dios lo creó en forma de varón y mujer y quiso que, de la unión entre ambos, se derivara el género humano. Hizo del atractivo entre los sexos la fuerza arrolladora que llenara el universo de nuevos hom­bres, capaces de amarle y servirle.
    El hombre fue creado en estado de amistad divina y estaba destinado para la salva­ción por un acto gratuito divino.

   6.1. Hombre pecador

   Pero el hombre se hizo pecador. Rompió el plan de Dios y se rebeló contra su voluntad. Libre como era y dotado de voluntad y de inteligencia, se alejó del amor divino.
   Siempre ha sido un misterio desafiante el hecho del pecado original, por el cual los hombres se apartaron del plan de Dios.
    Lo afirma con claridad la Palabra divina y la enseñanza permanente de la Iglesia. Fue una ofensa a Dios la que comprometió a todos los hombres que descendieron de los primeros padres pecadores. Desde entonces todos nace­mos en estado de pecado, sin poder llegar ya por nuestras solas fuerzas naturales a la amistad eterna para la que habíamos sido creados.
    En la historia de la humanidad existe la conciencia colectiva de que los hombres se han alejado de Dios y se han hecho acreedores  de un castigo.
    Para conseguir la liberación de ese castigo Dios quiso enviar al mundo un Salvador y lo anunció desde el principio de la humanidad, aunque esa promesa fue haciéndose cada vez más explícita y clara. Llamamos pecado original a ese misterio del mal que alejó desde el prin­cipio a los hombres de Dios. Y llamamos salvación al perdón generoso que Dios quiso conceder a los hombres pecado­res. Aunque per­donados, no conseguimos la total liberación de los efectos del pecado.
   Por eso el hombre sufre con la concupiscencia o inclinación enfermi­za que nos queda hacia el mal. Ella obliga a todos los hom­bres a multiplicar los cuidados y los medios para no dejarse dominar por las malas inclinaciones y por las ocasio­nes de con­vertir en pecado personal esa imborrable secuela del pecado colectivo.

   6.2. Redimido por Cristo.

    Dios no dejó abandonado al hombre pecador. Quiso, por su infinita misericordia, regenerar y rescatar la obra de sus manos. Por ello determi­nó enviar a la tierra a su Hijo divino.
    La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, se hizo car­ne, se hizo hombre, y vino para salvar a los hombres que se habían alejado de su plan inicial.
    A la dignidad de creado por amor, de obra divina dotada de inteligencia y libertad, el hombre añadirá siempre, en consecuencia, la categoría de redimido, de rescatado, por el Hijo de Dios.
    No contento Dios con esa obra maravillo­sa y divina de redención, facilitó a los hombres todos los dones para llegar a la perfección de su amistad generosa.
    Para ello envió al Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santa Trinidad, el cual regaló al hombre sus dones y su gracia inmensa, le iluminó con sus inspiraciones y le fortaleció con sus riquezas divinas.
    Llamamos gracia santificante a ese estado de amistad divina a que Dios invita a cada hombre en particular o a la familia total de la humanidad.
    Y llamamos pecado al alejamiento de Dios por cualquier acto o actitud que aleja de esa amistad de Dios. Como Dios ha querido hacer al hombre libre y responsable de sus decisiones, el estado de gracia o de pecado en que el hombre se halle depende de su libre op­ción y de sus continuas elecciones.
   Los sistemas morales que desconocen la dignidad humana y su libertad, como son el naturalismo, el pesimismo, el deter­mi­nismo, el fatalismo, el materialismo, no ayudan al hombre a descubrir su identidad creacional y deben ser rechazados como formas cristianas que expli­can la realidad y la vida humanas.

 


  

7. El prójimo

   Lo más significativo del mensaje de Jesús es su proclamación universal de la salvación. Todos los hombres han sido llamados por El a la salvación y eso hace que el hombre no pueda, en lenguaje cristiano, refugiarse en sus intereses individuales. De mirar a los demás, sobretodo a los más próximos.

   7.1. El hermano prójimo.

   El hombre creyente debe, como her­mano de otros hombres asociados a El, trabajar por la salvación de todos.
   El ejemplo, el modelo de hombre entregado a los demás, es Jesús. Hom­bre nacido en lo más recóndito de un pueblo elegido, se declaró Hijo de Dios, Redentor y camino de vida.
  Es el modelo de hom­bre que ama al prójimo y da testimonio de ese amor. Su  mensaje de fraternidad, abierto por designio divino a la universalidad del mundo, es el eje de su moral de vida:
  Un sólo mandamiento da, el amar al hermano como El ha amado a todos. Es un mensaje que recuerda a los hombres su categoría sobrenatural.

    7.2. La fraternidad

    Por eso en la catequesis hay que superar las tentaciones individualistas y hacer ver que la dignidad del hombre no se puede entender en plenitud si no es en relación a los demás miembros de la hu­manidad. Todos están llamados al amor fraterno y todos son iguales ante El y están destinados por igual a la salvación.
    Al igual que al Apóstol Pedro, cuando fue llamado a anunciar la salvación por primera vez a los gentiles, todos los cristianos hemos de estar abiertos a reconocer lo que decía al entrar en la casa del pagano Cornelio: "Ahora comprendo que para Dios no hay diferencias. Toda persona, sea de la nación que sea, si es fiel a Dios y se porta rectamente, goza de su estima" (Hech. 10. 34-35)
    Y ese mismo sentimiento domina en todos los creyentes a medida de que van progresando en el sentido cautivador de la fe en Jesús. Se dan cuenta de que todos somos iguales ante Dios y que hemos de hacer lo posible para que los demás conozcan el mensaje de salvación que les llevará a la verdad y a la felicidad eterna.
   También el apóstol Pablo expresaba sus sentimientos con estas hermosas pala­bras: "Toda diferencia entre judío y no judío ha quedado superada, pues uno mismo es el Señor de todos y su genero­sidad se desborda sobre todos los que le invocan. Por eso la salvación está al alcance de todo aquel que eleva su corazón al nombre del Señor. Pero, ¿cómo le podrán invocar si no creen? ¿Y cómo van a creer si no han oído su mensaje?¿Y cómo va a proclamarse el mensaje si no existen mensajeros? Cierta es la Escritura cuando dice: ¡Dicho­sos los que llegan anunciando las buenas nuevas!"   (Rom 10. 12-14)
    Por eso el respeto al prójimo está innato en el corazón cristiano y se comete un des­orden contra la humanidad cuando se olvida uno de los demás.
    Y se aleja el corazón del mensaje cristiano cuando uno se esconde en la pro­pia mezquindad y no se aprecia al prójimo en todo lo que signifi­ca en el mensaje cristiano.

   7.3. El hombre caminante

   La igualdad humana se nos manifiesta en nuestra cualidad de estar en el mun­do de paso. Nuestra patria definitiva no se encuentra en la vida presente, limitación y llena de obstáculos, sino que estamos destinados para una vida supe­rior cada vez más consciente.
   La vida cristiana es precisamente la manera de entender la vida humana con criterios y perspectivas de Evangelio. El hombre cristiano puede vivir su fe de diferentes maneras y con diversidad de estilo, intensidad y reclamos.
   Cuestión interesante es el nivel de nuestra pertenencia al grupo de los se­guidores de Jesús. Tene­mos que ser conscientes de la cali­dad y autenticidad de nuestra vida cristiana.

   7.4. Variedad de actitudes

    Pueden ser muchas las situaciones y los modos de hacerse presente en la sociedad como "hombres cristianos".

   7.4.1. Cristianos de número

   Hay cristianos sociológicos, que casi sólo lo son de número. Lo son porque les bautizaron de pequeños, siguiendo costumbres frecuentes en nuestro ambiente. No han renunciado a serlo, pero viven sin apenas darse cuenta de lo que significa.
  
   7.4.2. Cristianos de cumplimiento

   Hay cristianos meramente practicantes y cumplidores. Son los que realizan ruti­nariamente con ciertos actos de culto y se sienten superficialmente comprometidos con las exigencias de la doctrina cristiana.

    7.4.3. Cristianos eventuales.

   Los hay oscilantes y ocasionales cuyas actitudes y compromisos varían según las circunstancias y las influencias en que se desenvuelve su vida.

    7.4.4. Cristianos de compromiso

   Hay cristianos comprometidos en función de ámbitos o secciones que les corresponde vivir: familiar, laboral, convivencial.

    7.4.5. Y hay cristianos fecundos

    Son los que se ponen dinámicamente al servicio del Reino de Dios. No se contenta con ser ellos seguidores de Cristo, sino que experimentan el anhelo de la fecundidad y quieren que todos los demás lleguen a poseer su grandeza y sus beneficios. Hacen lo posible, con su palabra, con su trabajo o con el testimo­nio de su vida, para que todos conozcan la doctrina de Jesús.

    8. Perfección humana.

    Por naturaleza, el hombre siente el deseo, la necesidad, de la mejora continua del enriquecimiento progresivo.
    Es un deber humano irrenunciable el trabajar por el progreso personal y colectivo. Es lo que solemos llamar la perfección y a la fecundidad tanto individual como colectiva.
    Esta tendencia afecta por igual a los aspectos naturales y propios de su realidad terrena: cultura, seguridad, salud, etc. Pero abarca a todas sus dimensiones sobrenaturales: gracia, bondad, caridad. Precisamente la catequesis debe saber armonizar ambas dimensiones según la capacidad de asimilación del catequizando.

    8.1. La perfección natural

    Cuestiones como la salud, bienestar, seguridad, orden, trabajo, convivencia, leyes, cultura, ciencia y técnica, se deben insertar en ese natural deseo de mejora que debe ser mirado como ex­presión natural de la naturaleza progresiva del hombre y la catequesis ha de lograr iluminar desde la óptica de la fe.
    El cómo lograrlo va a depender en gran medida de la habilidad del catequista, del nivel madurativo del catequizando y de la óptica moral y espiritual desde la que se hará la tarea catequística.
    En clave cristiana, para iluminar las realidades de la vida, no basta ni el tecnicismo ni el humanismo: no es sufi­ciente ni el socialismo ni el individualismo; no clarifica la vida ni el hedonismo ni mero progresismo. Nuestra dignidad humana, a la luz de la fe cristiana,  reclama la referencia a nuestra pertenencia a la Iglesia de Jesús.

    8.2. La perfección espiritual

    Elevado a la categoría de "señor del universo", el hombre no es una criatura más en el conjunto de las criaturas maravillosas que pueblan los mundos he­chos para ser su hogar.
    Se siente llamado también a progresar espiritualmente, pues conoce y cada vez descubre mejor que llamada interior a la perfección también sobrenatural.
    A su singularidad natu­ral hay que añadir el misterio de su amistad divina única, es decir sobrenatural. Dios le ha hecho capaz de su gracia, de llevar vida regulada por dones divinos, y de tener un destino eterno en unión con El.
    Pero esa elevación, o vocación sobrenatural, supone para el hom­bre una respon­sa­bilidad grande. En le existe la llamada a la santidad, es decir a la perfección cada mayor en todo lo que se relaciona con su referencia a Dios.
    El hacer comprender esa segunda dimensión del hombre es precisamente otro de los objetivos elevados de la buena catequesis.

   8.3. La igualdad humana

   Una cuestión básica en el cristianismo es el reconocimiento de que todos los hombres somos iguales ante Dios y ante los demás. Cual­quier discri­minación resulta ofensiva para las personas, en el orden del Derecho si afecta a la igualdad natural; y en el orden de la Revelación si compromete la igualdad ante Dios.
    La unidad, la igualdad, la solidaridad, la fraternidad, es todo ello sinónimo de la caridad y del amor. Mientras los hombres nos separemos por razas, clases, gru­pos, partidos y niveles, la rivalidad será el patrimonio de la sociedad y del desorden.
   Mientras nos sintamos hermanos, hijos del mismo Padre, estaremos en disposición de unión y de comunidad. Si nos absorben las diferencias y toleramos las discriminaciones, nos alejamos de los planes de Dios.

   8.3.1. Rechazo de discriminaciones.

   El mundo que nos toca vivir está lleno de clasismos:
   - Hay multitud de clases sociales: ricos y pobres, fuertes y débiles, cultos y analfabetos, campesinos y urbanos. ¿Cómo mirará Dios a cada uno de los pertene­cientes a esos grupos?
   - Resulta natural la división en razas, pero no es aceptable discriminar por ellas. El color de la piel o la confi­gura­ción del rostro no afectan para nada a  la dignidad del alma y a la universal llama­da divina a la salvación. Con frecuencia nos senti­mos encastillados en un grupo racial. No es cristiano, ni humano, tolerar ni justificar ninguna distan­cia racial ante Dios.
  - También es desagradable ver las dife­rencias sociales de los sexos y la discriminación que, en nuestra cultura, se hace a veces de la mujer. Dios hizo al hombre masculino y femenino y la igual­dad ante Dios es una ley radical en el orden de la convivencia natural y en el plano de la dignidad sobrenatural.
  - Otros muchos criterios y factores divi­den a los hombres: sus ideas políticas, sus creencias religiosas, sus estudios y niveles culturales, su profesión, trabajo y oficio, su situación social o su forma de vida, su misma capacidad mental.

   8.3.2. Igualdad sobrenatural

   La igualdad de todos los hombres ante Dios condiciona la vida espiritual de todos los humanos. Pero lo cristianos deben descubrir más a fondo las raíces de esa igualdad espiritual.
   - Todos hemos recibido el mismo Bau­tismo y lo he­mos desarrollado con una vida cristiana cada vez más consciente y más comprometida. Incluso hemos llega­do a la plenitud bautismal con el Sacramento de la Confirmación.
   - Todos vivimos con frecuencia los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, con lo cual aumentamos nuestra riqueza espiritual y nuestra gracia divina.
   - Todos sentimos por igual la cercanía de Dios y de Jesucristo con la Oración y nos atreve­mos a llamar Padre a Dios, recitando la oración que Jesús enseñó.
   - Nos alimentamos todos con la misma Palabra de Dios, y ella nos llena de energía divina al contemplar los hechos del mismo Cristo y al reflexio­nar sobre sus enseñanzas.
   - Nos sentimos iguales en la Iglesia y no nos contentamos con hacer número, sino que pretendemos a veces protagonizar servi­cios a los otros hermanos en la fe, bien rezando por y con ellos, bien haciendo trabajos o esfuerzos por los más necesitados. Los ministerios que realizamos en la comunidad cristiana nos iguala a todos los sexos, a todas las razas a todas las clases o grupos

   8.4. Evangelio e igualdad

   El mensaje de Jesús fue siempre bien claro en torno a la unidad. Para Jesús todos los hombres son iguales ante El. Todos los hijos son idénticos ante el  Padre del cielo.
   San Pedro escribía: "Vosotros llamáis Padre a quien trata a todos sin favoritismos y según su comportamiento. No debéis ir jugando con vuestro destino eterno... Mirad que habéis nacido, no de un padre mortal, sino de un inmortal, que tiene palabras vivas y perma­nentes" (1 Pedr. 1. 17 y 24)
   Santiago añadía: "No es dejéis llevar de discriminaciones, porque entonces cometéis pecado y la ley os acusará de transgresores. (Sant. 2. 9)
   Y Juan daba la razón de la unidad de los cristianos:  “¡Qué amor tan inmenso ha tenido el Padre, que nos proclama y nos hace hijos suyos a todos. Que todos somos hijos de Dios, aunque el mundo no sepa quiénes somos!" (1 Jn. 3.1)
   La actitud correcta en la catequesis del hombre la da el grito de S. Agustín al comenzar sus libros de las "Confesiones": "Nos hiciste Señor para Ti y nues­tra corazón se halla siempre inquieto hasta que descansa en Ti! (Conf. 1.1)
   Aunque también es cierto que el hombre puede volverse malo, si no es fiel a las inspiraciones de Dios. Lo decía un pensador de la Igle­sia:
   "¡Oh hombre! Eres mezcla de cielo y tierra. Eres majestad empequeñecida hasta la bajeza. Eres flor fragante rápidamente convertida en semilla ponzoño­sa. Eres indignidad disfrazada de una ­valen­tía aparente. Eres fragilidad que se doblega ante la fuerza. Tú nunca te ha­llas más cerca del crimen y del deshonor que cuando has coronado una empresa que te ha llenado de fama."  (Cardenal  H. Newman. Drama de la ancianidad. 24)