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Hombre, y también mujeres en femenino, que se dedicaban al culto de los santuarios. Diosas egipcias, como Isis, o babilónicas, como Istar, (la Astarté entre los cananeos) los tenían como siervos cultuales con un carácter preferentemente sexual.
Su figura y su labor fue objeto de condena por parte de los profetas israelitas (Jer. 3.2.; Os. 4.14; Miq. 1.7), que los vieron como un peligro para Israel y en ocasiones también como inductores a un culto sacrílego que se introdujo en algunos santuarios (Deut. 23. 18; Num, 25. 1-8; 1 Rey. 15.12).
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