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Sacrificio ofrecido a Dios en los tiempos antiguos y en el que se quemaba la totalidad de la víctima como homenaje supremo y total a la divinidad.
El holocausto (olokaustos, todo quemado) implicaba la totalidad de la ofrenda y el reconocimiento pleno de la entrega y adoración a la divinidad.
En el Antiguo Testamento, el holocausto era el sacrificio más significativo del templo y estaba prescrito en las solemnidades especiales, sin que los oferentes pudieran participar de parte de la victima, como acontecía en los otros sacrificios (propiciatorio, eucarístico, impetratorios)
En el Nuevo Testamento, entre las diversas alusiones a los sacrificios (45 veces) y a las ofrendas (66), sólo en cuatro ocasiones aparece el término (holokautomas): en Mac. 12. 33 y tres veces en la Epístola a los Hebreos. La escasez es debido a que los escritores sagrados miraban el holocausto como ya superado por la muerte de Cristo, que ha sido el verdadero sacrificio: "Sacrificios y holocaustos por el pecado no han agradado" (Hebr. 10. 8). Además la ley del Nuevo Testamento ya no es la del templo, sino la de la caridad fraterna: "Amar a Dios y al prójimo vale más todos los holocaustos y sacrificios." (Mc. 12.33)
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