INTELIGENCIA
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   Facultad humana de poder conocer (acción pasiva o receptiva) y elaborar (acción operativa o productiva). Es equivalente a decir entendimiento (que alude más a los receptivo) o razonamiento (que alude más a lo operativo)
   Como facultad humana primordial ha sido amplia y profundamente estudiada por los filósofos, sociólogos y psicólogos de todos los tiempos.
   Más que definir ahora su estructura psicológica, interesa describir sus actua­ciones y analizar su valor como órgano receptor de ideas y como fuente produc­tora de los contenidos religiosos.
  
   1. Conceptos de inteligencia

   Siendo tan importante y definitiva en la marcha humana la inteligencia, es impor­tante entender lo que es exactamente como facultad y como actuación.

 

 

  1. Definiciones rechazables

     Aquellas que la identifican con el cono­cimiento animal y la hace solo efecto de estadio más evolucionado de los seres vivos.
      Esto afirman las teorías fisiologistas y biologis­tas. Identifican la inteli­gencia humana como una supera­ción de los procesos captativos de los anima­les superiores. En los seres más desa­rrolla­dos, en los mamíferos, existe un cere­bro capaz de registrar y coordinar los datos senso­riales. La inteligencia se explica por la riqueza asociativa (aso­ciacio­nismo) de ese cerebro. Así la formulaban K. Köhler (1877-1965) o R. M. Yerkes (1872-1962), que multipli­caron su inves­ti­gación con los animales más parecidos al hom­bre, ten­diendo a explicar la mente humana como idéntica a la animal.

   1.2. Definiciones históricas

   Desde los primeros tiempos filosófi­cos, la inteligencia como capacidad y el cono­cimiento como fruto de esa capaci­dad, han estado en el centro de las preo­cupa­ciones e investigaciones filosóficas.
   Tres modelos históricos de explicar el conocimiento han expresado tres teorías:

   1.2.1. Platón (327-347)

   Desencadena la idealista y la identifi­ca con la capacidad de recordar lo que el alma ha contempla­do en el Olimpo, o mundo de las ideas, donde supone que ha vivido. El hombre conoce las cosas porque tiene ideas innatas de ellas.
   Todo lo la mente hace en este mundo es re­cordar y recomponer lo que ya ha captado y entendido en el otro. El estímulo de este conocimiento son las realidades presen­tes, que no son otra cosa que reflejos de las realidades auténticas del otro mundo.
   Platón es el primero que usa el término idea, en cuanto visión interior. Y sus postulados se prolongan en la historia a través de sus muchos seguidores, entre los que destacan el genial S. Agustín (359-430), quien hace de la inteligencia un proceso de iluminación interior; y Descartes (1596-1650) que iguala la mente a una "sustancia cogitans o pen­sante", que engendra los conceptos.

    1.2. 2. Aristóteles (384-322)

   Rechaza la interpretación gratuita y literaria de Platón y explica la capacidad del conocimiento por el proceso de abstracción que hace la mente, a partir de las impresiones múltiples que entran por los sentidos. Los datos sensoriales son almacenados y superpuestos.
   Lo que hace la mente o inteligencia es organizar, comparar, procesar; y, en definitiva, abstraer. Las ideas son productos de la inteligencia y son siempre adquiridas con los sentidos.
   A partir de la Edad Media, los árabes, como Averroes (1126-1198), y los cristianos, como Sto. Tomás (1225-1274) o S. Alberto Magno (1200-1280), explican la inteligencia como proceso de lectura interna, (intus-legere = inteligen­cia)

   1.2.3. M. Kant (1724-1804)

   Inicia una revi­sión profunda sobre la naturaleza y la importancia de la inteli­gencia, convirtiéndola en una labor lenta y minuciosa que va desde la captación de las impresiones sensoriales por el "entendimiento empírico", hasta su organización e identificación por el entendimiento puro. La inteligencia es la fábrica que elabora las ideas; no las recibe.
   Con Kant nace una gran inquietud por el modo de conocer humano, ya que está convencido de que, si se trabaja bien con el entendimiento, éste se protege del error. En su inquietud participan todos los racionalistas del siglo XVIII y los  idealistas del XIX. Para todos ellos, como en el caso de W. Hegel (1770-1831) o de Fichte (1796-1879), el hombre tiene que valorar su mente como la principal ener­gía creadora. Es la que le asegura el descubrimiento de la realidad y la pose­sión segu­ra de la verdad. Incluso es la única fuerza humana que le permite al hombre vivir, actuar, relacionarse, progresar y llegar a ser inmortal.

   1.2.4. Los contrastes

   Los estudios y los escritos sobre la inteligencia se multiplican desde el siglo XIX. Y, si a lo largo del siglo y luego en el XX, existe una atención prioritaria a la forma como la mente actúa, sin duda se debe a los muchos trabajos reflexivos realizados por los filósofos y por los sociólogos.
   Todos ellos se mueven por su especial interés por la ciencia moder­na que llama la atención, exige respuestas y plantea­mientos teóricos y abre insospechadas cuestiones que no son simples interro­gantes, sino que reclaman soluciones más cercanas. Los últimos siglos han sido propensos a las grandes teorías en todos los terrenos científicos. Ello exige saber lo que es la inteligencia.

 

2. Teorías psicológicas

   Son tantas las opiniones y las teorías sobre la inteligencia, que hoy resulta un verdadero laberinto frondoso y contradictorio. Es difícil aceptar una definición. Podemos clasificar las diversas inter­pretaciones de la siguiente manera.

   1.3.1. Aptitudinales y operati­vas.

   Son to­das aquellas que, sin entrar en la esencia de la capacidad intelectual ni del hombre, hacen de la inteligencia una facultad para elaborar productos abstractos y realizar operaciones. Las interpretaciones de estos "intelectuales" varían con sus generales actitudes filosó­fi­cas.
  -  A. Binet (1857-1911) entiende la inteligencia como la "capacidad de hallar solu­ciones concre­tas o abstractas a los diver­sos problemas con que se encuentra el hombre". Por eso intenta, por ejemplo en su obra "Medida de la Inteligencia", cuantificarlas de alguna manera, al menos a través de sus operaciones.
    -  M. L. Terman (1877-1950), preci­sa el concep­to de inteligen­cia y la hace "capacidad de razonar abstractamente". En su libro "La Inteligencia, el interés y la acti­tud", de 1923, insiste en la valoración de la generalización.
    -  A. Gemelli (1878-1959) más recientemente, en su "Psicología" prefiere entenderla como "La capacidad de establecer relaciones".
    -  J. Piaget (1896-1960) la entiende como "fuente de operaciones concretas y abstractas", lo que equivale a darle gran sentido dinámi­co.

  1.3.2. Teorías factorialistas.

  Son aquellas que parten de una concepción pluralista de la inteligencia, haciéndola resultado de diversos factores.
   Los factores, concepto matemático que se halla en la base de un producto que de ellos procede, son rasgos o elementos interrelacionados, cuyo producto final es el pensamiento. En el factorialismo lo importante no es definir lo que es la inteligencia, sino entender como actúa y analizarla desde los elementos que con­di­cionan su acción en el exterior de la persona que la posee y saca provecho de ella. Entre las teorías factorialistas, que tienen importancia práctica por estar actualmente más extendidas, se dan variedad de planteamientos.
     + Monofactorialista es la interpretación de Ch. Spearman (1863-1938), para quien en todo proceso o resultado intelectual existe un factor General (G) y variedad de factores particulares o especiales (s). La inteligencia es sobre todo la raíz y la manifestación del Factor G, que e! el que se halla presente en toda operación mental.  Así lo afirma en su libro "Naturaleza de la Inteligencia", de 1923.
     + Plurifactorialistas son las que hacen de la inteligencia el producto final de varios factores interrelacionados. El más representativo e influyente fue L. Thurs­tone (1877-1955), quien en su "Estudio factorial de la inteligencia", describe cuáles son los factores cuyo numero nunca determina plenamente.
     Los significativos la compren­sión verbal (V), la fluidez verbal (F), la capacidad espacial (S), la veloci­dad perceptiva (P), la comprensión numérica (N), la abstracción (A), la memoria asociativa (M), el razonamiento (R), la inducción (1) y la deducción (D).

    1.3.3. Otras teorías.

   Pueden ser las de E. L. Thorn­dike (1874-1949), que la definía en 1927 como "la capacidad de responder ade­cuadamente desde los verdadero", es decir, la posibilidad de entender el entor­no del hombre.
    -  El psiquiatra D. Weschler (1896-1981) prefería entenderla en 1939 como "el hecho básico interior, que diferencia normalidad y anormalidad".
    -  J. Cattell (1860-1944) era partidario de no definir lo que ella es, "siendo más útil el obser­var y ordenar sus nanifestaciones y sacar provecho".
 
   1.3.4. Y algunas recientes
  
    La interpretación más difundida en los tiempos actuales sobre la inteligencia es la llamada creativista, debida a J. P. Guilford, que en 1950 publicaba un ensayo con el título de "Creatividad". En ese estudio, que tuvo gran repercusión social, y se mantuvo dentro de la corriente factorialista, entendía la Inteligencia como "la capacidad de enfrentarse diná­micamente con la realidad".
   En sus estudios posteriores, por ejemplo en "La estructura de la Inteligencia", de 1956, y en "La medida y el desarrollo de la creatividad", de 1962, o en "La estructura factorial de la inteligencia", de 1964, perfila la teoría de la inteligencia como resultado de diversas operaciones que conducen a diversos productos en diversos campos, contenidos o terrenos.
    El centro de referencia es, para Guilford, el pensamiento divergente o expansivo. El pone al sujeto en disposición de resolver cuestiones. Para ello precisa iniciativa, fantasía, originalidad, inventividad, productividad, expresividad... y cuantas fuerzas le proyecten a actuar, no en función de aprendizajes (memoria), sino originales (fantasía y dinamicidad).
   La interpretación de Guilford, tal vez sobrevalorada en los últimos tiempos, es una respuesta válida a los desafíos que plantea la vida moder­na. Por eso se aleja de interpretaciones especulativas y prefiere las pragmáticas, al mismo tiempo que operativas y personales
    Y no menos resonancia tiene en tiempos posteriores la teoría de la Inteligencia emocional, del periodista Daniel Goleman, que integra la idea de inteligencia en el contexto de la personalidad y la vincula, en estrecha dependencia de la afectividad, a las actitudes, a los sentimientos, a los afectos y emociones. Se entiende y se profundiza mejor lo que agrada que lo que  desagrada; y se descubre más fácilmente la realidad y con más profundidad cuando se actúa con interés y preferencia.


 
 

 

 

   

 

 

 

 

   2. Operaciones mentales

   Sea cual sea la mejor definición de inteligen­cia, lo más importante en el orden práctico es analiza que esta facultad es capaz de hacer.

     2. 1. Modos de actuar

   En general, la mente realiza un proceso que va desde a impresión de los datos hasta su expresión interior, por medio de la com­prensión y la expresión exterior a través del lenguaje.
     - La impresión consiste en la labor sencilla y decisiva de captar, por vía sensorial, tanto interior como exterior, aquellos objetos que se presentan como pensamiento.
     - La comprensión supone la elaboración y ordenación de esos datos recibidos. Sólo la mente  puede organizarlo en conformidad con las leyes naturales de la lógica o coherencia y de la crítica o discernimiento sobre su realidad.
     - La expresión equivale a la formulación de conceptos y relaciones, que se efectúa de forma múltiple en sistemas cada vez más complejos del pensamiento.
    Si la expresión es interior, el resultado lo llamamos pensamiento. Si es más bien exterior, lo solemos denominar lenguaje. Ambas cosas, interna y externa, son correlativas.

     2.2. Resultado es el pensar
 
    Pensar es más que comprender. Es encadenar datos y comunicarlos a sí mismo primero y a los demás después.
   En especial, la mente configura su pensamiento en tres niveles exclusivos del hombre. A ninguno ellos llega el animal, el cual sólo puede asociar impresiones sensoriales y reaccionar con más o menos facilidad ante ellas
   Los tres niveles del pensamiento humano son los siguientes:

   2.2.1.  El idear o concebir.

  Es la operación más sencilla. Con ella producimos ideas (o visiones interiores) o conceptos (productos concebidos en la mente). Expresamos interiormente obje­tos o realidades recibidas del exte­rior.
   Lo hacemos de dos formas:
      - de una manera rápida o singular, a partir de un objeto único, elaborando entonces intuiciones;
      - o de manera más lenta o acumulativa, usando objetos que se superponen en la mente y conseguimos abstraccio­nes o ideas generales.
      Intuir y abstraer son, pues, los dos modos de idear o de concebir.
      Los términos, vocablos o palabras son las expresiones verbales, orales o escritas, con las que expresamos al exterior las intuiciones y las abstracciones.

   2.2.2. Juzgar o relacionar.

   Es la ope­ración por la que comparamos dos conceptos. Nuestra mente relaciona los conceptos y puede concluir que concuerdan o que discrepan; inclu­so, puede vacilar ante esa comparación.
   Por eso, las relaciones o juicios pueden hacerse de tres formas.
  - Afirmar es expresar la concordancia de dos conceptos. Cuando decimos: la casa es alta, compararnos casa y altura.
  - Negar es expresar discrepancia entre los dos objetos. La casa no es alta.
  - Dudar es mostrar la imposibilidad de la mente para expresar la concordancia o la discrepancia. Conduce a formular juicios indefinidos, imprecisos, dubitativos que se formulan en forma de posibilidades, sospechas, dudas o interrogantes.
    La expresión externa del juicio se hace mediante las frases, las propuestas, las sentencias.

   2.2.3  El razonar.

    Equivale a elaborar series o cadenas de juicios relacionados entre sí, que tienen algún tipo de nexo o de vinculación.
   Es la operación más compleja de la mente. A ella llegamos sólo cuando hemos adquirido suficiente grado de madurez o capacidad mental para hilvanar juicios.
   La expresión externa de los razonamientos se llama argumentación.
   El razonamiento interior, y la argumentación exterior, pueden hacerse de muchas maneras.
       - Deducir es razonar, partiendo de juicios generales para conseguir juicios particulares.
       - Inducir es llegar a juicios generales desde varios particulares.
       - Analizar es razonar, haciendo juicios sobre aspectos parciales.
       - Sintetizar es razonar con juicios global, unitarios, sintéticos
      - Discurrir es haces juicios sucesivos, sin repetir ninguno, hilvanados.
       - Reflexionar es razonar reiterando o repitiendo varios juicios

    A la luz de todos estos procesos y formas el pensar no es difícil entender que el formar la mente en cada uno de los campos en los que podemos actuar con ella es de la máxima importancia.
    Por ejemplo, al referirnos al campo religioso habremos de trabajar con con­ceptos abstractos (Dios, alma, salvación, amor, virtud, misterio, revelación) y necesitaremos mucho tiempo, paciencia, ejercicios previsión a las afirmaciones o negaciones. Necesitaremos que la mente haya madurado lo suficiente. Entenderemos lo original que transmitir esos conceptos a los niños pequeños y la gran tarea que ello representa.
    Detrás de los conceptos, podremos hacer juicios (Dios es bueno, el alma es pura) Y al final podremos argumentar (el alma es pura porque Dios es bueno y así lo ha querido).
   Cuando esto se comprende, las prisas ceden, los esquemas mentales se flexibilizan, se respeta el ritmo de cada persona, se hace lo que se puede y se pide a Dios que El mismo haga el resto.

  3.  Medida de la inteligencia,

   Siempre ha existido entre los psicólo­gos cierto empeño por explorar y medir la capacidad intelectual de los hombres, unas veces por simple curiosidad científica y humana; y también se ha desarrollado el interés por tratar más adecuadamente a cada uno, sobre todo en los años de la formación de la inteli­gencia.
  Hay dos maneras de conseguir este objetivo:
  + La primera es empírica, vulgar y global. Los productos de la mente indi­can cómo es cada uno. Llamamos "listos o inteligentes" a los que piensan bien, se adaptan con habilidad y consiguen resul­tados buenos en la vida por sus ideas.
   + La otra es más técnica, científica y rigurosa, más objetiva y comparativa.
    - Se suele hacer con pruebas o tests mentales, que son instrumentos que permiten de alguna forma el medir los resultados de la mente.
   El primero que elaboró un test científico de inteligencia fue A. Binet, que en 1905 trató de medir la inteligencia por su capacidad de resolver cuestiones o problemas. El fue quien habló del concepto de madurez mental, estableciendo la relación entre instrucción lograda y edad cronológica o tiempo vivido.
   E.M. (edad mental) =
        E.I. (Edad de Instrucción) /
         / E.C. (Edad cronológica)
   Más tarde, en 1912, la edad mental fue cambiada por el C. I. (Coeficiente inte­lectual) por los psicólogos W. Stern (1871-1938) y O. Kulmann (+ 1886).
 
   Hicieron del C.I. una relación entre la madurez mental (edad mental) y la edad cronológica:
          C.I = E.M / E.C
 
 Los tests mentales comenzaron siendo globales, lo que equivalía a decir que medían unitariamente la inteligencia. Tal fue el caso de algunos tests como el de Raven, el de Ballard y los de Binet, Terman, Yerkes y otros.
   Más tarde se hicieron tests dife­rencia­les o factoriales, como fueron las bate­rías o grupos de pruebas intelectuales. Ejemplo es el de Thursto­ne, conocido con las siglas PMA (Primaries mentals abilities, en inglés).
   Los tests se  multiplicaron y diversificaron enormemente en el campo intelectual, siendo masiva su aplicación y muy variado su estilo, forma o intención.
   También surgieron otros modos de expresar los resultados de los tests con instrumentos de expresión numérica, como los percentiles mentales o las medidas típicas, absolutas o relativas.
   Teniendo un criterio de medida, se puede intentar su desarrollo si parece viable. Y se puede acomodar los contenidos a las capacidades intelectuales de las personas.
   Desenvolvemos la inteligencia cuando hacemos lo posible por aumentar su capacidad y cuando establecemos cau­ces para el ejercicio oportuno de sus operaciones. Pero también la ayudamos a madurar cuando sabemos crear las condiciones mejores para que se ejercite.
  Lo primero que uno tiene que hacer respecto a su inteligencia es conocer sus capacidades y aceptarse como es intelectualmente. Los que no se conocen difícilmente pueden ser prudentes ni modestos; están propensos a errores de procedimiento y a veces de fondo; no se acomodan con realismo a las situaciones y se deprimen; y a veces añaden dificultades evitables a las que ya de por sí aporta la vida.
   Algunas pruebas de capacidad mental pueden ayudar a todo educador a calcular el nivel que puede imprimir a su actividad y la capacidad de comprensión que pueden tener sus educandos.

 
 

 

4. Los niveles mentales

    D. Y. Weschler (1896-1981), a partir del concepto de coeficiente mental o de edad mental, elaboró una escala, muy difundida en su tiempo, que sigue hoy empleándose.
   Su base es el concepto de C.I (Coeficiente mental) y hace posible catalogar a las personas por su nivel mental y sospechar con aproximación su capacidad de comprensión.
 
      La escala simplificada es la siguiente:

     1. Genios son los que tiene coeficiente de 140 o superior. Po­seen gran facili­dad para la abstrac­ción y para la comprensión. Cuentan con enormes recursos para los trabajos teóricos. Pero también corren el riesgo de no adaptarse bien a la vida, tanto por sus exigencias ante los demás como por cierta dificultad para vivir armónicamente en grupo.

     2. Superdotados son los que se mue­ven entre 120 y 130 de C.I. Son muy capaces desarrollan intensa actividad intelectual en múltiples frentes. Pero también encuentran dificultades para acomodarse a los que son lentos.

   3. Listos están entre 120 a 110. Son los que muestran habilidad mental. Poseen recursos en todos los terrenos. Pueden, en oca­siones, confiar en sus capacida­des y fiarse de sí mismos multiplicando sus campos de trabajo.

    4. Normales son lo que tiene entre 110 y 90. Sus aciertos dependen del cultivo de su inteligencia. Sus capacidades pueden aprovecharse al máximo si son ordenados y previsores. Todo para ellos depende del trabajo con que se ayuden. En la medida en que su inteligencia se cultiva pueden rendir lo suficiente para salir airosos en las diversas empresas

    5. Los torpes se mueven entre 90 y 80.  Tienen que hacer esfuerzos para avanzar y aceptar sus limitaciones. Con frecuencia precisan ayuda exterior. Es bueno que se acostumbren a acomodar sus aspiraciones a sus posibilidades.

    6. Los deficientes están entre 70 y 80.
Son frágiles y no pueden con muchas de las pretensiones que les pueden sugerir los padres o los educadores. Pueden llegar a la frustración y al fracaso.
   No se les debe exigir más de lo que pueden dar, sobre todo tratándose de conocimientos abstractos

    7. Muy deficientes son los que su coefi­ciente está por debajo de 70. Pueden ser medios, severos y profundos según su nivel. En todos los casos no pueden seguir procesos normales y precisan en todos lo terrenos, también los religiosos, una atención singular.

 

  

 

   

 

 

     5. Educación intelectual

     La inteligencia, como las demás facul­tades psicológicas, tiene que ser protegida, cultivada, orientada en lo posible. Todo educador tiene que suplir lo que la persona no es todavía capaz de hacer.

 

  Hay que hacer lo posible para que las cualidades y posibi­lidades se desarrollen el máximo, pero también para que las ideas, los juicios, los razonamientos, no resulten ocasión de margina­ción.
   Cultivar la mente supone exigencias:
      - Crear hábitos de reflexión y de promoción cultural como norma de vida.
      - Fomentar la curiosidad intelectual para saber cada vez más y expre­sarlo.
      - Enriquecer el vocabulario y la habilidad reflexiva juzgando y argumentando.
      - Promover en sí mismo la creatividad y la autonomía en el pensamiento.
      - Desarrollar la apertura dialogal, para enriquecerse con los demás.
   Por otra parte, es de suma importancia no aislar la inteligencia del conjunto de la personalidad, pues los intereses, las motivaciones, los gustos cuentan en ella.
    Es la teoría de la "inteligencia emocional" de Daniel Goleman, que resalta la importancia que tiene la emotividad, es decir el campo de las actitudes para las mismas operaciones mentales: relacio­nes, abstracción, vocabulario, compren­sión, expresión, etc. Es preciso cultivar la mente desde la plataforma de la personalidad entera: de la voluntad, de la libertad, de la afectividad.
    En el campo religioso y moral, los valores, como la fortaleza y la responsabilidad, la alegría y la solidaridad, o los hábitos del orden, del esfuerzo y de la prudencia y la previsión, pueden ayudar mucho en el desarrollo de los conocimientos y en la claridad de las ideas.
    Por eso todo educador que trabaja en estos terrenos debe esforzarse para que los educandos sean los primeros en que­rer saber, en buscar claridad, en juzgar con honestidad y con sinceridad, en perfilar argumentaciones y, sobretodo, sentir gran satisfacción por lo que se va consiguiendo.