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Insuficiencia mental en grado intenso, debido a una deficiencia nerviosa de la corteza cerebral, o constitutiva o funcional. Es término tradicional que, al igual que oligofrenia, subnormalidad, han caído en desuso por peyorativo. Se prefiere hoy hablar, por eufemismo social, de discapacidad mental en nivel inferior al coeficiente 0,30 ó 0,35.
O bien, se emplea, en el modo expresivo y descriptivo preferido por la OMS (Organización mundial de la Salud), como "deficiencia mental severa", dando como rasgo definitorio la incapacidad de alcanzar un mínimo de cultura escolar.
Al margen de la terminología, la idiocia o subnormalidad severa incapacita para las ideas abstractas, limita las potencias congnoscitivas, restringe el lenguaje expresivo, dificulta la motricidad, apenas si deja capacidad para la responsabilidad.
Con todo, los niños en esa situación son capaces de algún tipo de educación motriz y operativa, que mejore su vida social; y las personas adultas son suceptibles de alguna actividad mental elemental o de formas sociales de convivencia limitadas, pero a veces suficientes, aunque precisen siempre apoyos higiénicos y sanitarios.
En la dimensión religiosa, en la medida en que sean capaces de alguna idea sencilla y de sentimientos básicos, tienen derecho humano y religioso a recibir el nivel formativo al que sea posible llegar.
La peculiar estructura de su mente y de su afectividad reclama catequistas especializados, capaces de entender su situación psicológica, o de acercarse a ella, y de respetar el misterio divino en esas personas limitadas, pero dignas de toda consideración y atención pedagógica y eclesial
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