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Proceso consciente o inconsciente por el que se reprime una manifestación a afecto que por naturaleza tiende a seguir un episodio de expresión y desarrollo más o menos rápido.
Según el contenido y la forma de la inhibición puede ser un acto pedagógico o generar una tensión psicológica innecesaria. El naturalismo pretende evitar toda inhibición como contraria a la naturaleza, por ejemplo de los instintos de posesión, de comunicación, de defensa.
Pero el realismo prefiere hacer entender a todos los que quieren oírlo que, gracias a que la inteligencia razona y la voluntad bien formada domina los actos, el hombre puede lograr lo que no es incapaz de conseguir el animal: regular sus palabras, respetar las propiedades ajenas, elegir con oportunidad sus adquisiciones, etc. Inhibirse en este sentido de dominarse, ordenarse, controlarse y renunciar a lo no conveniente por inmoral o por insocial es el alma de toda educación.
Hay un terreno de inhibición que tiene que ver con lo religioso y moral: reprimir o inhibir lo que no va conforma a la dignidad, a la justicia, a la honestidad. Incluso dominar las propias opiniones en moral y en creencias y someterlas a las fuentes de la fe cristiana: Palabra de Dios, Magisterio, Tradición, Comunidad. Esa inhibición es imprescindible cuando el caso llega en el campo religioso cristiano. Hay que llegar a preparar al hombre para él, pues, más que a inhibir por temor morboso, por dependencia servil o por superstición agobiantes, lo que se pretende es orientar la fe libre por el camino del mensaje evangélico.
A los adversarios de la postura "autodominadora" de la moral cristiana hay que hacerles ver que una de la tareas importantes que conducen a la libertad es la norma ordenadora. Ella genera hábitos buenos (virtudes) que evitan los hábitos malos (vicios) y desarrolla valores humanos constructivos de la persona: amor, libertad, paz, felicidad.
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