Interés
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    Es aquello que entra dentro de la personalidad y produce agrado, atractivo y actitud de acogida. Forman manojos de corrientes en el individuo, que configuran la parte afectiva de la personalidad. Son innumerables, tanto como son los objetos externos que los desencadenan.
    Los intereses son reclamos que llegan al fondo de la conciencia y a veces de la subconsciencia. No hay intereses negativos, aunque sí los hay dirigidos hacia objetos nocivos.
    Según la naturaleza del objeto y su grado de reclamo a la afectivi­dad, pueden ser más intensos o más débiles, más nítidos o más confusos, más duraderos o más fugaces. Los hay objetivos y subjetivos, alocéntricos o egocéntricos, sensoriales o trascendentes, naturales o artificiales. Pero siempre son llamadas que el sujeto acoge o menosprecia
   Según el origen de los intereses, pueden resultar espontáneos o pueden ser provocados hábilmente desde el exterior.
    Nadie puede carecer de intereses, pues ellos son la forma como el ser humano se relaciona con los las personas, las cosas, las acciones y las situaciones. Conocer a un individuo equivale a descubrir sus intereses. Gobernar a un sujeto supone influir en el terreno profundo de sus preferencias y recha­zos.
    Los intereses son las fuerzas generatrices de las actitudes. Estas son dis­posiciones que adopta el sujeto ante la variedad de objetos exteriores. Los intereses son reclamos que interpelan. Las actitudes son respuestas. Unas y otros son las formas en que se expresa la afectividad.
   Las actitudes son reacciones globales. Toda la personalidad se orienta positiva o negativamente hacia lo que se presenta ante sus ojos interiores como intere­sante. Intereses y actitudes se individualizan ante objetos como los grupos raciales, las ideologías políti­cas, los lugares y las actividades.
   Uno de los campos en los que se desarrollan los intereses y las actitudes es el religioso o el moral, ante un santo o una virtud, ante una plegaria o una obra de caridad, entre un misterio de fe o ante un problema de moral.
   Ese campo es de obligado estudio para el educador de la fe. Y se debe analizar lo que suscita intereses buenos y lo que desencadena otros no tan convenientes. El mapa de intereses religiosos tiene que ser analizado con detenimiento y profundidad.
   En la medida en que el niño es pequeño, los padres y educadores deben despertar en su sensibilidad los intereses buenos. Cuando va siendo mayor, hay que enseñarle a discernir y ordenar aquellos intereses que resultan positivos y apagar, en lo posible, los que tienen objeto inadecuado, único camino para fomentar los que se dirigen a los sanos.