Investidura
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    Acto de mucha importancia en tiempos antiguos de otorgar determinados tipos de vestimenta a quien había sido elegido para una dignidad eclesial. Constituía el gesto de delegación del poder. Se hacia en lo material, en cuanto figura autorizada en la sociedad, y en lo espiritual, en cuanto encargado de un ministerio eclesial. Y la auto­ridad civil o religiosa lo empleaba para significar su autoridad y la depen­dencia del investido.
   Ecos similares se tenían en ámbitos no eclesiásticos, como la armadura de los caballeros. Y ecos históricos permanecen en los tiempos actuales, como la conce­sión del "palio" por el Papa a los Arzobis­pos o del "capello" (sombrero) a los Cardenales.
   En algunos momentos los derechos de investidura generaron tensiones bélicas entre diversos señores con pretensiones de poseer poder en un campo o terreno determinado; o entre el Papa y algunos reyes, por la reclamación de investir en sus territorios.
   Es significativa la llamada "Guerra de las investiduras". Se desarrolló entre el Papa­do y los Emperadores germanos en el siglo XII y en el XIII, contra la costumbre de que el poder civil, el emperador o el señor feudal, hiciera la investidura de un eclesiástico (obispo, abad o clérigo).
  Los Papas León IX, Nicolás II y Alejandro II fueron los más activos defensores de la libertad de la Iglesia en la design­ción de autoridades episcopales y monacales, a partir de la reforma del Cluny y de la independencia que exigieron los abades para mantener la disciplina. Nico­lás II en 1059 decretó que sólo los cardenales tuvieran capacidad electiva del papa y prohibió a los clérigos recibir iglesias entregadas por laicos, por muy emperadores que fueran. Pero fue Gregorio VII (entre 1073 y 1085) el que llegó a excomulgar al emperador Enrique IV, quien hubo de humillarse y pasar tres días en Canosa para que el Papa le levantara la excomunión que equivalía a la libertad de sus subordinados para cumplir el juramento de fidelidad hecho con respeto a su autori­dad imperial.
  El Corcordato de Worms de 1122 zanjó en parte la cuestión, al reconocer el poder pontificio para determinar la persona en el plano eclesial, otorgando al emperador la supremacía en la parte material, ya que muchos obispados eran señoríos también terrena­les. La cuestión se terminó formalmente en el Concilio de Letrán de 1123, rechazando la injeren­cia terrena en la Iglesia.
   Pero la realidad nunca quedó clarificada del todo por parte de las monarquías absolutas posteriores, como mostraron Carlos V, Enrique VIII de Inglaterra, Felipe II de España, Luis XIV de Francia. Prácticamente las intervenciones duraron hasta comienzos del siglo XX, con la última y fallida intromisión de Austria en el cónclave de elección de San Pío X.