JUVENTUD
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     La educación religiosa de la etapa juvenil es importante sobre todo en los tiempos recientes, en los que la atención de los catequistas tiende a centrarse en los adultos y no preferentemente en los momentos infantiles. Se puede identificar juventud, en el vocabulario pedagógico reciente, como el período vital que va entre los 18 y los 30 años (aunque so­ciológicamente se prefiere situarla entre los 15 y los 24)
    La psicología religiosa juvenil refleja un abanico de rasgos dispersivos, tanto como lo son los aspectos originales de cada persona. A pesar de sus aspectos equivalentes, las diferencias humanas se han ido perfilando ya en las etapas anteriores y es ahora cuando se manifiestan con toda la pluriformidad. No resulta fácil trazar mapas psicológicos generales de validez universal. Pero, a pesar del riesgo de insuficiencia, es preciso consignar algunas tendencias generales que permitan iluminar las dimensiones religiosas.
    En este contexto vamos a dar valor a los hechos. El período juvenil implica ya notable distancia madurativa con el período anterior de la adolescencia o primera juventud (15 a 18 años) en el que se da la consolidación de personalidad. El de ahora, que denominamos juventud media y madura, se va a carac­terizar por la autonomía plena y la proyección social.

   1. Rasgos juveniles

   Cuando se traspasa la adolescencia y se llega a la juventud media se producen cambios notables. Se supera la inseguridad y la agresividad adolescente. Se vive más de cara al exterior y se participa más activamente en la dinámica social. Se experimentan nuevos compromisos y se descubre mayor responsabilidad social.

   1.1. Independencia

   Lo significativo en la juventud es su conciencia de autonomía y la naturalidad con que adopta las propias opciones, en armonía con su medio o en desarmonía con él; pero ya no acontecen especiales tensiones o perturbaciones interiores, ya que se ha desarrollado la confianza en las propias posibilidades y se opta en conformidad con los propios proyectos o con los personales intereses. Ahora no se reclama ya libertad ante el entorno adulto. Simplemente se vive.
    La juventud es un primer estadio de compromisos: en el trabajo, en las relaciones sociales, en las opciones políticas o religiosas. Lo es también en las decisiones que se toman respecto al matrimonio y a las formas de emparejamiento que se inician o se formalizan con pretensión definitiva.
   Es ahora cuando se piensa en firme en determinaciones vocacionales, profesionales y laborales, a partir de los estudios que se han seguido o se siguen todavía. Aunque se consulta con frecuencia a los adultos, las opciones se toman como propias y personales.

   1.2. Responsabilidad

   La conciencia de la propia responsabilidad vuelve al joven más reflexivo y menos utópico. Sabe que los consejos ajenos no le relevan de asumir por sí mismo los aciertos o los errores que conllevan sus decisiones.
   Obra con más confianza en sí. Se siente dentro del grupo social y en la dinámica cultural y moral de la colectividad. Y experimenta desagrado creciente, si no llega a independizarse de los recursos y disciplina de la familia. Pero su postura ante insinuaciones en este sentido es más constructiva que en los estadios anteriores.

   1.3. Estabilidad de valores

   El joven proyecta a la vida personal y real una determinada escala de valores que ya ha asimilado y que prácticamente va a ser definitiva para él. Tiende a ser, pues, coherente y personalizador.
   En cuanto realista, busca cierta eficacia pragmática; y, por eso, en la juven­tud se teme el fracaso y se aspira a que todo salga bien. Su personalismo le arrastra a variedad de posturas individuales, según el temperamento y la configuración anterior: hay jóvenes altruistas, los hay intelectuales, hay otros más sociales, existen unos que se refu­gian en su intimidad, no faltan quienes se proyectan irresistible­mente hacia todo aconteci­miento que surge en su entorno.

    1.4. Opción laboral

    Es sensible a las dificultades que pue­de encontrar en el ambiente. Piensa mucho en una familia propia y en un trabajo o profe­sión. Fac­tores como el desempleo y los pro­ble­mas sociales le provocan inquietud y a veces irritación.  En el fondo es miedo a seguir dependiendo del hogar paterno; y ese miedo se puede transformar en frustración ante sus proyectos o anhelos no llevados a buen fin.
    Hay factores sociológicos de fuerte incidencia en los jóvenes, pero que ahora los separan en dos grandes grupos: los abiertos a la vida con perspectivas profesionales suficientes y los encerrados en estructuras familiares que no pueden trascender por las dificultades laborales que les amenazan. Las distor­siones de personalidad alteran el equilibrio de estos segundos y originan muchos de los trastornos sociales de que hoy se acusa a la juventud en general: carencia de ideales, pobreza de valores éticos, vacíos afectivos compensados con evasiones hacia la violencia o el erotismo, etc. Esos factores se amplifi­can cuando se pertenece a grupos juveniles de cortos ideales sociales o morales. Es preciso entender, incluso a este segundo grupo, sus realidades humanas concretas y potenciar al máximo sus recursos latentes para abrirles con optimismo a la vida.

 

  1.5. Igualdad entre sexos

  No podemos establecer fuertes diferencias en estas visiones generales entre los dos sexos. La mujer, que hasta el presente tendía a ser más dependiente y familiar, experimenta en las sociedades desarrolladas un fuerte proceso de inde­pendencia y autodeterminación en todos los sentidos. Al igual que el varón, tiende también a ser autónoma y rechaza cual­quier discriminación social incluso con agresividad.

   2. Rasgos de la religiosidad

   La etapa juvenil implica cierta serenidad religiosa, porque toda su personalidad atraviesa una situación de consolidación y de seguridad, lo cual se manifiesta por los modos de pensar, de sentir, de relacionarse, de comportarse.
   Esa realidad se muestra sobre todo en los hábitos de orden y en la capacidad organizativa y previsora, que el joven ha conquistado a partir de sus experiencias vitales anteriores.
   Este valor apreciable y nuevo para él se traslada también a todas los planteamientos religiosos y se refleja en diversas riquezas, como son las actitudes éticas, los intereses doctrinales, la mayor serenidad en la crítica.

   2.1. Coherencia

   Queda reflejada en la coherencia y seguridad de criterios y en la capacidad para explicar las creencias personales. Sabe lo que cree, lo explícita en fórmulas y en juicios exactos, aunque muchas veces subjetivos y parciales.
   Acertado o no desde la ortodoxia, constituye la base sólida de la religiosidad personal. Acontece esta definición en todos los demás terrenos: en lo político, en lo académico, en lo moral, en lo lúdico,  en lo profesional.

   2.2. Serenidad estable

   Se trasluce también mayor serenidad en los aspectos afectivos, ya que se superan las situaciones impulsivas o las emociones fugaces de la etapa anterior.
  La personalidad se enriquece con intereses, actitudes y afectos más duraderos. Los sentimientos religiosos se hacen más sólidos, o al menos más estables, tanto si se orientan a la indiferencia o atonía espiritual, como si se polarizan en adhesiones fuertes y fervorosas.

   2.3. Estabilidad cultual

   También se estabiliza la dimensión social de la religiosidad: comportamientos morales, cumplimientos sacramentales, relaciones cultuales, etc. Unas veces el adolescente se hace practicante sistemático en función de sus responsabilidades de creyente.
   En ocasiones su cum­plimiento religio­so se vuelve muy irregular o incluso perezoso. Con frecuencia, la actitud preferida es eludir los actos religiosos, al menos de cara a los de­más, y dejarse dominar por los respetos humanos y por la atonía espiritual. Incluso en estos casos de abandono de la práctica religiosa, no desaparecen los recursos intelec­tuales y la capacidad de juzgar y sentir los temas trascendentes. Se incurre en una religiosidad mendicante, pasiva y larvada.
   La religiosidad juvenil tiende hacia la estabilización por su estructura doctrinal y por las actitudes personales más firmes y racionales en que se sustenta. En la medida en que se apoya en la perso­nalidad más consolidada del adolescente y del joven, soporta menos vaivenes y alteraciones que en el estadio convulsivo de la preadolescencia.

   2.4. Receptividad variable

   Sería incorrecto concluir que no puede haber ya influencia religiosa du­rante la adolescencia y la juventud, por el hecho de que la personalidad se independiza de muchas influencias exteriores.
  Sigue habiendo en el joven, como lo hubo en el adoles­cente, receptividad variable, aunque se requie­ren cauces muy específicos para llegar a su inteligencia y a su conciencia, siempre desde pers­pectivas de horizontalidad y de cercanía.

   2.5. Peso de las circunstancias

   A veces se introduce en la vida juvenil algún elemento de reacción que puede producir un cambio rápido de actitud religiosa: por ejemplo, un enamoramiento con alguien de notable sensibilidad espiritual.


 

   En ocasiones surge la adhesión a grupos creyentes o el establecimiento de amistades con personas de gran ascendiente y muy religio­sas.
   También pueden influir los choques emotivos o sociales que despiertan rasgos dormidos desde la infancia, aunque no sea consciente su existencia.
   Con todo, estas conmociones no suelen ser profundas y se tiende a regresar a las situaciones ante­riores cuando se amortiguan las emociones. En general, cada uno reacciona según la sensibilidad temperamental que posee o por la situación en que vive. Los mis­mos hechos dejan a unos indiferentes y provocan convulsiones en otros.
   Siendo la religiosidad un "producto" complejo engendrado por múltiples fuer­zas internas, hay que desconfiar de los cambios bruscos, al menos desde perspectivas o valoraciones psicológicas.
   No se quiere negar la posibilidad de las "conversiones", de las decisiones heroicas o de los "encuentros con la gracia divina". Se recuerda simplemente que los cambios emotivos no son necesariamente fenómenos sobrenaturales.
   Habrá que entender y atender mucho a los jóvenes afectados por las reacciones religiosas que nacen de circunstancias particulares de excitación, depre­sión, frustración o exaltación.
   Es una situación que suele resultar frecuente en aquellos ambientes en los que la religio­sidad se vive como valor público y no como postura personal y reservada. A veces rozará otros sectores o realidades que tienen gran incidencia en la vida juvenil: trastornos sociales, desgracias resonantes, toxicomanías, sectas, tensiones políticas, marginaciones, etc. Pero puede también transformarse en cierta agresividad o inestabilidad, provocando aleja­miento de los cumplimientos cultuales que muchas veces hacen sufrir a los adultos que con el joven conviven o se relacionan.
   Acontece esto con frecuencia si se asocia la creencia religiosa con gestos o actitudes expresivas de inconformidad o de desajuste ante la sociedad. Algo tienen de ello las diversas oposiciones y "obje­ciones de conciencia" (militar, fiscal, ecológi­ca, comercial...) que a veces se tiñen desafortunadamente de "matices" religiosos, cuando lo que late en ellas son reacciones de afianzamiento ante la propia inmadurez.
   No estará de más recordar a los adultos que sus condenas antes las posturas religiosas de los jóvenes ordinariamente resultan contraproducentes: cuanto más se condena una postura religiosa juvenil más se contribuye a dar satisfacción en el propio afianzamiento.

 

 

 

   

 

   3. Manifestaciones juveniles

    El llegar hacia los 18 y 19 años a una mayor consistencia personal y social implica también transformaciones en el  planteamiento religioso. Los rasgos de este momento se hallan muy mediatizados por la inciden­cia moral en que cada persona se mueve y por las mismas posturas éticas que se asumen en el fuero interno de la conciencia.
    Es la influencia del medio social en el que vive cada joven (fábrica, universidad, grupos diversos de pertenencia, etc.), lo que más va a ayudar o estorbar en esta dimensión espiritual.
    Las formas religiosas de la juventud adulta pueden quedar reflejadas en algunos aspectos:

    3.1. Personalización

    Es religiosidad que se individualiza. Aparece cierta conciencia de originalidad y de distanciamiento con respecto a los demás. Es rasgo del que el joven suele mostrarse orgulloso y tiende a manifestarlo con frecuencia en sus actitudes y comportamientos, los cuáles a veces son desafiantes para los adultos.
    Predomina la autonomía en las op­ciones. Se desconecta del  entorno, inclusive familiar, aun cuando no se consigue, por claras que sean sus protestas o reacciones. Por eso es frecuente que refleje menosprecio ante las normas y hábitos de la familia, que rechace cualquier insinuación persistente en terrenos que él considera íntimos y que busque formas hábiles para eludir cual­quier incidencia en este terreno. La intensidad de estas actitudes negativas puede ser variable según el temperamento de cada uno.

   3.2. Tono ideológico

   Es religiosidad con seria carga ideológica. Ello no equivale a decir que es religiosidad teológica. El joven se siente dueño de un pensamiento propio, pero la ideología no es cultura ni teolo­gía. No le agrada ser considerado satélite de nadie en cuanto a modos de pen­sar, aunque muchas veces lo sea en la realidad.
   Sus juicios o argumentaciones en que apoya sus opciones dependen de su cultura religiosa.
  Si ésta, como acontece con frecuencia, no es paralela a la ad­quirida ya en los campos científicos, se rehuye lo religioso como un recurso para ocultar la propia ignorancia.
   Con frecuencia refleja dudas y vacilaciones; y las consultas, si siente confianza en el entorno. De lo contrario, puede disimularlas hasta que encuentra oportunidad para clarificarlas.
   Ello indica que su actitud religiosa no es totalmente consistente o estable. Por  eso necesita reforzamientos, sobre todo si se rozan situaciones conflictivas por razón de sus estudios, de sus amistades o de su incipiente labor profe­sional. Esto hace que las creencias se hallen con frecuencia teñidas de perplejidad, la cual no deja de ser reflejo de su inseguridad.
   Hay ámbitos morales, como el de la justicia, la solidaridad o la comprensión internacional, que frecuentemente absorben su atención.

   3.3. Gran diversidad

   El joven tiende a armonizar lo convivencial con lo per­sonal; pero tiende a separar en su interior, y con frecuencia ante los demás, lo que es convivencia y amistad de lo que son sentimientos íntimos.
   La proyección social, o la exteriorización de sus comportamientos o conversaciones en el terreno religioso, dependen mucho del carácter de cada uno. Mientras unos jóvenes viven sus creencias o su moral de forma transparente y todos los que les rodean saben a qué atenerse al respecto, otros se refugian celosamente en la intimidad, manifestando irracionales respetos humanos que les llevan a veces hasta el disimulo.

   3.4. Agresividad aparente

   Su religiosidad es con frecuencia reticente, sobre todo entre los varones, pues en muchos ambientes se tiende a considerar infantil o femenina la práctica, la inquietud y hasta la cultura religiosa, aunque estos prejuicios han ido cambiando mucho en los últimos tiempos.
    Por eso resulta embarazoso para algunos adolescentes y jóvenes el exteriorizar los sentimientos interiores. Y prefieren evitar la publicidad en el cumplimiento moral o en la práctica de los actos cultuales.
    Con frecuencia surgen actitudes religiosas con aspectos de ruptura, sobre todo en relación al ámbito familiar y al escolar. No siempre es correcta esta apelación. Muchas veces esa ruptura es más afectiva y social que profunda y racional, lo cual indica que es sólo aparente o transitoria.
   Conviene no incrementar ese sentimiento, haciendo natural lo religioso en los medios juveniles, con la misma carta de naturaleza que se popularizan las expresiones artísticas, las culturales o las políticas.

  3.5. Diversidad y pluralismo
  
  La religiosidad juvenil tiende a ser abierta, ecuménica, tolerante, irenista, fuertemente convivencial y menos anclada en cuestiones teológicas o doctrinales. Cuando aparecen grupos más bien selectivos o propensos a la clausura y a la opacidad en sus normas y en sus relaciones, en sus consignas o en sus prácticas religiosas, se va en general contra corriente juvenil.
   Si estas actitudes se intensifican, se corre el riesgo de cultivar el sectaris­mo, el integrismo y en el fanatismo, al menos en grados inc­pientes. Y esto no es bue­no para el equilibrio interior y espiritual de los jóvenes.

   3.6. Cambios recientes

   Es oportuno recordar que la juventud no tiene fronteras definidas con la adultez. La sensibilidad religiosa de los jóvenes puede mantenerse durante muchos años dentro de la edad cronológica de la adultez.
   Teniendo en cuenta el fenómeno sociológico de la prolongación juvenil, que está motivado por factores laborales, culturales y convivenciales, podemos encontrar personas adultas que estabilizan sus actitudes religiosas juveniles durante años.
   Nada tiene de particular esta situación, siempre que no implique parálisis espiritual o suponga clausura al enriquecimiento sobrenatural. Los educadores habrán de acostumbrarse a mirar el matrimonio, la solvencia económica por un trabajo rentable, o las capacidades auténticas de independencia, como las verdaderas llaves de la madurez, incluso en estos aspectos de la religiosidad.

  4. Ateísmo juvenil

   Aludiendo al significado de ese vacío, podemos hacer referencia al fenómeno del ateísmo juvenil, entendiendo por tal su marginación de lo religioso.
   Del mismo modo que hablamos de los tipos religiosos y de sus connotacio­nes evolutivas, pode­mos también hacer refe­rencia al fenóme­no frecuente de la elimi­nación o marginación religiosa en edades en que se tiende a explicar el mundo, la vida y la historia con datos transcendentes.
  Pero hay que testificar el hecho lamen­ta­ble de que muchos jóvenes, como muchos adultos pertenecientes a las socie­dades desarrolladas, sufren carencias religiosas graves.
   Normalmente el joven llamado ateo salta del escepticismo práctico al agnosticismo teórico. Sin la sensibilidad religiosa, o muy atrofiada ésta, se instala con facilidad en un hedonismo, y con fre­cuencia erotismo, agresivo, promocionado por el consumismo propio de socie­dades materialistas. Organiza su afectividad, su mentalidad y su sociabilidad en función de valores laicistas de la vida. Termina incluso rechazando las posturas pluralistas, irenistas o neutras. Hasta se vuelve, con fre­cuencia, militante e impositivo, en lo que a marginación religiosa se refiere.
   La psicología religiosa que se desarrolla en estos jóvenes es más bien pobre y desenfocada en diversos terrenos, como son los morales, que precisan de referencias religiosas para situarse con sentido trascendente.
   Desde el ateísmo y el materialismo no es posible enfocar adecuadamente temas tan condicionantes de la vida juvenil como el de la dignidad de la persona, el del amor humano, el de la igualdad se­xual o racial del hombre, el de la fideli­dad a la familia, el del significado de la propia profesión. No deja de ser un hecho, por frecuente, menos lamentable y distorsionador, al mismo tiempo que triste y preocupante.
   Los vacíos espirituales que estas actitudes promocionan hieren la estructura radical del hombre y generan indigencias éticas y espirituales que se tienden a llenar con sucedáneos: toxicomanía, alcoholismo, cultos sectarios y esotéricos, experiencias sexuales aberrantes, magia y sortilegios, supersticiones múltiples, formas de diversión violenta o insocial, etc.
   No en vano la naturaleza espiritual del hombre está hecha para que se llene de valores "de arriba". Si ello no se consigue, toda la naturaleza se resiente. Pasa igual que cuando el joven se margina de las riquezas estéticas o de las formas de convivencia gratificantes, cuando pierde la referencia afectiva de la familia o cuando es educado sin ética, sin filantropía o sin ideales estéticos y sociales, hecho frecuente en la actualidad.
    En la medida en que el joven vive sólo de los sentidos y para los sentidos, se hace pragmatista y se vuelve egoísta, reduce su vida a lo material y se encierra en la búsqueda del placer sin jamás encontrarlo.
    Se produce una aberración profunda en su naturaleza, que es la factura que ha de pagar por su error.

    5. Catequesis de jóvenes

   La catequesis de esta edad tiene que orientarse a los grandes problemas de la vida humana y de la sociedad.
   Se corre el riesgo de centrarse en inquietudes egocéntricas, sobre todo en torno a la sexualidad, a la justicia, a temas antropocéntricos y a planteamientos sociales.
   La catequesis cristiana debe ser siempre abierta, como lo es el mensaje en el que se apoya, y en la adolescencia im­porta mucho más esa disposición. Buena consigna para el catequista es sacar al adolescen­te de su introversión, de su egocentrismo y de su inmediatez.
   Los interrogantes personales, las reivindicaciones, los disgustos, las frustraciones, se empequeñecen cuando se contrastan con las necesidades culturales, morales, sociales y hasta materiales de un mundo tan problemático como el que le circunda.

   5.1. Conciencia de necesidad

   La formación religiosa no termina nunca para el hombre. Aunque la persona haya sido bien tratada en la infancia y en la adolescencia y se presu­ponga una formación básica consistente, la necesidad de formación espiritual y religiosa se prolonga en la juventud madura, es decir la que se adentra ya en la responsabilidad de adulto, al perder de vista la segunda década de la vida.
   Se mantiene en esta juventud superior la necesidad imperiosa de seguir creciendo espiritualmente. Y es importante que el mismo joven tenga la conciencia de esta necesidad.
   La autosuficiencia religiosa es demoledora a corto alcance. En esta edad es el mismo joven quien ha de convertirse en protagonista de su mismo crecimiento espiritual. A él mismo corresponde buscar los medios adecuados. Y su protagonismo no es incompatible con la ayuda que los demás puedan brindarle.

     5 2. Actitud de servicio

    El joven cristiano debe sentirse ade­más interpelado por las ayudas que puede ofrecer a los demás jóvenes que buscan el cultivo de sentimientos religiosos sanos. Por eso resultan "catequísticamente" prioritarios a esta edad los grupos de formación religiosa y de convivencia evangélica.
    Sin la experiencia de estos apoyos, es casi imposible madurar la fe suficiente, proyectiva y personal. Se puede decir en cierto sentido que cada joven es religiosamente fruto de los esfuerzos grupales en los que se ha visto envuelto.
    La auténtica formación no tiene que ser teórica, sino plataforma para hechos concretos y cotidianos. Hay que saber respetar las opciones negativas que pudiera tomar cada persona.
    Pero los educadores tienen que multiplicar las alternativas y las oportunas invitaciones. Es el mejor servicio que se puede prestar a esta edad.

   5.3. Ir a lo esencial

    La fundamentalidad en lo religioso ha de llevar a los jóvenes a insistir en lo esencial y evitar la superficialidad. Por no recibir ayuda en este sentido, a veces se quedan los jóvenes en situación de po­breza espiritual y religiosa, lo cual condu­ce rápidamente al abandono o ambigüedad en sus creencias.
    En nin­gún caso hay que resignarse a que el joven renuncie a su formación continua y prolongada. A veces se incurre en actitudes de­magógicas en la orientación religiosa de la juventud, tratando de paliar los reclamos del mensaje de Cristo o de diluir sus exigencias para hacerlo más atractivo. Intentar siquiera suavizar las exigencias de caridad, de justicia, de penitencia, de heroísmo en la propia fe, corre el riesgo de desvirtuar la grandeza del mensaje evangélico y, en definitiva, hacerlo menos atractivo para los que se encuentran seria y serenamente con él.

   5.4. La exigencia de la verdad

   La educación de la juventud ha de apoyarse profundamente en la realidad humana en que cada persona se mueve. La fe es libre y el Evangelio ha seguido siempre vías de propuesta y no de manipulación. La catequesis del mundo juvenil no puede reducirse a meras actitudes y procedimientos proselitistas, pues suelen ser contraproducentes cuando el joven los advierte.
   Es preferible promocionar ofer­tas respetuosas. Al joven se debe llegar con el anuncio de la verdad exigente y seria, la cual puede ser aceptada o rechazada con plena libertad.
   Quitar importancia a la moral cristiana, por ejemplo, para hacerla asequible a personas no comprometidas, o casi compatible con los reclamos hedonistas, materialistas o pragmatistas, es ignorar lo que supone el mensaje de Cristo y también infravalorar la capacidad de entrega que tiene el joven, no por joven, sino por persona que puede llegar a entusiasmarse con el Evangelio.
   Ese mensaje de Cristo tiene valor de plenitud y ha de ser presentado con toda claridad, incluso con el riesgo de que sea rechazado.
   La catequesis de los jóvenes debe preferir la verdad a la suavidad, el anuncio a la conquista, la integridad a la persuasión, la claridad al simple proselitismo. Caer en el riesgo de mutilar o maquillar el mensaje para hacerlo asequible a los jóvenes equivale antes o después a perder el mensaje y también a los mismos jóvenes.

   5.5. Perspectiva de sinceridad.

   Y es conveniente en esta catequesis emplear parte de las estrate­gias educativas en destruir prejuicios y deshacer pretextos.
   Prejuicios son todas aquellas posturas que han sido hereda­das o bebidas en el ambiente y no proceden de realidades objetivas.
   Pretextos son aquellas excusas que se ponen superficialmente para no aceptar la propia responsabilidad religiosa, atribuyendo a personas, estructuras o acciones ajenas la responsabilidad de los propios egoísmos.
   De esto suele haber mucho en la etapa juvenil: las estructuras de la Iglesia, los errores del pasado, la equivalencia de las religiones, el carácter secundario de lo moral sobre lo dogmático, etc. Los prejuicios son ataduras que impiden perfilar con valentía el mensaje religioso. Destruidos o superados, se deja el camino despejado para que cada persona asuma su propia creencia con limpieza y con elegancia espiritual, poniendo los ojos en Dios y no en los hombres, asumiendo la fe como don y su contenido como misterio
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  5.6. Catequesis de la esperanza

   La catequesis y la formación en las verdades juveniles constituye uno de los pilares de la evangelización, más incluso que la de etapas infantiles.
   "Las circunstancias nos invitan a pres­tar una atención especial a los jóvenes, a su importancia numérica y a su pre­sencia creciente en la sociedad.
   Los problemas que se les plantean deben despertar en nosotros el deseo de ofrecerles con celo e inteligencia el ideal que deben conocer y vivir.
   Pero, además, es necesario que los mismos jóvenes, bien formados en la fe y bien arraigados en la oración, se conviertan cada vez en apóstoles de la juventud. Por nuestra parte hemos demostrado con frecuencia la confianza que depositamos en la juventud".  (Pablo VI. Evangelii Nuntiandi. 72)
  Olvidar consignas semejantes a éstas, es retrotraerse a etapas pastoral de otros tiempos. Y la Iglesia siempre mirar hacia el mañana.

 

 

 
 

 

  6. Dos preferencias

   En las catequesis, o formación cristia­na de los jóvenes, hay que mirar determina­dos aspectos que son la llave del acier­to. Aludimos a dos rasgos o consignas prio­ritarias en esta edad.

   6.1. Formación en el liderazgo

   La juventud es la época en que debe desarro­llarse al máximo la actividad directiva y las técnicas y experiencias de liderazgo en todo terreno, también en el cristiano, pues es momen­to en que las propias opciones religiosas se pueden y debe poner el servicio de los demás.
   La madurez psicológica y global tiende, por la dinámica de las actitudes y la fuerza de los sentimientos, a convertir a quien la consigue en promotor de sus propias ideas y en dirigente de su pro­pio ambiente. En lo religioso acontece lo mismo.

   6.1.1. Necesidad de dar

   El joven llega en cierto momento de su crecimiento psicológico a sentirse capaz de dar y no sólo de recibir. Experimenta, en medida muy variable, según su estructura personal, la necesidad y hasta la satisfacción de ponerse al servicio de los otros, incluso asumiendo responsabilidades y compromisos singulares. Entre proselitismo sectario y servicio sereno para el bien de los demás creyentes, entre desahogos dialécticos y proclamación de los valores trascendentes, entre colaboración y espíritu de servicio, hay gran diferencia.
   Quien tiene riquezas morales y espirituales, y no las pone al servicio de los demás, termina por atrofiarlas. No es cuestión de metodología, sino de talante cristiano.
   La religiosidad bien formada conduce a poner los propios dones al servicio de los demás menos maduros, animando, ayudando, colaborando, aportando, con frecuencia dirigiendo.

   6.1.2. Efectos comprometedores

   Se debe comenzar en la Adolescencia, entre 15 y 18 años, el desarrollo de la actitud directiva. Se consigue mediante experiencias positivas de pertenencia a grupos dinámicos y comprometidos y con actividades gradualmente desarrolladas y organizadas.
   - Es bueno impulsar a la juventud madura, no sólo a realizar acciones buenas concordantes con las propias creencias, sino a asumir compromisos fuertes de trabajo y de animación de los demás.
     - Los líderes se inician en la adolescencia, pero llegan a su plenitud en la juventud, pues es el momento de la "autoridad" natural.
     - La formación para el liderazgo cris­tiano puede ser valorada como la cumbre de los procesos de formación básica en la propia fe y en los valores cristianos. Pero no es bueno quedarse en esta meta. Es preferible considerarla como una etapa más en el camino hacia nue­vas exigencias e ideales.
     - La animación de grupos debe proponerse como un servicio exigente. El adolescente y el joven deben prepararse para ser dirigentes. Pero hay que reconocer que no todos tienen las mismas cualidades.
   Los que no posean los ras­gos y el ascendiente del liderazgo espontáneo y eficaz, pueden ser también orientados y apoyados con "fórmulas de liderazgo compartido". Lo importante es que el adolescente y el joven comprendan que "mandar es servir", que los primeros animados terminan siendo los que animan a los demás.
     - En todo caso siempre existen multitud de posibilidades de ayudar desde el compromiso a otros. Los Servicios en la Iglesia son muchos.
   Y todo cristiano convenci­do sabe que la fe cristiana reclama actitud donativa y de servicio en gratuidad.
   Los servicios y experiencias de animación directiva evidentemente pueden ser muchas: animación cristiana de niños, participación en movimientos diversos, catequesis parroquiales, obras de caridad y asistencia  con necesitados, etc. Lo importante no es el tipo de activi­dad o servicio que se desempeña, sino la disposición a asumir compromisos exigentes.

    

  

 

   

 

 

 

 6.2. Voluntariados juveniles

    Resulta interesante en este sentido el movimiento o tendencia frecuente en nuestros días de ofertar a los jóvenes diversidad de servicios volunta­rios, como fórmulas de ayuda a gru­pos necesitados o situaciones sociales de marginación.
   Conviene hacer una llamada de atención a la importancia que han cobrado los llamados voluntariados sociales para la educa­ción religio­sa juvenil.

   6.2.1 Motivaciones

   Su deseo de colaborar y de protagonizar servicios concretos y solidarios con­vierte a esta costumbre en excelente oportunidad de formación cristiana en esta edad, cuando en los volun­tariados se sabe introducir el lenguaje del Evangelio, aunque no se explicite.
   Pero también es interesante analizar desde la perspectiva cristiana esta tendencia a la acción filantrópica y humanista a servir a los hombres desde diversas alternativas o perspectivas.
   Aun cuando muchos voluntariados juveniles excluyen la confesionalidad religiosa, como lo hacen con las calificaciones políticas, raciales o de otro tipo, evitando entrar en el juego de los Orga­nismos Gubernamentales, no quiere ello decir que no sean magnífica plataforma de formación espiritual, desde el momento en que son ya auténtica expre­sión de la caridad evangélica.
    Lo que sí es conveniente es evitar actitudes agresivas y antirreligiosas de que pueden hacerse eco determinados grupos o personas resabiadas. No es de recibo sospechar intromisiones proselitis­tas en el deseo de participar en estas iniciativas por parte de la Iglesia cristiana o de grupos confesionales, habiendo el cristianismo llenado el mundo y la historia de gestos, grupos y servicios de caridad a lo largo de dos milenios.
   Desde el mayor respeto a los jóvenes que protagonizan las diversas acciones de servicio, siempre resulta conveniente evitar que estos voluntariados se conviertan en meros desahogos activistas o en modos de realización personal.
    El joven cristiano, que pone en sus actos de solidaridad mucho más que sentimientos altruistas y preferencias filantrópicas, puede encontrar en estos cauces las formas excelentes de vivir el amor evangélico y la expresión eclesial de su fe cristiana, incardinándose en compromisos abiertos y solidarios con los más necesitados.

   6.2.2. Terrenos preferentes

  Los campos de estos voluntariados son diver­sos.
      - Acciones de solidaridad con pue­blos y grupos marginados del Tercer Mundo.
      - Movimientos en favor de la paz y de la convivencia tolerante entre hom­bres.
      - Compromisos de trabajo con los desajustados de diverso signo y alcan­ce, como pueden darse en el ámbito de la toxicomanía, del alcoho­lismo, de la prostitución, etc.
      - Atención a necesidades prioritarias de grupos o personas en situación de necesidad o de indigencia moral, material o intelectual.
      - Las ayudas a minorías étnicas, políticas, religiosas o laborales.
      - Incluso el descubrimiento de valores radicalmente humanos, superando actitudes discriminadoras por razón de sexo, raza, creencias o acti­tudes mo­rales.
      - Y también la entrega a servicios de alguna peligrosidad y riesgo.