|
Actividad humana de entretenimiento y diversión que se realiza sin una finalidad rentable y simplemente como evasión y descanso. La ausencia de finalidad rentable es lo que define su naturaleza y la diferencia de la acción laboral o trabajo.
El juego se convierte en un lenguaje, o cauce de comunicación, y en una expresión personal o realización.
Tiene especial importancia en la infancia, por cuanto es un cauce por el que la persona se expresa, se autoafirma, se comunica y, según las diversas teorías existentes, se purifica o se ensaya en la acción, se desahoga o se relaciona, se autoestima o se prepara para la vida.
Es un lenguaje y una actividad muy aprovechable en educación. También lo es en el terreno religioso, por cuanto hace posibles y fáciles ciertos aprendizajes o relaciones, planteadas en clave lúdica, más asequibles, agradables y constructivas que si se presentan como sólo asequibles por el esfuerzo y el sacrificio. Sobre todo para la personalidad del niño y del adolescente, e incluso para el adulto, los lenguajes lúdicos deben ser entendidos y empleados por el educador con la debida oportunidad y habilidad.
Ello no implica caer en el olvido de que es el trabajo, el esfuerzo, la promoción de energías morales lo que realmente forma las facultades humanas.
Si esto acontece, entonces se cae en el juego como vicio. Y si esto sucede, la acción lúdica se convierte en pasión irrefrenable, atractivo irresistible, enfermedad grave que altera la personalidad y conduce al desorden. El jugador enfermizo, ludópata, tiende a enajenar sus bienes para satisfacer su necesidad compulsiva de probar suerte, mostrar habilidad o rivalizar con competidores desafiantes.
La frecuencia de estas situaciones y los graves efectos desordenados que genera convierten el juego en una enfermedad destructiva contra la que es preciso proteger al niño y al joven y de la que ordinariamente el adulto enviciado no puede salir por sí mismo.
|
|
|
|
|