LIDERAZGO
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   En la Psicología social se tiende a culti­var todo aquel conjunto de recursos y estilos que hacen posible el convertir los grupos en comunidades y elevar a los individuos a niveles de sociabilidad que les hagan aptos para pertenecer a comunidades y, cuando el caso llega, para animarlas.
 
   1. Identidad del líder

   El ideal de todo hombre, sobre todo cuando ha llegado a suficiente grado de madurez de su sociabilidad, es llegar a ser capaz de dirigir a los demás, no por afán de imposición, sino por ofrecer el servicio del mando como posibilidad.
   El liderazgo es la capacidad y el hecho de tomar decisiones y efectuar opciones en las que hábil y benévolamente se pretende comprometer a los demás.
   El liderazgo es más un servicio que un mando. Es más una disposición informal que una categoría social revestidas de la normalidad de las elecciones, del recuento de votos y de la investidura de la autoridad.
   Un líder es quien tiene ascendiente ante los demás, cautiva, impulsa, acoge, orienta, dirige desde el interior de su personalidad sin recurrir a la fuerza de su voz o a la violencia de sus puños.

  
2. Técnicas liderales

   Se suele llamar Dinámica de Grupos o Psicodinámica la parte de la Psicología social que estudia los procedimientos y dinamismos animadores de las comunidades humanas y de los grupos. La Psicología dinámica estudia los principios rectores de esos grupos, si se queda en la teoría; y analiza las técnicas de animación y contrasta los resultados, si desciende al terreno de la prác­tica concreta.
   Las técnicas se multiplican indefinidamente, según las circunstancias y según el número de lo componentes de los diversos grupos. Los expertos en este tipo de técnicas suelen hablar de las que se orientan a dinamizar grupos grandes, grupos medios y grupos pequeños.
   La Psicodinámica no se reduce a sim­ple ingeniería de la comunicación, sino que intenta entrar de lleno en el análisis teórico-práctico de las fuerzas hondas de la personalidad. Quiere suscitar en ella compromisos afectivos, morales e intelectuales que la conviertan en activa, superando así los riesgos de la indolencia y de la pasividad. Es precisamente la misión de líder, el cual debe tener amplios conocimientos de estos lenguajes dinámicos, a fin de usarlos cuando el caso llegue.
   Para ayudar a los demás en la toma de deci­siones, es preciso primero ser dueño de las propias. Y eso supone experiencia, ciencia y voluntad de servir desde el mando.

   2. Liderazgo y educación

   Es importante desarrollar la conciencia de que el liderazgo es un servicio, no un privilegio. Ejercerlo en esta perspectiva supone preparación y vocación.
   En la preparación está inmersa la idea de educación. Conocer técnicas desde la experiencia, tener claros los principios, desarrollar el tacto con las personas, aprender con ejemplos ajenos iluminadores, realizar ejercicios de ensayo y otras acciones más, es lo que se llama educa­ción para el liderazgo.
   Es evidente que todas esas actuaciones preparadoras implican una vocación decidida. Y por vocación se entiende actitud afectiva positiva, cualidades natu­rales suficientes y voluntad libre de ejer­cer el mando como servicio.
   Las cualidades naturales no se improvisan sino que se poseen unas veces en germen y otras en aptitudes fáciles de desarrollar y más o menos conocidas y admitidas. Desarrolla las aptitudes quien se ofrece para responsabilidades y va cobrando experiencia positiva y reforzadora.
   Además de las aptitudes hay que sentir cierto gusto y deseo. Ello supone que se renuncia a la comodidad, que se vence la timidez si se tiene y que se asume voluntariamente las acciones directivas que se presentan.
   No todos los que hipotéticamente tienen aptitudes (cualidades) luego desa­rrollas las actitudes (intereses y gustos) para esa labor.
   Además hay que querer libremente. El liderazgo no se impone. Lo más se pro­pone. El individuo que lo acepta se dispone para él y se prepara. El que es coaccionado no dura mucho en el "oficio de mandar", pues en este terreno no se puede estar constantemente sufriendo, aguantando, tolerando lo que no se desea, sobre todo cuando no se tiene re­compensa y gratificación.
   Toda tarea educadora, como es la catequesis, supone cierta voluntariedad y mucha disponibilidad. Quien carece de estas disposiciones sufre y hace sufrir a los que pretende servir.  Ni que decir tiene que también se requiere cierta madurez como persona, la cual no se obtiene de forma improvisada.

 

 

   

 

   

 

 

3. El catequista como líder

   El catequista y el educador de la fe por regla general ejercen su labor en el contexto de un grupo al que instruyen, animan, acompañan y ayudan a crecer en la fe y en la virtud. Todo lo dicho del liderazgo se debe aplicar a la tarea delicada de enseñar a amar a Dios y de cultivar los valores y las virtudes cristia­nos.
   Además, el catequista en cuanto líder, debe desarrollar determinadas disposi­ción que se derivan de su misión selecta, que es diferente de los que acontece en otros liderazgos (político, deportivo, cultural, social)
   El liderazgo catequístico exige como disposición peculiar cinco rasgos.
  - Ejemplaridad es el primero, pues el educador de la fe hace más por su sola presencia que por sus enseñanzas. Es el ejemplo personal el que suscita el ascendiente y la autoridad. Lo que anuncia lo cumple y lo vive. Y los que anima perciben en su persona lo que ellos deben ser, vivir y hacer.
  - Competencia en el campo en el que se trabaja, de modo que los que van a ser animados se muevan entre el respeto y la admiración. Eso supone que el catequista tiene que preparar sus actuaciones, no para suscitar sorpresa ante su sabiduría sino para generar afecto por la clari­dad y solidez de sus planteamientos.
  - Flexibilidad, tolerancia y comprensión de modo que no sea la energía lo que resalta, sino la cercanía y la cordialidad que gana el corazón. En eso se diferencia el liderazgo del simple mando. Un sargento militar manda, pero no es líder.
  - Disponibilidad y entrega al servicio de los liderados. Eso supone tiempo, desinterés, altruismo y, con frecuencia, renun­cia otros menesteres o labores.
  - Relación personal y trato individual. El verdadero liderazgo, sobre todo en campo de libertad como es el religioso, no se ejerce con el grupo desde el anonimato de los sujetos, sino con cada persona del grupo. Cuando se gana cada corazón y cada mente de forma individual se establece una interrelación especial con el grupo que es más que la suma de individuos.
 

  Rasgos como estos y otros similares son los que definen la naturaleza y originalidad del liderazgo religioso. El líder cristiano toma como modelo a Jesús en los mensajes maravillosos del Maestro y líder que fue Jesús y consta en sus mensajes: "Soy el buen Pastor" (Jn. 10.11), "Sois mis amigos, no siervos" (Jn. 15. 15), "Soy yo el que os elegí a vosotros" (Jn. 15.19). Es lo que hizo decir a sus Apóstoles cuando otros le abandonaban: " ¿A quién iremos, Señor, sólo Tú tienes palabras de vida eterna." (Jn. 11. 68)