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Instrumento de castigo que se usó en diversos pueblos y culturas. Consistente en unas correas, en ocasiones estaban reforzadas con bolas de plomo o huesos para que produjeran mayor daño en el flagelado. En el Antiguo Testamento se habla de varas para castigar (Lev. 19.20. Deut. 25,2; Deut. 22. 13-19)
En muchos pueblos el número de azotes estaba regulado. Los judíos daban 40 y solían disminuir uno para no sobrepasarse. A Jesús le flagelaron los romanos y éstos no solían numerar los latigazos, pues estaban destinados a esclavos y malhechores y quedaban a merced del amo o de la autoridad que lo determinaba en función del gusto y de la falta.
Los judíos los usaba y aplicaban los golpes en la sinagoga y todo doctor en la ley tenía autoridad para ordenar el castigo ante diversas faltas. Solían aplicar 39 golpes con un flagelo de tres cuerdas, por lo que daban solo 13 golpes.
Pero entre los romanos el uso era libre y por eso se entregaba el reo a la soldadesca, sobre todo en los países conquistados. Por regla general el flagelado quedaba muy deteriorado y con frecuencia fallecía a consecuencia del tormento. Por eso el látigo era mirado como un suplicio mortal, del que uno se escapaba solo por milagro, como le ocurrió a Pablo ( Hech 16. 22 y 37;. 2 Cor. 11.25;. Hech. 22.19).
Cuando lo aplicaron a Jesús, como a cualquier reo, lo que Pilatos buscaba era no condenarle a muerte legalmente aunque muriera a consecuencia del tormento. Contra lo que esperaba, los judíos presentes solicitaban "instigados por sus escribas y doctore" la maldición de la cruz. No era solo la muerte, lo que querían. Era la "muerte de cruz", la de los malditos de Dios.
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