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Se dice también en terminología psicoanalítica "libidine" y significa etimológicamente (en latín, libidus) deseo, atractivo sensual, inclinación.
Es la necesidad natural de placer, de satisfacción en su dimensión personal, tanto corporal como afectiva. Freud la identificaba con el gozo o satisfacción que se experimenta inconscientemente ante la consecución de algo a lo que la naturaleza se siente inclinada. Puede ser algo positivo (gusto, placer, gozo) y entonces actúa interiormente lo "erótico" (eros, amor); y puede ser algo negativo (destrucción, eliminación) y entonces funciona lo "thanatal" (thanatos, muerte).
El psicoanálisis freudiano explicó ese placer asociándolo a la satisfacción sexual en sentido global (pansexualismo), no genital y sensorial, sino afectiva e interior. Ese concepto de "libido" fue el motivo de disensión entre las diversas escuelas psicoanalistas (K. Jung, A. Adler, más tarde la de Frankfurt con H. Marcuse o Erich Fromm). En el terreno de la psicología evolutiva, lo matizaron otros autores como Eric Erikson.
Educativamente es difícil asumir todos los postulados freudianos sobre la libido, pues se presentan más como principios que como hipótesis que exigen demostración experimental. Pero el educador de la fe debe conocerlo en la medida de lo posible, aunque no dejarse seducir por tal planteamiento, sobre todo cuando se trata de entender y explicar los hechos y las actitudes religiosas en las personas y en las colectividades.
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