Limbo
     [278]

 
   
 

 
   
  
   El término de limbo no aparece en la Escritura, pero desde los primeros tiempos cristianos, por probable latinización del topónimo griego "Olimpo" (macizo del norte Grecia de 2.917 msnm. entre Tesalia y Macedonia y "residencia mitológica de los dioses"), se habla del "limbo" como lugar de destino para ciertos difuntos o en determinados tiempos.
   En la tradición cristiana se diferenció desde tiempos medievales los cuatro lugares a donde iban los difuntos. El Catecismo de Gaspar Astete decía más tarde: "Hay cuatro infiernos en el centro de la tierra: el infierno d los condenados, el purgatorio, el limbo e los niños y el limbo de los justos o seno de Abrahán." El limbo de los niños lo entendía como "el lugar a donde van las almas de los que antes del uso de razón mueren sin bautismo". Y el los justos, o "seno de Abrahán", lo definía como "el lugar donde, hasta que se efectuó nuestra redención, iban las almas de los que morían en gracia de Dios después de estar enteramente purga­das y el mismo al que bajó Jesucristo real y verdaderamente".
   Sin embargo, el "Catecismo de la Iglesia católica" prefiere relacionar la creencia del limbo de los justos,  "aludido pero no denominado como seno de Abrahán" en la parábola del pobre Lázaro (Lc. 16.22), con el descenso de Jesús a los infiernos. Es intere­sante discernir que en el texto evangélico no se habla de "seno de Abrahán," sino que se dice que el rico, sepultado en el infierno, le­vantó los ojos y vio "allá arriba" a Abrahán y a Lázaro "en su seno" o "junto a su seno".
    Con todo, la idea cris­tiana expresada en el Credo de que Jesús "des­cendió a los infiernos" asoció esa situación de los muertos antes de la muerte de Jesús con ese "cierto lugar" en que también ellos espe­raban la redención. El concepto equivalente a ese estado o "lugar", aludido con frecuencia en la Biblia, es el de "sheol", término hebreo que recoge alusión a "descenso", subterráneo, o "hades". El sentido de "retri­bu­ción" de ese término refleja también la creencia de un lugar al que "descendían" los que mueren y reciben un premio en espera de la redención. Ese lugar desapareció despésde Jesús y desde enton­ces los justos van al "paraíso" cuando mueren. Los malvados van al infierno.
   En ese lugar subterráneo, inferior, reino de los muertos, o de "Hades" (dios de los infiernos, hermano de Júpiter e hijo de Cronos y Gea, según la mitología griega), es donde estuvo el limbo de los justos.  Se identificaba, pues, con un lugar de espera, idea que incluso se recoge en el Evangelio (Lc. 16. 19-31). El mismo Evangelio alude a esa situación cuando habla de la muerte de Jesús: (L­c. 16.22 y Jn. 2.3). El lugar o "seno de Abrahán" se sitúa en el "corazón de la tierra". Jesús diría: "Como Jonás estuvo tres días en el vientre de la balle­na, tres días estará el Hijo el hombre en el "corazón de la tierra" (kardia tes ges: Mt. 12. 40.)
   Recogiendo el Salmo 15.10, Pedro aludió en su discurso o catequesis sobre la resurrección al "lugar subterráneo" ("No dejarás mi alma en el infierno") (Hech. 2.31). Y San Pablo siguió la mis­ma idea de "par­tes bajas de la tierra." (Ef. 4.9)
   La doctrina cristiana pues, sospechó siempre la existencia de un lugar y de un tiempo en el que los difuntos permanecieron en espera de su redención por la muerte salvadora de Jesús. Y a ese lugar se llama "limbo de los jus­tos".
   Evidentemente existe en esta creencia gran carga de antropomorfismo, ya que difícilmente se puede entender o aceptar semejante existencia si eliminamos toda referencia a "tiempo" y a "espacio", una vez que se sale por la muerte de las catego­rías cosmológicas de la existencia humana y terrena. Pensar en un "lugar" provisional para luego entrar en el Paraíso, entendido ya como en­cuentro permanente con Dios (Jn. 17.3), resulta difícil de asumir filosóficamente.
   Más confuso y difuso aparece el concepto de "limbo de los niños", sobre el que hay total carencia de referencias bíblicas. Se presenta sólo como una invención teológica para explicar con coherencia la situación de las almas de los niños muer­tos sin bautismo, es decir en pecado original.
   Y así como el limbo de los justos se entendió transitorio, hasta la venida de Cristo, el de los niños, por el carácter irreversible de la muerte y la inmutabilidad en la otra vida y por la naturaleza "mortal" del pecado original, se entendió como ya definitivo y eterno. Las diversas opinio­nes de los teólogos han abundado: salvación final por la misericordia divina, existencia de otra prueba para dar opción a elegir salvación o condenación, salvación condicionada a la de los padres por solidaridad, no dejan de ser infundadas ocurrencias sin base bíblica.
   Siendo este tema muy secundario en el contexto del mensaje cristiano, lo más prudente en la educación de los cristianos es eludirlo en lo posible o declararlo lisa y lealmente opinable, sin hacer de él objeto de enseñanzas precisas. El carác­ter misterioso de la muerte y del más allá puede suscitar cierta curiosidad en determinadas edades, pero es preciso no incrementarla con resabios espiritistas.