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Arte o técnica de producir efectos admirables, aparentemente rompiendo las normas o leyes naturales y obteniendo beneficios para quienes la realizan.
En la Escritura se habla de la magia y de lo que va anexo a ella: adivinación, sortilegios, espiritismo, etc.
En el Antiguo Testamento se advierte el reflejo procedente de los pueblos del entorno, dado a ella, y siempre con un sentido de rechazo: Deut. 18. 9-13; Miq. 5.11; Jer. 27.9; Ex. 13. 18-20; Salm. 30.14. Se castiga con la muerte a quien se entrega a ella, a la hechicera: Ex. 22.17; Lev. 20.27; 1 Sam. 28.3. Esa actitud pasó al Nuevo Testamento, aunque en los textos del Evangelio no se alude al tema, Pablo la rechaza rotundamente: Hech. 19.18; Gal. 5.20.
Para juzgar moral y religiosamente las artes mágicas, hay que diferenciar con claridad: el espiritismo diabólico, si es posible o existe; y el juego de trucos.
La magia negra alude a procedimientos por influencia diabólica. Mediante ellos se podría superar las fuerzas naturales y ocasionar prodigios extranaturales: elevación, volar por el aire, producir males (maleficio). Es rara la acción bajo estas fuerzas, si es que alguna vez se ha dado, ya que el demonio "no está para jugar" y sólo actúa si Dios lo permite. En todo caso esta magia es contraria al respeto divino y se asocia moralmente a los pecados contra el primero y el segundo mandamiento.
La magia blanca, ilusionismo o prestidigitación, se usa como diversión y se logra con trucos y habilidades o incluso con el aprovechamiento de determinadas fuerzas especiales que algunas personas poseen y no tienen nada de sobrenaturales. Es evidente que esa magia, o habilidad para mover los dedos (prestidigitación) o para suscitar ilusiones ópticas o sensoriales (ilusionismo), nada tiene de anormal o inmoral, por espectaculares que sean sus manifestaciones.
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