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Dilapidación de bienes ajenos o propios, malgastando imprudentemente por falta de habilidad o por mala intención fuera de todo sentido común Si se trata de los bienes propios, la malversación es un acto de imprudencia o una falta de discreción o de austeridad, sobretodo si se hace por ostentación vana o por ligereza.
Si los bienes son de una colectividad que se administra, sea publica como es la que se rige por lo organismo públicos, o sea privada como es una comunidad o una sociedad cualquiera, la malversación supone una falta de justicia que afecta a la honradez.
La malversación de bienes públicos es un peligro que acecha frecuentemente a gobernantes con capacidad incontrolada del mando. Compromete la justicia social y la conciencia de quien dilapida bienes que no son propios, puesto que el gobernante es administrador delegado y no propietario libre.
Aunque sea mal frecuente en ambientes de administración pública, la buena formación del cristiano reclama la siembra oportuna de criterios sanos y la promoción de virtudes sociales, como la honradez, la austeridad, la transparencia en todo tipo de gestión y la dependencia debida en todo lo referente a los gastos públicos. La rectitud de intenciones, la prudencia gubernativa y la limpieza de miras son virtudes que todos deben conocer, unos para practicarlas y otros para exigirlas. El hecho de que haya personas que se lucran de sus cargos o que gestionan imprudentemente los bienes colectivos no debe servir de pretexto para que alguien se lucre con lo que no es propio. Sólo las conciencias rectas son capaces de resistir las ocasiones de beneficiarse de lo que se posee en calidad de administración.
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