Obreros
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  Son todos los que viven de su trabajo y que dependen de alguien que los contrata (Patronos, empresarios) y del salario con el que viven ellos y sus familias.  La pastoral ha sido en los dos últimos siglos una atención preferente de la Iglesia, debido a los grandes cambios sociales del mundo y de la sociedad.
   Desde el jornalero antiguo al proletario generado por la revolución industrial y al técnico especialista asalariado de los tiempos recientes en países desarrollados, el mundo obrero (trabajador, depen­diente, subalterno, empleado) ha atravesado un proceso gigantesco de transformación. La leyes laborales que existían y las masas cam­pesinas que se conver­tían en proletarias a finales del siglo XIX, cuando León XIII escribía la "Rurum novarum" (1891) medio siglo de­spués del Manifiesto del Partido Comunista de Marx (1848), sufrieron cambios enormes en relación al tiempo de la "Centesimus annus", de Juan Pablo II (1991).
    Con todo, la población obrera sigue teniendo un común denominador reivindi­cativo y exigente, si bien en los tiempos modernos, al estar menos conculcados los derechos, se hace más hincapié en otros aspectos más cualitativos y personales: mejor distribución de beneficios, compromisos de competitividad y de calidad.
    Y lo más interpelante para un cristiano, consciente del valor del mundo laboral, es la existencia en el tercer mundo de grandes problemas que afectan a la mayor parte de la humanidad: masivo desempleo o subempleo, desplazamiento a veces violento de grandes masas de emigrantes, discriminación de la mujer en las esferas laborales, explotación de débiles (niños, pobres, ancianos) en trabajos no remunerados con mínimos de justicia, con precariedad y miseria.
    El mundo obrero se ha levantado como mito para unos movimientos y como amenaza para otros. Ha sido la bandera y el reclamo de los enfrentamientos políticos y económicos de multitud de ideología desde el siglo XIX. La Iglesia cristiana no ha querido entrar en el juego de las controversias ideológicas, como si se tratara de una alternativa más. Ella sabe que no es una entidad financiera que tenga soluciones sociales y económicas ante las demandas, pero tampoco es un poder fáctico que haya de temer competencias de los otros poderes o de los partidos políticos. Ella es una mensajera que se contenta con recordar que su Fundador, Jesús,  fue el Obrero de Nazaret, no un príncipe terreno; que su mensaje tiene que ver más con los pobres que con los ricos de este mundo; y que la redención trascendente que Jesús trajo al mundo incluye también la lucha por la justicia social y en esa justicia existe la demanda de una redención de los obreros que no son tratados como personas y una con­dena de los patronos que se comportan como señores egoístas, cuya riqueza se construye explotadora sobre la pobreza de los demás.
   La educación cristiana de los obreros no se basa en actitudes reivindicativas, sino en el anuncio evangélico que reclama la dignidad humana como punto de partida. Nadie debe considerarla como promotora de la lucha de clases, como entidas capaz de resolver las reivindicaciones salariales. Ella es sólo testigo de los hombres, eco de los explotados, promotora de paz, invitación a la fraternidad y también entidad que invita a la ayuda, a la luz y  promotora de la igualdad de todos los hombres y  de un orden social compatible con esa igualdad.