Oráculo
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   Anuncio o sentencia adivinatoria, conminatoria o imprecatoria, que se ofrece bajo la pretendida inspiración de una divinidad a la que se ofrece un rito o sacrificio. Se comunica a una perso­na, a demanda suya o como anuncio profético espontáneo o inesperado.
   Los oráculos se practicaron desde los tiempos más antiguos en las religiones orientales (Babilonia, Egipto, India). Las más estudiadas o conocidas se daban en lo templos griegos a consultas de los adoradores ("manteia", se llamaba la respuesta)
   Los más conocidos son los Oráculos del dios Apolo en el templo de Delfos, los de Zeus en Epiro y Olimpia, los de Asclepio en Epidauro.
   En los ámbitos proféticos de la Biblia  también se habla de diversos oráculos: Num. 27.21; Jos. 9.14; Jue. 1.1 y 18.5; 1 Sam. 10.22 y 14.37. La Ley judía prohi­bía toda adivinación, magia o sortilegio (Deut. 18. 10 y Lev. 19.26); pero autorizaba al sacerdote a hacer consultas rituales a Yaweh (Deut. 33. 8; 1 Sam. 9. 9; Num. 12. 6). Ello indica que esta práctica se hallaba arraigada en el primitivo núcleo israelita.
   Los medios que usaban para obtener oráculos, "los urim y tummim" y el "efod" que con frecuencia se aluden en la Escri­tura (Deut. 33.8; Ex. 28.30; 1 Sam. 14. 38-42) no son fáciles de interpretar, pero es casi seguro que se trataba de juegos de azar con piezas polícromas.
   Es interesante contrastar que a medida que, en el pueblo fueron desarrollándose las prácticas adivinatorias y las consultas cultuales a la divinidad mediante las "suertes", fueron  desapareciendo las supersticiones. Constituyeron una actividad sacrílega, salvo en casos excepcionales de guerra (1 Mc. 3. 48) y con algunos maleficios y conjuros contra los adversarios (1 Mac. 7.8). A ese descrédito y prohibición contribuyeron las condenas de los profetas que los presentaron como ofensas a Yaweh: Ez. 21. 23; Os. 4.12. Sab. 13.17.
   En el Nuevo Testamento la postura ya fue claramente contraria. Cualquier sortilegio o conjuro fue mirado como superstición opuesta a la fe, como se advierte en la condena de Pablo al mago de Chipre (Hech. 13. 10); y, sobre todo, la liberación del espíritu de la muchacha adivinadora de Filipos, a quien Pablo exorcizó por lo que sus amos le llevaron a la cárcel. (Hech. 16. 16.21)
   Y es la postura que pasó a los primeros cristianos, a diferencia de los judíos que es probable los siguieron consultando durante siglos.