PAPA
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   El término “papa” es una forma griega ("pappas"), de decir "padre" en sentido familiar, pero con resonancia de veneración y respeto. Aplicado a los ámbitos religiosos de las comunidades de Oriente, se definió como "papa" al pastor principal de una iglesia y pronto al Obispo de cada comunidad o diócesis (dioikesis, de dioikeo, administrar la casa) o administración territorial.
  Con el tiempo, tal vez hacia el siglo VI el término quedó reservado para los "pontífices", o pastores de las principales sedes episcopales, para los patriarcas, de los cuales dependían de diversas formas las comunidades cercanas, menos antiguas o más pequeñas.
   En Occidente, cuando se fueron rompiendo los lazos, incluso jerárquicos con Oriente, el término Papa se reservó mayoritariamente para el Obispo de Roma, a quien desde el siglo IX se le aplicó en exclusiva.
   En el Papado, como institución eclesial, hay que diferenciar dos aspectos: el teológico al que denominamos Primado; y el histórico y evolutivo, el cual fue variando en lo social y político. En el primero interesa lo doctri­nal y dogmático, esto es los aspectos de jerar­quía, magis­terio, autoridad, según la exégesis de lo que Jesús quiso al desig­nar a Simón Bar Jona (Hijo de Juan) como Pedro, como piedra o roca de la comuni­dad eclesial. Eso importa más que la percep­ción del Papado en las diversas esferas eclesiales, de las que se mantuvieron fieles a su autoridad y prestigio; y de las que se fueron apartando de su obe­diencia a lo lago de dos milenios de historia.

 

   1. Papado en la Historia

   La tradición es unánime en considerar la venida de Pedro a Roma y su muerte en la persecución de Nerón. La acción de Pedro, según la referencia de los Evangelistas y de los Hechos, y las referencias Paulinas, es claro reflejo de la veneración y del reconocimiento de la autoridad de la Sede Roma. Al asociar la idea de Papa a la de Primado, cumbre de la autoridad, del Magisterio, de las jerarquías, la sede primada de Roma mereció el respeto y el reconocimiento de las demás sedes episcopales en los primeros siglos.
   Por eso los sucesores de Pedro en Roma, los cuales que se configuran en forma de obispos (episcopio, episcopere, el que vigila) se sienten responsables y herederos de una autoridad patriarcal singular y de única responsabilidad.
   Ya desde el siglo IV, con motivo de los Con­cilios de Oriente: Nicea, 321, Constantinopla, 385 y Efeso, 431, hay enviados del Obispo de Roma que se sienten depositarios de especial autoridad y con son recibidos como tales sin dificultad. Pero es probable que el mismo o parecido significado tenían los "Patriarcas" de las otras sedes "históricas" como Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría.
    Con todo las declaraciones de la autoridad singular del Obispo de Roma se repiten desde el siglo IV (Denz. 57 b, 87, 100, 109, 109 b, 112, 163, 171).
    El Papa de Roma, más que los papas de otras comunidades, ejerce una influencia grande. El alejamiento cultural, lingüístico y político entre Oriente y Occidente se incrementa con la llegada de los bárbaros en Occidente (siglo VI) y con las conquistas de los mahometanos en Oriente (Siglo VII). Las reticencias explotan en el siglo VIII y las jerarquías orientales se alejan de Roma. En Oriente se impone el nombre de Patriarcas y en Occidente se consagra el nombre de Papa para definir a las jerarquías religiosas de la Iglesia.
    Las Iglesias Occidentales vuelven sus ojos a Roma y reconocen a su Obispo autoridad más que moral, repitiendo el calificativo de Padre de todos (Papa); y las Iglesias Orien­tales, divididas y rivales entre sí, des­confían de Roma y siguen una dependencia fragmentada en rela­ción a las distintas sedes patriarcales.
    La primera ruptura formal se da con Focio (820-895), Patriarca de Constantinopla, condenado en el IV Concilio de esta ciudad (año 869, Denz 333 y 341). La ruptura quedó consolidada en el siglo XI con Miguel Cerulario (1000-1158), al pronunciarse la mutua excomunión con el Obispo de Roma el año 1054, la cual contaminó a las cinco iglesias más importantes del Oriente ("Pentarquía").
    Desde entonces se fue desarrollando la doctrina llamada del "Vicario de Cristo" a favor del Papa romano, atribuyéndole poderes singulares y de supremacía:
     - poder de dirigir la Iglesia Universal como Maestro y Pastor;
    - poder de convocar, presidir y confir­mar concilios de todos los Obispos;
     - poder de nombrar y destituir otros obispos pastores en todos los lugares del mundo cristiano.
     La tendencia de Oriente se consolidó desde el siglo XII al seguir cada Iglesia su camino. Pero en Occidente la autoridad moral y social del Pontífice Romano se fue consolidando, sobre todo al cobrar auge el poder político y humano del Papa en los territorios o Estados Pontificios, dados el 751 al Papa por Pipino el Breve (715-758) al vencer y deponer a los merovingios.
    Los movimientos antirromanos se mantuvieron durante la Edad Media y a comienzos del Humanismo, hasta la revolución protestante de Lutero (1483-1546). El antipapismo luterano culminó una cascada de rupturas, ideológicas y afectivas (Occam, Marsilo de Padua, Savonarola) y litúrgicas y jerárquicas, como las de Juan Hus (1371-1415) y John Wycleff (1320-1385), antes de Lutero; y de Juan Calvino (1509-1564) y Ulrico Zuinglio (1483-1546) después.
    La reforma protestante cristalizó en un abanico interminable de iglesias autónomas e independientes, cada vez más distantes en liturgia sacramental, en estructuras jerárquicas y en interpretaciones evangélicas. Fue esa convulsión religiosa la que simplificó sus planteamientos con términos como reformacontrarreforma, evangélicos-papistas, seguidores de Cristo y seguidores del Anticristo (Lutero, en De la maldad de Babilonia).
    Culminó el movimiento antipapista con el cisma anglicano en 1535, cuando Enrique VIII de Inglaterra se independizó de Roma y del Papa y se proclamó cabeza de la Iglesia (Act of supremacy), decisión corroborada por los Arzobispos de Canterbury Thomas Crammer (1532-1556) y Matthew Parker (1559-1575). Las demás formas emanadas de los luteranos (bautistas, pentecostales, moravos, adventistas, metodistas, etc.) o de los anglicanos (episcopalianos, liberales) heredaron la profunda aversión al Papado y se declararon siempre opuestos al principio del Primado.
    Todavía quedaban otras separaciones más o menos localizadas, como la de los Viejos Católicos después del Vaticano I, que se opusieron a la Constitución conciliar "Pastor Aeternus" del 18 de Julio de 1870 y malinterpretaban lo aprobado, que no era una declaración de poder, sino una definición de infalibilidad en casos muy singulares relacionados con el dogma o la moral.
    Menos doctrinal y más disciplinar fue la ruptura de los grupos conservadores con la reforma litúrgica promovida por el Vaticano II y significada en Marcel Lefebre (1905-1991), Arzobispo dimisionario de Dakar, suspendido a divinis por Pablo VI en 1776
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   2. El significado del Papa

   La doctrina católica del Primado pontificio se fue clarificando con el tiempo y fue soportando los avatares históricos con sus ingredientes culturales y sus interpretaciones particulares en una Iglesia polivalente, multirracial, ecuménica y abierta a multitud de tradiciones que la enriquecen en cada lugar del mundo.
   Sin entrar en el planteamiento del principio doctrinal del Primado, y con referencia a la interpretación que se debe hacer del Papado, la educación del cristiano reclama una clarificación de lo que el Papa es y de lo que no es en la Iglesia.

    2.1. El Papa no es

     Una visión negativa sirve de partida para deshacer el  equívoco con respecto a la figura pontificia.
     - El Papa no es un señor terreno, aunque durante mil años su figura haya estado asociada al soberano de los llamados Estados Pontificios, concedidos por Pipino el Breve y consolidados por Carlomagno. Ese señorío terreno fue una contingencia histórica que hasta el siglo IX no existió y desde el siglo XIX dejó de tener lugar en la Iglesia. Le permitió al Pontífice en los siglos medievales mantenerse independiente y en los siglos renacentistas poder actuar entre los señores terrenos con lenguajes humanos adecuados.
    Hoy, usurpados los Estados pontificios por la monarquía piamontesa de Víctor Manuel I y desde los Pactos de Letrán entre Pío XI y Musolini en 1929, el Papa es libre y soberano del Estado Vaticano y "señor sui géneris" de un país independiente. No es ciudadano italiano o del país de donde procede. Por eso el Papa no es Rey, no es Presidente político, ni tampoco no es gestor de bienes terrenos ni legislador de vasallos.
    - Tampoco el Papa es Presidente de una Sociedad religiosa internacional que domina personas, propiedades, tareas y actuaciones en casi todas las naciones de la tierra.  No es un jefe, animador o dirigente internacional como si de una Sociedad publica o de amplia ONG se tratara. Tiene sus influencias sobre los hombres y los hechos, pero no más ni menos que cualquier otra entidad humana: un movimiento, una actitud, una corriente social abierta al mundo entero. No tiene en su mano respuestas políticas, económicas, científicas, legales, para resolver todos los problemas que pueden surgir en el mundo.
   - El Papa no es, aunque se le mire así en los ámbitos no católicos, un líder espiritual, un consejero internacional, un portavoz de una confesión religiosa a la que pertenecen muchos millones de creyentes. No es el jefe de una Iglesia o defensor de una religión, una más digna de respeto entre las muchas que hay en el mundo, y que ofrece una filosofía o una ética para poder convivir en el planeta del modo mejor posible.

   - El Papa sí es

   Es un ministro de Dios, en la comunidad que Jesús quiso fundar. Como ministro, no depende del número de sus seguidores, sino de Aquel que le eligió y le envió al mundo. Es un hombre elegido para una misión que transciende lo social y lo cultural del mundo pasado o del presente.
   Es un Obispo de Roma, depositario de un mensaje evangélico común a todos los Obispos; por lo tanto es sucesor de los Apóstoles en su misión de anunciar la salvación y la paz a todas las gentes.
   Pero también es un Primado, lo que significa que, por voluntad de Jesús, es poseedor de una dignidad, de una autoridad y de una responsabilidad singular, que no tienen los demás Obispos ni de Oriente ni de Occidente.
   Si esto es el Papa, es normal que, al comenzar el siglo XXI, el Papa Juan Pablo II se haya preguntado si la figura del Papa representa todo esto ante los hombres y ante los cristianos que no reconocen su autoridad de Primado y haya proclamado que está dispuesta la Iglesia católica, ante las demás iglesias cristianas, a revisar sus modos de hablar del Primado.  En 1995, en la Encíclica Ut unum sint, dedicada al ecumenismo de los católicos y a sus relaciones con los demás cristianos, llegó a decir que es escuchada: “La petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar a lo esencial de la misión, se abra una situación nueva”... Por eso “invito a los pasto­res y teólogos de nues­tras iglesias para que busquemos, por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de fe y de amor, reconocido por unos y otros”.   (N. 95)
   Es decir, no se debe negar la voluntad de Jesús sobre el "primado de Pedro y sus sucesores"; pero se puede, y tal vez se debe, revisar lo relativo al "Papado".

   Por eso, se tiende en la actualidad a presentar el Papado fuera de un contexto polémico y sólo en un significado bíblico:
    -   no en clave de poder o de influencia, sino en forma de servicio a la Iglesia.
    -  no desde una perspectiva de preeminencia o de precedencia, sino como actitud de presencia y concordancia.
    - no con afanes de formular títulos de dignidad o de mando, sino de ofrecer la tradición de un servicio humilde en la Iglesia de Oriente y de Occidente.
    El Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, en su encuentro del 2003, profundizó el sentido del Primado y del Papado y resaltó el deseo pontificio de estudiar de nuevo todo "el fundamento bíblico del Primado y si continúa la vigencia histórica o cultural del Papado".
    A la luz de estos criterios es posible reformular en la Iglesia católica lo que es el Primado doctrinalmente y ofrecer a las Iglesias orientales, a las anglicanas y a las protestantes o evangélicas una nueva forma para llegar a la reunificación, ideal último del movimiento ecuménico.
     - volver a explicar el Papado a la luz de la enseñanza de los primeros Padres de la Iglesia;
     - explorar el papel del Obispo de Roma en los Concilios Ecuménicos;
     - incluso reinterpretar el Magisterio del Concilio Vatica­no I sobre el Primado papal.

    3. Educación sobre el Papado

    A la luz de lo dicho, es fácil entender que conviene una buena formación cristiana sobre la figura del Papa:
     - Hay que presentarle como Obispo de Roma, vicario de Cristo, con un singu­lar y triple ministerio (servicio más que poder): el de en­señar, de santificar y de gobernar.
     - Para presentar el Papado no basta los criterios históricos ni los socioló­gicos. Es preciso acudir al espíritu de fe.
     - Si se le aclama, no hay que hacerlo como si de una estrella cinematográfica o musical se tratara. Ni es un líder político mundial ni es un mito o un mago. Es un hombre humilde que se presenta en nombre de Jesús.
     - Si se le venera, no debe hacerse por un rito mágico y ni por el mimetismo de un espectáculo, sino por la persuasión de ser un enviado de Dios.
     - Si se le ama, no es por sus rasgos humanos de simpatía, cercanía, sencillez o bondad, sino por el misterio que lleva en su figura.
     - Si se le escucha, no es por ser un pen­sador sabio o un orador brillante, al margen de su edad, de su figura, de su raza, de su nacionalidad o de sus habi­lidades humanas.
    - Si se estudia su mensaje, no es por su oportunidad o su profundidad; ni sus documentos son los de cualquier Obispo para su Diócesis o de cualquier teólogo para su cátedra o su auditorio predilecto.
    El Papa es algo más que una figura mundial a la que se escucha en la ONU o un famoso viajero que hace un espectacular viaje para presi­dir una Eucaristía para dos o tres millones de fieles en Brasil o en Méjico.
    El Papa es sólo el representante de Cristo, al igual que cada Obispo, ante el mundo. Cada Obispo es sucesor apostólico en el mun­do entero, no sólo en su Diócesis. El Obispo de Roma lo es por igual, en el mundo entero, pero él ocupa el lugar de Pedro.     (Ver Pri­mado de Pedro 1   y ver Jerarquía 4.1)