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          Se  denominan así en lenguaje bíblico a los primeros padres del Pueblo de Israel,  protagonistas de los primeros relatos legendarios o históricos de la Sda.  Escritura. La figura de los Patriarcas tiene interés especial en la catequesis,  pues ellos son elemento básico inicial en la Historia de la Salvación. A ellos  se refiere Cristo en diversas ocasiones, recordando que El ha venido a culminar  esa historia 
   Unos son figuras míticas que configuran la  mente de los israelitas: tal es el caso de Adán y Eva, de Abel y Caín, de Noe y  de sus tres hijos. Las más recientes son figuras hipotéticas o posibles, que  están ya en la raíz del pueblo, como es el caso de Abraham, Isaac, Jacob, José  y Judá. 
   En el Pentateuco las figuras patriarcales  se recogen en el libro del Génesis que narra la historia de la humanidad y de  la formación del pueblo de Israel. Para la referencia a sus hechos y significado  se prolonga en todos los textos posteriores, tanto del Antiguo como del Nuevo  Testamento. 
   Cronológicamente cubren la historia desde  los orígenes de la humanidad (prehistoria), hasta los tiempos de los Faraones  hicsos (semitas) que, hacia el 1674 (edad del bronce), invaden Egipto, poniendo  la capital en Avaris (dinastías XV y XVI). 
   Los Patriarcas constituyen una referencia  religiosa obligada en la formación bíblica, al margen de las cuestiones  arqueológicas o históricas que ellos representan. 
        Los grandes Patriarcas fueron: 
        1.  Adán  y Eva.  
        Adán representa el nacimiento a la vida.  Según la Biblia y el Corán, el primer hombre y la primera mujer, progenitores  de la raza humana, fueron creados por Dios.  
      -   Adán, en hebreo tal vez signifique hombre. El Génesis alude a que fue  creado "con polvo del suelo" (Gen. 2.7). 
      -  Eva, en hebreo "havá", la que vive,  la viviente, que fue hecha de una costilla de Adán y puesta en el Paraíso como  compañera, carne de su carne y hueso de su hueso. 
     El relato aparece en dos versiones: Gén.  1.26-27 y Gén. 2.7-8 y 18-24.  Adán es  equivalente a vida y es la versión que hay que presentar en catequesis, al  margen de todas las teorías sobre evolucionismo o creacionismo. La doctrina  cristiana sobre el hombre es compatible con cualquier teoría antropológica o  biológica que respeta la dignidad superior humana. 
     Los mitos creacionistas o las alternativas  científicas de la antropología conviene que queden marginados de una buena  catequesis sobre el "padre de todos los vivientes". Pero no está bien  olvidar que los mitos sobre el hombre: formación, paraíso, prueba, pecado,  serpiente, etc., se multiplican en las mitologías de Oriente desde el 2000  antes de Cristo. 
     Lo que sí resulta decisivo en el pensamiento  bíblico sobre Adán es el abanico de principios cristianos: que el hombre fue  creado por Dios, que la mujer es de la misma naturaleza que el hombre, que hubo  una prueba de Dios y un pecado, que el hombre quedó pendiente de una redención  (Gén. 2,18-24... Gén. 3.17-19  3.16). 
        
     
       2. Abel.  
         Hijo de Adán y Eva, junto con Caín, es la  otra gran figura patriarcal primitiva. Representa el mito del hombre bueno,  pastor de rebaños, que cumple su deber de ofrecer a Dios sus ofrendas.  
     Se presenta en la Biblia en contraste con  el envidioso y homicida Caín, agricultor, rechazado por Dios por su mal  comportamiento. Caín termina matando a Abel (Gén. 4. 2-16). 
     Esta historia de fratricidio servirá en la  Historia de la salvación para hablar del mal y del bien, del culto agradable a  Dios y del abandono de la Ley.  
     Hasta qué cierto punto la historia, o  leyenda, refleja la bondad del pastoreo nómada en Palestina sobre la avaricia  del agricultor de una tierra sin agua (Hebr. 11.4; 12.24), queda a la reflexión  de los expertos en arqueología y antropología. Lo que importa en catequesis es  aprovechar esa personalización de "los dos caminos" éticos de todo  hombre: el que acerca a Dios y le agrada, el que aleja de Dios y merece un  castigo. 
        3.  Noé. 
         Es la  figura que sirve en la Biblia  para explicar la existencia de las tres grandes razas, regiones y estilos de  vida que cubren las interpretaciones primitivas de la humanidad. Los tres hijos  de Noe, Sem, Cam y Jafet, reflejan los tres mundos conocidos: el del Este,  Europa, el del Norte, Asia, el del Sur, Africa y el desierto arábigo. 
     Hay un castigo a la corrupción en forma de  diluvio universal, y hay una salvación del hombre bueno. Hay una bendición y  luego la maldición de Noe a Cananán, el hijo mayor de Cam, que ha cometido el  gran pecado de la impiedad (Gen. 6-9). 
     No cabe duda de que el diluvio es un mito,  también presente en las mitologías del Oriente.       
         4. Abraham.  
         Es la figura con la que se inicia el relato  de la elección especial de un pueblo, Israel, entre otros pueblos cercanos y  racialmente fraternos. 
     Refleja la figura del peregrino o emigrante  del Oriente. De su figura fundacional nacen los pueblos orientales que rodean  a Israel. Es la cabeza de los pueblos abrahámicos: israelitas y edomitas,  moabitas y amonitas, arameos e ismaelitas. (Gen. 11.27; 25. 10).  
     Su peregrinación desde Oriente, Ur unas  veces (Gn. 12. 17 y 31; 15.7) y Padán en otras referencias (Gn. 28. 2-5;  48.7), se sitúa cronológicamente entre los años 1850 y 1750 a.C. 
     Es considerado por los musulmanes, quienes  le llaman Ibrahím, como antepasado de los árabes por la generación de Ismael,  de su sierva Agar. Los israelitas le veneran como promotor por Isaac, de su  esposa Sarai.  
     Es contemporáneo de Hammurabi, rey de  Babilonia, del cual se conserva un código con leyes de tipo semita. 
     Elegido por Dios, abandona Ur junto a su  sobrino Lot y su familia. Con su padre Tarej, se establece en Jarán. En  diversas teofanías recibe la promesa de Dios de hacerle una 'nación grande'.  Recorre Canaán, que le es prometida para sus descendientes. Más tarde, al  crecer su hacienda, se separó de Lot, su sobrino, asociado al origen de los  amonitas y moabitas después de la destrucción de Sodoma y Gomorra.  
     Bendecido por el sacerdote Melquisedec, rey  de Salem, crece y se multiplica. Su fidelidad queda patente en la ofrenda  simbólica de su hijo Isaac en el monte Moria, donde luego se construirá el Templo  de Jerusalén y hoy se alza la mezquita de la Roca. 
     Es el hombre de la Alianza, pues Dios le ama  y le destina para ser "padre de todos los creyentes". Murió a la  bíblica edad de 175 años y, enterrado junto a Sarai en la gruta de Macpelá, hoy  Hebrón, sigue siendo la figura central de la Historia de la salvación para  judíos, mahometanos y cristianos, por su fe, por su elección divina, por ser  el símbolo de fecundidad. (Gn. 11.27 y 25.10). 
         5. Isaac. 
          Es el  hijo gozoso (en hebreo, hará reír) que Dios concede a Abraham, ante la  desconfiada sonrisa de su madre que escucha el anuncio divino de su nacimiento.   Es la figura asociada siempre a la de  Abraham, heredero de las promesas divinas (Gén. 17. 19-21,) como hijo de la  esposa libre y hermano de Ismael, el hijo de la sierva.  
     Su vida es relatada en el Génesis (21 a 28)  como eco y confirmación de los hechos de Abraham.  El Nuevo Testamento alude a Isaac como  precursor de Cristo y de la Iglesia (Gál. 3.16; 4.21-31); la obediencia de  Isaac a su padre hasta la disposición a la muerte sacrificial es reflejo y  anuncia de la disposición salvadora de Cristo. (Heb. 11.17-19).  
        
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        6.  Jacob. 
         Es la figura patriarcal fundadora de las  doce tribus de Israel, es decir del pueblo en sus diversos clanes y familias. 
     En la Biblia se presenta como figura  antagónica de su hermano Esaú, también promotor de doce clanes o tribus, los  edomitas. Aparece destinado en la historia a vencer a su hermano, por la  protección divina de que goza. 
     La victoria de Jacob, que cambia de nombre  en Israel después de haber luchado contra Dios (Israel, en hebreo "fuerte  contra Dios") al huir de la venganza de su hermano, será el comienzo del  pueblo elegido. 
      Jacob es el patriarca que de cuatro  esposas, Lía y Raquel, las libres, Zilpá y Bilhá, las siervas, tiene 12 hijos,  que formarán las doce tribus israelitas. 
     De Lía tendrá a Isacar, Judá, Leví, Rubén,  Simeón y Zebulón; de Raquel, a José y Benjamín; de Zilpá a Gad y Aser; de Bilhá  a Dan y Neftalí. (Gen. 25-35). 
     Los acontecimientos más sobresalientes de  su existencia fueron la teofanía de la escala celestial y la bendición en Betel  (Gén. 28. 10-22) y la concesión de nuevo nombre (Gén. 32.24-32). Es hermosa  la historia de las rivalidades de sus hijos, hasta la venta del menor de todos,  José, a los mercaderes que le lleven luego a Egipto y asegura la salvación de  sus hermanos. 
         7. José  
         Es el hijo amado, (en hebreo, El añadirá),  perdido y recuperado, de Jacob (Gen. 30-50). Su importancia está asociada a la  estancia de los israelitas en Egipto, donde llegaron para salvarse del hambre  de Canaán y en donde luego son hechos esclavos cuando cambia el Faraón. Como  hijo de su esposa favorita, Raquel, representa la protección divina sobre su  pueblo elegido en las primeras fases de su expansión. 
    El relato de José representa la presencia  israelita en la tierra de la esclavitud y resalta sobre todo la libertad que  luego recuperaran a pesar de haber vivido generaciones en tierra extraña. Por  su importancia sus dos hijos, Efraim y Benjamín,  serán considerados por Jacob como hijos propios,  bendecidos como tales y con un papel singular en la historia posterior del  pueblo. 
         8.  Judá. 
       Es el otro patriarca importante entre los  hijos de Israel o Jacob. La Biblia sitúa su establecimiento en el sur de Palestina  y a él le corresponde el territorio de Jerusalén.  
     En vida será el más audaz y caudillo de sus  hermanos y luego la tribu que formará la vanguardia en la conquista de la  tierra de Canáan. Pero la leyenda le hará singularmente importante pues a  su descendencia pertenecerán los grandes reyes del Sur, desde David y  Salomón, hasta los descendientes que siempre serán los dominadores de la  ciudad santa de Jerusalén. 
     En el Antiguo Testamento, este cuarto hijo  de Jacob se convertirá, después de la destrucción de las tribus del norte, en  la síntesis del pueblo que se mantiene vivo, que es llevado a la cautividad de  Babilonia pero regresa protegido por Dios, y se vuelve a instalar en la tierra  prometida. 
     Es por lo tanto el heredero final de las  promesas y el núcleo humano al cual pertenecerá el Mesías salvador, prometido  por los profetas y luego presente en el pueblo a la llegada de Jesús. (Gén.  29, 35 y 38). 
     Según el libro de Éxodo, la tribu formó la vanguardia  en la travesía del desierto tras la salida de Egipto. Los siguientes libros  bíblicos, que registran la historia posterior de Israel, destacan a Judá como  guerrero, líder y predominante en el pueblo. Tras el reinado de Salomón, rey  de Israel y de Judá, las tribus de Judá y de Benjamín formaron un reino  separado (1 Rey. 12; 2 Rey. 25), que sería el único superviviente de la destrucción  final. 
      
       9. Los otros patriarcas.  
       Los israelitas consideraron siempre sagrado  respeto a sus progenitores históricos. En el cabeza de tribu hacían todos  nacer sus genealogías, teniendo a gala ser de cual o tal tribu y sentirse  vinculados a sus hermanos de grupo, dentro del gran pueblo de Israel. 
     Los profetas resaltarán el carácter del  Mesías, que habrá de ser de la tribu de Judá, como reclamarán siempre el servicio  del templo a la tribu de Leví, distribuida entre las otras para realizar sus  labores mediadoras y pacificadoras.  
      
      
      10. Catequesis y Patriarcas 
       Tienen importante pues constituyen el eje de  la historia humana en clave religiosa desde los comienzos de los tiempos  hasta la llegada del Mesías. No se basa esta importancia en el rigor histórico  o en la significación social, sino en el alcance religioso de la pertenencia a  un pueblo elegido por Dios. 
     El catequista debe reflejar con frecuencia  estas figuras en sus presentaciones religiosas, primero por el eco profético  que quedaría siempre en el Nuevo Testamento y, además, por que constituyen los  eslabones de la Historia de la salvación. 
     No deben presentarlas en plan crítico,  aplicándolas todos los parámetros de la arqueología y de la prehistoria, como  si se tratara de personajes reales de pueblos primitivos. Pero tampoco debe hacerlo  con credulidad mítica, como si sus hechos o datos fueran reales y documetados  con baremos humanos. 
     Los patriarcas son figuras religiosas que se  integran en el lenguaje bíblico y ayudan a captar la presencia de Dios en la  formación de un pueblo elegido en una tierra. Es la resonancia mesiánica de  estas personas y de sus gestos lo que verdaderamente interesa en los planos  morales y religiosos. 
     Según  la edad de los catequizandos es bueno plantear las cuestiones antropológicas  concomitantes con las religiosas, pero sin confundir ambos niveles. 
    Sus ejes de actuación deben, por tanto, ser  catequísticos: 
       - Hay unas figuras claves en el lenguaje  bíblico y otras menos importantes. 
       - Sus hechos son referencias a la creación, a  la salvación y a la elección divinas de todos los hombres. 
       - Iluminan con su historia particular jalones  interesantes de toda la historia humana, en la cual se engarza la historia de  Israel, que es historia objetiva y no mera mitología ornamental. 
       -  Son testimonios de las grandes verdades cristianas: Providencia, fe, vocación,  esperanza, culto, promesa divina, cumplimiento y fidelidad. 
       - El Nuevo Testamento, la Historia de Jesús y  la fundación del nuevo Pueblo de Dios, hay que entenderlos en el contexto del  Antiguo. 
       - Seguimos siendo herederos de esa promesa  divina hecha a Adán y a Noe, pero sobre todo encarnada en Abraham, Isaac y  Jacob, la cual llega a la plenitud en Cristo Jesús. 
     La mejor forma de presentar las figuras de  los Patriarcas es familiarizar al catequizando con la lectura de la Escritura  Sagrada y promover su simpatía por los grandes personajes de la Historia de la  Salvación.  | 
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