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Las almas de los justos que en el instante de la muerte están manchadas por pecados veniales o que no han purificado del todo las penas debidas por los pecados mortales ya perdonados, deben purificarse antes de entrar en el cielo.
Lo pueden hacer en esta vida con penitencias, oraciones, limosnas y obras buenas. O lo deben hacer en la otra vida, en un estado que se suele denominar Purgatorio.
El Purgatorio es, pues, un lugar, estado o situación donde se sufre temporalmente castigos expiatorios.
1. Concepto y naturaleza
La realidad del Purgatorio la negaron los cátaros, los valdenses, los reformadores luteranos y la rechaza desde antiguo la Iglesia griega cismática.
Como los cismáticos griegos no aceptaron nunca, desde la separación, la doctrina del Purgatorio, los Concilios unionistas de Lyon y Florencia hicieron esta declaración: "Las almas que partieron de este mundo en caridad con Dios, con verdadero arrepentimiento de sus pecados, antes de haber satisfecho con verdaderos frutos de penitencia por sus pecados de obra y omisión, son purificadas después de la muerte con las penas del purgatorio." (Denz. 464 y 693)
Los reformadores protestantes siguieron la doctrina de Lutero, que consideraba como contraria a las Escrituras la doctrina del Purgatorio. La juzgaba incompatible con su teoría de la justificación, pues Cristo, al salvar y justificar, no podía dejar absolutamente ninguna mancha en el pecador justificado.
El Purgatorio ponía en duda esa totalidad en la justificación y por eso la rechazaba. No negaba la conveniencia de sufragios por los difuntos; pero los miraba como consuelo de los vivos más que como ayuda a los muertos.
Cuando se consolidó la doctrina luterana, los reformados rechazaron también la necesidad de obras buenas para merecer la purificación. Decir que Cristo no limpió toda mancha es irreverente.
Esa actitud movió a declarar al Concilio de Trento: "Si alguno dice que, una vez perdonado el pecado, nunca más queda consecuencia de pena que deba pagar en este mundo o en el otro, en el Purgatorio, sino que ya no necesita nada para entrar en el Reino de los cielos, sea anatema." (Denz. 840)
Las declaraciones conciliares confirmaban la común doctrina tradicional de la Iglesia, la cual insiste en que incluso los que mueren sin pecado mortal tienen necesidad de purificación. Así quedan en perfecta y total pureza, la cual hará posible la entrada en el Cielo.
2. Escritura y Purgatorio
La Sagrada Escritura no formula ninguna afirmación explícita que indique la existencia del Purgatorio. Pero refleja indirectamente la idea de que tiene que existir un lugar o estado semejante, por el hecho de alabar que se hagan plegarias y sufragios por los difuntos.
En diversos lugares del Antiguo Testamento ya se relata esa práctica y se habla de su necesidad. En el libro de los Macabeos se relata que los judíos oraron por los caídos en la batalla, pues en sus cuerpos se habían encontrado objetos consagrados a los ídolos de Jamnia. Se pidió al Señor que les perdonara sus pecados; para ello enviaron dos mil dracmas de plata a Jerusalén, a fin de que se hicieran sacrificios por aquel pecado. Pensaban que a "los que han muerto piadosamente les está reservada una magnífica recompensa. Es santo y piadoso pensamiento. Por eso hizo que se ofrecieran sacrificios expiatorios por los muertos, para que fueran absueltos de sus pecados. (2. Mac. 12. 46)
En el Nuevo Testamento se multiplican ya las alusiones a las ayudas espirituales que se pueden prestar a los difuntos. Jesús mismo habla de algún perdón luego de la muerte: "Quien hable contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero." (Mt. 12. 32). San Gregorio Magno explica este pasaje evangélico: "En esta frase se nos da a entender que algunas culpas se pueden perdonar en este mundo y algunas también en el futuro." (Dial. IV. 39)
La frase de Jesús: "En verdad te digo que no saldrás de aquella cárcel hasta que pagues el último ochavo." (Mt. 5. 26), también se interpretó tradicionalmente como una alusión a la necesidad de la purificación total para llegar a la salvación.
Es San Pablo el que más hace alusión a los sufragios por los difuntos. Expresa la idea de que algunos se salvarán ciertamente, "pero como pasando por el fuego." (1 Cor. 3. 10). Es decir, que habrá quien se salve plena y directamente al morir y habrá quien precisará un tránsito más indirecto a la salvación.
Se deduce que quien muere con imperfecciones, con pecados veniales o penas temporales, debe purificarse de ello después de morir.
3. La Tradición eclesial
Los Padres latinos, tomando la palabra evangélica demasiado literalmente, interpretan el fuego como un fuego físico, similar pero no igual al del infierno. Está destinado a abrasar después de la muerte los pecados veniales que no han sido expiados. Es la enseñanza de San Agustín (Enarr. in Salm. 37. 3), de San Cesáreo de Arlés (Serm. 179) y de San Gregorio Magno. (Dial. IV 39).
San Cipriano enseña explícitamente que, si uno muere sin satisfacer todas sus deudas, debe hacerlo después de la muerte. Sólo los mártires logran una satisfacción total por el mismo hecho de su muerte por la fe. "Es distinto sufrir prolongados dolores por los pecados y ser limpiado y purificado por fuego incesante, que expiarlo todo de una vez por el martirio." (Epist. 55, 20).
San Agustín también indica que es preferible pagar las deudas con penas y que conviene aceptar los sufrimientos que vienen como penitencia y expiación en este mundo. Y, si no se hace penitencia aquí, hay que aceptarla después de la muerte para la purificación: "Unos solamente sufren las penas temporales en esta vida; otros sólo después de la muerte; y otros, en fin, en esta vida y después de la muerte. Pero todos tendrán que padecerlas antes de aquel severísimo y último juicio." (De Civ. Dei XXI. 13). En otros lugares habla este santo del "fuego corrector." (Enarr. in Salm. 37. 3; y en Enchir. 69)
Los sufragios sólo sirven a los que han renacido en Cristo pero que no han vivido de total santidad. Durante un tiempo han de purificarse de las deudas que dejaron en este mundo. (De Civ. Dei XXI 24. 2).
San Juan Crisóstomo decía: "Llevemos a los difuntos socorros y hagamos conmemoración de ellos. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, ¿por qué hemos de dudar que nuestras ofrendas por los muertos les llevan el consuelo en sus sufrimientos purificadores?" (Hom. Cor. 1. 45. 5)
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4. Enseñanza de la Iglesia
El argumento esencial en favor de la existencia del Purgatorio se halla en el testimonio de la Iglesia a lo largo de los siglos, más que en la interpretación rigurosa de los textos bíblicos.
Los escritores de la Iglesia de Occidente fueron más explícitos y claros sobreesta creencia que los de Oriente. Resaltaron más el carácter de perdón misericordioso de Dios, que el aspecto de sufrimiento de los difuntos.
Siguiendo sus enseñanzas, podemos decir que la existencia del Purgatorio se prueba por la santidad y justicia de Dios. La santidad de Dios reclama la pureza total antes de admitir junto a sí a las almas que se han salvado. (Apoc. 21. 27). Y la justicia exige que se dé satisfacción por algún delito, error o incumplimiento. Lo reclama la justicia divina en sí misma; y lo demanda la "justicia comparativa", al mirar las acciones de unos en relación a otros que han cometido faltas y han pagado por ellas su tributo de reparación en esta vida.
Justicia y misericordia se armonizan en la doctrina del Purgatorio.
4. 1. Purgatorio e Infierno
Es frecuente entender el Purgatorio como un lugar de tormentos al estilo del Infierno, con el cuál sólo se diferencia por la duración. Nada más erróneo que esta asimilación. El Purgatorio es infinitamente diferente del Infierno. En el primero se ama a Dios y en el otro se odia. En el uno se produce purificación y en el otro inmutablemente se mantiene el pecado. Entre ambos hay tanta diferencia como la hay entre la esperanza y la desesperación.
En el Purgatorio se habla, por analogía al Infierno, de la doble pena de daño y de sentido. Pero es sólo una analogía, bastante imperfecta. Evidentemente es muy distinto sufrir con esperanza y saber que pronto comienza la felicidad de ver a Dios, a quien se ama, y sufrir con despecho eterno la perdida irremediable de Dios a quien no se ama, porque no se amó en la vida y el tiempo del cambio se ha terminado.
La pena de daño consiste en la demora de la visión beatifica de Dios, no en la imposibilidad de alcanzarla. El alma sabe que verá a Dios y la dulzura de la esperanza alivia la pena de la demora. El juicio divino al morir ha hecho conocer al alma, no sólo la naturaleza de la pena, sino su misma conveniencia. Ama a Dios, que ha sido tan misericordioso y justo que la ofrece la oportunidad de purificarse.
La pena de daño se halla en el sufrimiento natural del fuego, si es que se puede hablar de fuego, y de fuego físico, si es que se puede hablar de físico.
Esta reticencia o duda a hablar de forma analógicamente al infierno es evidente. Trascendido el tiempo y el espacio, resulta incomprensible el cómo puede darse esta situación. Por eso es prudente la máxima moderación al hablar en la Catequesis y en la predicación del Purgatorio, pues casi lo único de que se puede tener certeza es de la existencia y sólo de ella.
Las almas del Purgatorio tienen conciencia de la filiación y de la amistad de Dios y anhelan unirse con El de forma definitiva y eterna. Su sufrimiento es amor y amor para toda la eternidad.
La misma pena de sentido resulta inexplicable, tratándose de almas puras y espirituales. Los comentarios tradicionales de los teólogos se ha apoyan en la idea de S. Pablo que habla de "los que se salvan, pasando por el fuego." (1 Cor. 3. 15) y se asocia esa expresión al sufrimiento material.
La enseñanza oficial de la Iglesia se ha centrado en la afirmación de la "purificación misericordiosa de Dios" y apenas si podremos decir más cosas a la luz de la Tradición y del Magisterio.
4.2. Rasgos del Purgatorio
Con todo lo dicho, podemos sacar la conclusión de que el Purgatorio es "tiempo provisional", es "purificación individual" y es "plataforma eclesial."
4.2.1. Temporal
La duración del Purgatorio es, o tiene que ser, variada, según sea la necesidad de purificación de cada difunto. Pero en conjunto es una realidad provisional destinada a su desaparición. Cuando se purifique el último de los salvados, desaparecerá para siempre.
Después de la sentencia final, nos dice el texto evangélico de la Parábola del Juicio final, no hay más que dos situaciones: "venid" al Reino o "marchad" al fuego eterno, benditos y malditos. (Mt. 25. 41).
San Agustín afirma: "Se ha de pensar que no existen penas purificativas, sino antes de aquel último y tremendo juicio." (De civ. Dei XXI 16)
4.2.2. Diferencial
La pena purificadora será personal e intransferible, adaptada y asumible, inconfundible para cada persona, pero abierta a la intercesión eclesial. Son los rasgos del proceso de purificación.
Aunque también es verdad que, en este terreno, existe una innegable y original posibilidad de "satisfacción vicaria". En virtud del dogma del "Cuerpo Místico" y de la "Comunión de los Santos", sabemos que podemos ofrecer por los difuntos plegarias y obras buenas y que les sirven a ellos de reparación y satisfacción de sus pecados y de sus deudas.
Por eso en la Iglesia fue tradicional desde los primeros tiempos ofrecer sacrificios expiatorios por los difuntos y se alabó desde siempre tal práctica.
La piedad con los amigos y conocidos lleva a ofrecer plegarias, sacrificios y limosnas para ayudarles en le reparación. Es muy importante en vida relacionarse con amigos que "saben" rezar y hacer limosnas por los amigos difuntos. Es preferible a tener "olvidadizos" familiares y amigos.
También fue ese el motivo de que se estableciera en Occidente la fiesta de los fieles difuntos (2 de Noviembre). Tuvo por fin el que la Iglesia, y con ella todos sus miembros, ofreciera sacrificios y sufragios por los difuntos de los cuales nadie se acuerda, cumpliendo así con un deber de piedad, solidaridad y fraternidad universales.
Si en el Purgatorio no hubiera esa posibilidad de intercesión, no tendrían sentido los sufragios y resultarían, como quería Lutero, más para consuelo de los vivos que para beneficio de los difuntos.
4.3.3. Intereclesial
Es interesante también recordar que la Iglesia ha tenido siempre gran respeto a la devoción a las almas del Purgatorio y que las ha valorado, no sólo como destinatarias de sus sufragios, sino como protagonistas de sus intercesiones para beneficio de los terrenos.
Los dolores y penas de estas almas resultan de gran provecho para sí; pero sirven como motivo de intercesión ante Dios en favor de los que han quedado en la tierra. Dios ha querido que se pueda poner su vida y sus méritos como motivo de ayuda a los vivos.
Por eso no deben ser miradas como "miembros pasivos del Cuerpo Místico", estando como están unidas ya para siempre a la Vid mística, que es Cristo. Son activas en su tarea eclesial y contribuyen al bien de toda la Iglesia.
5. Objeto de la purificación
En la vida futura, la remisión de los pecados veniales todavía no perdonados se efectúa, según doctrina de Santo Tomás (De male 7. II) de forma similar a lo que acontece en esta vida: por el arrepentimiento y la contrición perfecta, actitudes profundas del alma que sólo son posibles con ayuda de la gracia.
El arrepentimiento, que se origina al entrar en el Purgatorio, no suprime o aminora la pena de vida, pues el tiempo se ha terminado y no hay posibilidad de merecer ya perdón. Pero, el amor divino que domina en esas almas, hace posible el que unas sus sufrimientos a los de Cristo, "Unico y divino redentor" y participen sus misteriosos dolores de los méritos de la Cruz.
Al igual que acontece con los sufrimientos de la tierra, que sólo tienen mérito sobrenatural si están unidos a Jesús, así pasa con los miembros del Purgatorio. Es la unión del Cuerpo Místico, cuya cabeza es Cristo, la que hace purificadora su estancia allí, habiendo pasado ya el tiempo de la vida.
Se puede aplicar el principio del Cuerpo Místico a su situación: "Quien está unido conmigo produce mucho fruto; y quien no recoge conmigo desparrama." (Jn. 15.5)
Por eso, algunos escritores antiguos llamaron a ese sufrimiento "satispasión", explicando que las penas temporales debidas por los pecados son sufrimientos expiatorios. La voluntariedad, que las hace meritorias, radica en la elección de Dios como objeto que hicieron en vida, aunque murieran con imperfecciones y manchas que era preciso borrar.
6. Catequesis y Purgatorio
El Purgatorio debe ser objeto de una catequesis adecuada, en atención a la tradición de la Iglesia y a las referencias bíblicas aludidas.
1. No conviene exagerar, al menos con catequizandos de no elevada formación, las alternativas teológicas y los problemas exegéticos que se pueden deducir de su naturaleza y de sus rasgos.
Lo con que resulta más conveniente es asumir la tradicional visión eclesial de que hay difuntos que reclaman nuestras solidaridad y nuestros sufragios. En la medida en que esos difuntos sean nuestros conocidos, amigos y familiares, es preciso recordar el deber de piedad y la necesidad de entrar en juego en esos deberes solidarios de expiación.
2. Hay que destacar la necesidad de nuestra propia expiación y la conveniencia de hacer buenas obras por nuestro pecado, aunque estén olvidados en cuanto a la culpa, si han sido perdonados ya.
Si no hacemos penitencia en esta vida, la habremos de hacer en la otra. Por eso el Purgatorio debe asociarse mucho con la vida de oración y de penitencia que, sobre todo en determinados tiempos litúrgicos (Cuaresma y Adviento), se debe proclamar en Catequesis.
3. Una especial consigna catequística es aprovechar los momentos frágiles de la vida, para recordar la pureza que se requiere para entrar en el cielo. Los silencios ante los difuntos deben ser superados por las plegarias, las limosnas y los sacrificios personales en sufragio suyo. Esto conduce a dar el verdadero sentido de la muerte cristiana. |
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