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Virtud humana y cristiana que mueve a llevar con tranquilidad y serenidad, con paz, los diversos avatares, agradables o desagradables, de la vida y del trabajo.
La paciencia tiene estrecha relación con la fortaleza, la tolerancia, el aguante, el saber soportar y resistir las adversidades. Por eso supone actitud comprensiva con las personas y con los hechos. Establece vínculos directos con la resignación, la serenidad, la conformidad, la fidelidad y la esperanza. Es capacidad de mantener la paz si los obstáculos la perturban y ellos suponen fortaleza.
Es muy diferente de la "ataraxia" (actitud griega de indiferencia e imperturbabilidad) y es muy distante de la superioridad ante los demás. La paciencia es compatible con el interés por las cosas y el deseo de pronto resolución de los problemas. Pero el interés es compatible con la fortaleza de la mente para dominar el nerviosismo, la intemperancia o la irritabilidad.
Esta visión de la paciencia es lo que se advierte en los Libros Sapienciales de la Sda. Escritura y en los Profetas que hablan de ella. "Tú eres mi paciencia, Señor, y eres mi esperanza" (Salm. 70. 5); "Dios tiene paciencia con todos" (Sab. 15.1-6)". Y "al igual que Dios con nosotros, hemos de ser pacientes con todos" (Eccli. 2. 1-11).
En el Nuevo Testamento se habla hasta 23 veces de la paciencia como aguante (anextos, o enjomai) y 25 veces de la paciencia como serenidad (makro-zumeo o makor-zumia). El mensaje queda claramente expuesto con sentido teocéntrico: "Dios tiene paciencia sobre todos" (Lc. 18.7). Por eso "premia al que sabe tener paciencia hasta el final" (Mt. 10.22) y se irrita ante el que no sabe ser paciente con sus deudores, como refleja la parábola del criado que pedía "paciencia a su señor a quien debía cien talentos y no supo tener paciencia con el compañero que le debía 100 monedas". (Mt. 18.23-35)
Jesús bendice a los pacientes: Dichosos los pacíficos (pacientes), pues de ellos es el reino de los cielo" (Mt. 5.10)
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