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Equivale a estabilidad, constancia, fidelidad, responsabilidad, basada en la tendencia humana a permanecer en lo agradable y a cambiar en lo molesto de manera espontánea. La permanencia divina es absoluta por ser Dios inmutable y ser infinitamente fiel, estable y perpetuo en sus decisiones supremas sobre sus criaturas.
A imitación de Dios, el hombre debe aspirar a la permanencia en el bien y al arrepentimiento y al cambio inmediato en el mal. Por eso en lenguaje cristiano se habla con ideas de permanencia en lo que responde al bien como síntoma e madurez espiritual y se mira la inestabilidad y la fluctuación como rasgo infantil de inmadurez y de ligereza.
La permanencia como virtud, se hace presente en diversos aspectos:
- en la fidelidad a las promesas, que se hacen y a los compromisos que se adquieren en relación a los demás.
- en la firmeza en las decisiones buenas que se toman con libertad y en la estabilidad.
- en la fortaleza en valores que se adquieren y llamamos virtudes y en la constancia con la que se cumplen las propias obligaciones profesionales Educar para la estabilidad es formar para la madurez. Lo contrario, la ligereza, la inestabilidad, la infidelidad, la debilidad de voluntad constituyen síntomas de infantilismo y de inseguridad
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