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Alteración en un rasgo de personalidad: afectividad, fantasía, memoria, sensorialidad, sexualidad, sociabilidad. Es perturbación cuando rompe en objeto o en estilo los ritmos naturales. Puede ser grave y se habla entonces de trauma. O puede ser leve y se alude entonces a dificultad, apuro o impedimento. El educador debe diferenciar el grado de intensidad y el campo perturbador.
El educador de la fe debe estar muy sobreaviso para prever las perturbaciones graves en materia religiosa o moral (escándalos morales, ideologías destructivas, atentados graves a la fe). Pero debe acostumbrar al educando a resolver las perturbaciones normales con sus luces y sus fuerzas morales, sobre todo en una sociedad como la presente en donde la violencia, la inmoralidad, el erotismo, la infidelidad, la falta de respeto a la vida o a la dignidad puede presentarse con frecuencia en la pantalla, en los medios informáticos, incluso en la vida real.
Cualquier catequizando se encuentra hoy con una cadena de hechos sin duda perturbadores:
- asesinatos y ajustes de cuentas;
- violencia doméstica y divorcios;
- robos justificados como habilidad;
- abortos legalizados y normalizados;
- orgías de alcoholismo o sexo;
- hechos terroristas con apariencia de patriotismo, heroísmo o religiosidad.
Es difícil decir si es peor acostumbrarse a ellos como noticia cotidiana de la prensa, lo cual atrofia la sensibilidad ética de las personas, o sentirse perturbados por su existencia cuando afectan por herir a familiares, amigos o conocidos, lo cual perturba y convulsiona la sensibilidad y la conciencia.
Pero el educador no debe resignarse a dejarlos pasar sin hacer lo posible por educar al creyente para que los rechace de forma serena y forma los criterios en conformidad con el Evangelio y no de los criterios del entorno. Y no debe suponer que los educandos, desde pequeños, son ignorantes de estas realidades.
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