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Actitud mental o afectiva de naturaleza negativa. Inclina a captar con la mente o con el sentimiento la realidad por su cara adversa, ignorando o no queriendo ver los aspectos positivos o las ventajas que su misma existencia representa. Pesimismo (pesimus, lo peor) es equivalente a daño, perjuicio, desagrado, peligro, fracaso, dificultad.
El pesimismo en los niños tiene más ingredientes afectivos que racionales. En los adultos, sobre todo si son intelectuales, puede ser efecto más de la reflexión que de la afectividad, pero difícilmente no compromete los sentimientos.
En todo caso genera siempre situaciones anímicas que inhiben y desasosiegan, la mayor parte de las veces sin motivo y sin facilidad para superarlas por el simple hecho de proponérselo.
Pero sí conviene, al menos en el terreno moral y religioso, ayudar a quienes sufren tales estados para que busquen modos de suavizar sus efectos, sin que haya consignas válidas para todos. Y es conveniente advertir, al menos en clave cristiana (atendiendo a la buena noticia, a la salvación, a la Providencia, etc.), que el negativismo y el pesimismo no facilitan el encuentro con Dios y la asimilación del Evangelio. Una visión pesimista de lo religioso (maldad, infierno, pecado, peligro, dolor) no es compatible con el mensaje revelado.
El pesimismo en sentido psicológico es el estado de la persona que por temperamento o por situación se entrega a visiones negativas. Unas veces se debe al propio temperamento depresivo, quejicoso, incluso neurasténico, que tiende a verlo todo en forma negativa. Otras a la dificultad para superar los obstáculos de la vida.
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