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Instrumendo didáctico de uso habitual en las aulas escolares y que sirve para escribir o dibujar ante los ojos de los alumnos, de forma muy asequible y con la frecuencia sea necesaria.
Originalmente se hizo de la sustancia carbónica que recibe tal nombre, debidamente pulimentada y enmarcada. Luego se extendió el concepto a cualquier superficie de madera, vidrio, poliéster que en color oscuro o claro permita trazos hechos con sustancia blanca (como el yeso o tiza) o negra o polícroma (como rotuladores y lápices).
La tecnología moderna es capaz incluso de llamar con motivo objetivo pizarra electrónica a la que es capaz de guardar lo escrito (pizarra con memoria), añadir sonido a lo que se escribe (pizarra musical) o incluso perfeccionar gráficos imperfectos (pizarra inteligente).
A pesar de las nuevas técnicas de comunicación didáctica (audiovisuales, electrónicas, informáticas) y de los mil recursos que existen en el mercado pedagógico (programas, láminas, diseños, organigramas, vocabularios) la pizarra es tan asequible y práctica que posiblemente nunca desaparezca allí donde alguien exponga cara a cara sus mensajes y alguien escuche al tiempo que observa los gráficos que acompañan a la palabra.
Ni que decir tiene que este sencillo y antiguo instrumento puede prestar al catequista o al profesor de religión servicios de apoyo y alientos enormes. Por eso, en la medida en que actúe como docente, tiene que aprender a manejar ese recurso y compatibilizarlo con otros lenguajes.
Y conviene recordar que la pizarra no es sólo un instrumento del profesor, sino un vehículo de comunicación para los alumnos, que puede exteriorizar en ella lo que bulle en su interior.
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