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Búsqueda de satisfacciones fantasiosas de tipo psicosexual por medio de imágenes gráficas o audiovisuales. Al apartarse de la naturaleza y de la finalidad de la sexualidad y, sobre todo, de su dimensión interpersonal y lanzar al individuo a un solipsismo o subjetivismo egocéntrico fronterizo con lo patológico, la pornografía es un desorden natural y moral, sobre todo en clave cristiana.
En lo natural desajusta la tendencia relacional de la sexualidad humana y, por lo tanto, impide la madurez sana en quien no ha llegado a ella o descarría la sexualidad normal en el adulto.
En moral cristiana se opone a la ley divina, que ordena el amor human. Dificulta las actitudes de altruismo, apertura, entrega, fidelidad, auntocontrol, dominio y señorío de sí en función de finalidades nobles.
El educador tiene que ser consciente de las elevadas cargas pornográficas que invaden en los tiempos actuales los medios sociales de comunicación: prensa, cine, televisión, propaganda comercial, informática, internet. En esos lenguajes, sin lugar a duda, se aprovecha los intereses sexuales naturales para conducir la atención a determinados objetivos comerciales, políticos, sociales; y se buscan rentabilidades económicas, aunque se perjudique las mentes de los videntes o de los oyentes.
No es fácil hallar en cada caso y para cada edad el mejor comportamiento ante esta situación social. Conviene huir por igual de un rigorismo antisexual exacerbante y de un laxismo pseudonaturalista distorsionante. Padres, educadores, catequistas, dirigentes y animadores juveniles tienen que hallar en la reflexión pistas para orientar el proceder mejor en cada caso y para cada persona.
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