Posesión
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       Estado no natural en el que las faculta­des del hombre, y a veces el cuerpo, queda sometido a fuerzas diabólicas por especial y misteriosa permisión divina.
   La posesión diabólica es muy rara y en todo caso es un estado que escapa cualquier explicación natural e incluso uniforme en todos los casos: ni siempre depende de la voluntad libre del que la acepta, ni está causada por castigos divinos personales o colectivos, ni necesariamente tiene que ser explicada como tal aunque tenga todos los síntomas.
   Ni siquiera es necesario entender como posesión diabólica todos los he­chos narrados en los textos evangélicos que aluden a la expulsión de espíritus malignos de algunos de los que acudían a Jesús. Una interpretación más liberal (enfermedad, epilepsia, obsesión psico­pática) puede ser también incluida en la categoría de espíritus malos.
   Aunque haya sido tratada la posesión diabólica con frecuencia en los medios de comunicación (novelas, prensa, filmes cinematográficos, grupos espiritistas, etc.), se debe pensar con plena claridad que el demonio, de existir como le imaginamos o de actuar como lo sospechamos, está siempre dependiente a lo que Dios tolere y es algo más que una causa de errores y tropiezos para los mortales.
   La Iglesia tiene su legislación y su tradición respecto a las posesiones. En el Código de Derecho Canónico (cc. 1172) se autoriza a algunos sacerdotes a pronunciar las invocaciones y plegarias para que el poseso se libre de la influencia maligna. Tradicionalmente también se han usado esas invocaciones para superar estados psicopatológicos que producen signos y reacciones anormales o paranormales. Nada indica que respondan esos síntomas a la acción de un ser espiritual, al que llamamos demonio, o que ese ser actúe en la persona afectada.
   Educativamente conviene situar el tema del demonio en su justo medio y alejar al cristiano de la ingenua percepción de los signos no explicables por leyes físicas conocidas. El dominio existe, pero su actuación es muy misteriosa y sólo se da en la medida en que Dios la permite y el hombre la acepta.     (Ver Demonio 5.1)