Predicación
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         Perpetuo concepto de la vida cristiana, por medio del cual se transmite el mensaje salvador a todos los hombres que lo quieran hoy. Predicación alude literalmente a exposición oral (predicere) que es concepto equivalente al de exhortar, instruir, sermonear, evangelizar, anunciar, persuadir, informar, convencer, siempre por oral. Sin embargo, por asimilación, hay una predicación también en el buen ejemplo, en la vida buena, en el cumplimiento del deber.
   La hay  también con actitudes o servicios silenciosos, con intenciones leales, con diversos lenguajes no orales, como son el escribir, el dibujar, el grabar imágenes artísticas.
   La predicación por excelencia en la Iglesia es la apostólica indica­da por Jesús a los Apóstoles cuando les comunicó el "mandato misional: "Id y predicad a todas las naciones” (Mc. 16.15) traducido por S. Jerónimo como "euntes, predicate Evangelium", esto es "Caminando, mientras vais,  predicad el Evangelio a todas las gentes".

     El término que se empleó en el Evangelio y en los demás escritos del Nuevo Testamento fue el de "anunciar un mensaje" (verbo "kerisso", usado 62 veces), que se tradujo en la Iglesia latina por el término de "predicar". Pero predicar (kerisso), equivalente a anunciar el kerigma (kerygma); es sinónimo de proclamar, comunicar, divulgar, manifestar, publicar, pregonar, en definitiva, evangelizar.
    Es normal que haya sido un término muy tradicional, amplio, polivalente y que la Iglesia, en sus documentos conciliares, pontificios, episcopales y pastorales de todo tipo, lo haya usado sin cesar y casi con preferencia a los demás.
   Con todo, la abundancia histórica de su uso o el frecuente exceso en las acciones litúrgicas lo ha cargado de estrictas resonancias litúrgicas, de modo que con frecuencia se ha asociado a la labor homilética. Por eso son tantos los que piensan que son "los curas” (los que tienen cura de almas) los únicos capacitados para predicar. Los laicos no fueron poseedores de esa atribución.
   Y además, con alguna frecuencia el exceso de palabras en muchas predicaciones, convertidas en desahogos más que en anuncios de los predicadores, suscitó con alguna injusta atribución la relación entre "predicar" y aburrir al oyente. Se debió a la palabrería, más moralizante que bíblica o más humana que divina, en que se incurrió por falta de habilidad, preparación o reflexión.
   Sin embargo, gracias a la predicación en la Historia, el mensaje evangélico se divulgó en el mundo. Hasta los tiempos recientes la vía oral fue el vehículo por excelencia para anunciar la Palabra divina, al modo que lo hizo Jesús, que no empleó otro recurso que el ir pasando por los lugares y "predicando a las gentes" (Mt. 4.23; Mt. 11.1; Mc. 6.12; Lc. 4.44). Además mandó a los discípulos que lo continua­ran haciendo (Mc. 3.14; Lc. 24.47).
   La predicación de la Palabra divina es la forma evangelizadora por excelencia. Pero hoy no se pueden eludir los demás vehículos de comunicación, dados los rasgos de nuestra cultura moderna; audiovisual, dinámica, informática. Nuevos lenguajes transforman el mundo. Nueva predicación se abre en el horizonte de la vida moderna.