Profecía
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        Literalmente significa hablar a favor (pro-femi, hablar desde o por) y en gene­ral recoge la expresión que anuncia o previene lo que va a suceder. Religiosamente es el don o la inspiración divina que permite prevenir el futuro y comuni­carlo a los demás para que lo prevean o para que remedien su conducta y lo eviten.
    Casi todas las religiones han mirado la profecía con singular interés, pues siem­pre se la ha considerado como un signo de comunicación con la divinidad y de predilección celeste.
    Es normal que siempre los hombres se hayan preocupado por el porvenir y hayan prestado más o menos credibilidad a los augurios de distintos visionarios.
    En la Historia se han multiplicado las predicciones de personas inteligentes e intuitivas que formularon previsiones, por regla general en formas críticas y estimulantes para cautivar y para diversificar las interpretaciones.
    Profecías curiosas y cautivadoras como las de S. Malaquías, obispo irlandés muerto en 1148, y las de Nostradamus (Michel de Notre Dame, 1503-1566) se mantienen todavía vivas en ambientes crédulos, aunque no representen otra cosa que el destello de hombres ingeniosos y dados a la adivinación, a la curiosidad y al esoterismo, más por parte de sus intérpretes que por los mismos documentos que se les atribuyen.
    La profecía evidentemente es posible por parte de Dios, que conoce el porvenir con plena clarividencia; pero no es posible por parte del hombre, que no puede conocerlo. Sí es posible la intuición y la previsión con alta probabilidad de que acontezca lo previsto. Por eso es peligroso poner la base de las propias creencias en anuncios oportunistas.
    Las mismas profecías bíblicas deben ser entendidas en su contexto y ser interpretadas más como proclamas de conversión que como anuncios deterministas e irremediables. Ello no quiere decir que muchos de los anuncios, sobre todo relacionados con Cristo Mesías, y hechos siglos antes de su cumplimiento (Isaías, Jeremías, Oseas, Miqueas, Amós), no sean auténticos preanuncios de lo que iba a acontecer. La Palabra de Dios es "también" profética y la Iglesia así lo ha defendido siempre como no podía ser de otra forma. (Ver Pre­des­tina­da. María 2)