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Difusión hábil e inteligente de datos, ofertas o sugerencias que se desea que sean conocidas por todo el mundo para sacar algún tipo de provecho. La propaganda es un lenguaje de uso universal. En los tiempos actuales se ha convertido en el motor del comercio y del consumo, de la ciencia y de la política, incluso de las opciones religiosas que se brindan a las gentes para adherirse libremente a ellas.
En clave comercial y a la luz de lo que acontece en las sociedades actuales, la evangelización corre el peligro de presentarse como propaganda, una más entre las miles que bombardean a los hombres modernos.
Pero es conveniente diferenciar bien la originalidad de la evangelización, que no es una simple difusión de una idea en busca de un provecho personal o colectivo, como en todos los demás terrenos sociales. La evangelización se diferencia de la propaganda en tres rasgos esenciales: el desinterés con que se ofrece el mensaje de Jesús, del que sólo sacarán provecho los que lo reciban; la trascendencia o proyección eterna que implica el anuncio, pues lleva la mente al más allá y nada esencial se brinda para el más acá; y el misterio, pues se ofrece algo que nadie puede explicar y es arrebatador, como lo prueban dos milenios de duración y millones de cautivados por los reclamos comerciales, políticos o de cualquier otro campo.
No estaría bien el asociar la evangelización al anuncio de cualquier producto perecedero, aunque se use los mismos instrumentos (prensa, radio, TV, palabra expositiva, etc.) y se emplean similares lenguajes: información, persuasión, invitación.
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