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   Acción o situación mediante la cual se hace público algo: un producto, un proyecto, el programa de un partido político o el fruto de una empresa mercantil.
   Ha llegado a ser en los tiempos presentes un lenguaje imprescindible para el progreso y la comunicación entre los hombres en todos los terrenos. Se vende lo que se publica agresivamente. Se trabaja en aquello que se vende. Se vive con desahogo si se trabaja.
   El circuito es claro y hoy resulta imposible evadirse de él, a pesar de los movimientos liberadores de diverso signo que postulan el regreso a una vida más natural y la renuncia a la propaganda enga­ñosa de la publicidad.
   El problema pastoral que se plantea ante la originalidad de estos lenguajes es hasta qué punto los mensajes religiosos pueden seguir los mismos caminos. Una cosa es emplear los mismos instrumentos (teléfono, video, fotografía, televisión, radio, programas informáticos) y otra cosa es publicitar el mensaje religioso o la oferta eclesial como un producto más de las redes comerciales. No es fácil una respuesta negativa, pero tampoco es satis­factoria una positiva.
   Por eso resulta tan necesario, urgente y comprometedor un pronto discernimiento de lo que procede en lo que a evangelización se refiere. Y se debe entender, como lo hizo el Concilio Vaticano II en su Decreto "Inter mirifica" y en su Constitución pastoral "Gaudium et Spes", que los tiempos actuales son irreversibles y que nuevos lenguajes se imponen.
   Los lenguajes sociales y publicitarios que se divulgan son un don y no una amenaza. La Iglesia los mira con simpatía y reclama que se usen con sinceridad y respeto a los destinatarios.
    Con todo el educador de la fe debe diferenciar entre criterios y recursos. Si comparte con los demás campos los recursos y los instrumentos, no puede compartir los criterios si no responden a la verdad.
    El anuncio del Evangelio es esencialmente oferta, no insinuación mercantil. Nada en este anuncio existe que no pueda clarificarse con total transparencia. Lo contrario acontece en la publicidad, en donde el arte suple con frecuencia la bondad de los productos y lo que no se dice es mucho más importante que lo que proclama explícitamente.