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Concepto usual en la ascética y en la mística, que implica una limpieza física, moral y espiritual de cuantas cosas pueden manchar las relaciones del hombre con Dios
La purificación se halla frecuentemente expresada en la Escritura (en el Pentateuco), como exigencia sacerdotal de prepararse para el culto del Templo y como control del pueblo por parte de los sacerdotes, dado el rígido sistema teocrático que rigió en Israel después de la Cautividad, tiempo en que se redactó la Biblia tal como hoy la conocemos.
De hecho se extendía a toda la vida de los israelitas: comidas, vestidos, trabajo, vida conyugal, tributos religiosos, contratos, etc. Sobre todo eran los hechos naturales de la sexualidad, menstruación, parto, emisiones de semen, etc. (Lev. 12), lo que más reclamaban purificaciones, aunque también llegaban a los actos de guerra, al trato con gentiles, al contacto con cadáveres, con animales impuros, con enfermo de lepra, etc.
El concepto de purificación pasó a la piedad cristiana con resonancias nuevas, desde la postura del mismo Jesús ante los ritos supersticiosos de los fariseos de su tiempo: "No lo que entra lo que mancha, sino lo que sale..." (Mí. 15.11). Jesús condenó a los que "se purifican por fuera y por dentro están llenos de iniquidad'. (Mí. 23.35) Son docenas de veces las que se habla de purificación en los escritos del Nuevo Testamento.
Era, pues, normal que la Iglesia siguiera insistiendo en ese mensaje de limpieza, de pureza, de santidad. Pero es claro que, desde una concepción ritual y corporal de las purificaciones judaicas, se saltara a una dimensión más interior, más sobrenatural, como corresponde al concepto de Dios, Padre, Espíritu puro, infinito, supremo. (Ver, Mariana. Devoción)
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