ROBAR
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   El "Séptimo mandamiento" de la ley de Dios reclama el respeto a la propiedad ajena. Y por lo tanto, exige no robar, no hurtar, no apoderarse de los bienes del prójimo. El mandamiento se halla en la Ley de Moisés: "No robarás", y se repite con frecuencia en otros lugares.
    El Exodo recoge la palabra "no robar" (Ex. 20. 15; Dt. 5. 19) en el sentido de no apoderarse de lo ajeno. Pero añade a continuación que es también obligado el no desear el bien del prójimo, lo cual es el noveno mandato de la Ley: "No desearás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno ni cosa alguna que le pertenezca" (Ex. 20. 18; Dt. 5. 21)
   Y en el Nuevo Testamento también se recuerda el concepto de robar cuando el Señor se lo aclara al joven: "No robarás" (ou klepseis) como actitud de partida para llegar a la vida eterna. (Mt. 19. 18)
   La doble faceta exterior: quitar, hurtar; e interior, desean, anhelar, marca un camino natural (no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti) y un camino sobrenatural: porque el prójimo es hermano e hijo del mismo Padre.
   El fondo de este mandato divino es proclamación de la justicia (respeto, dignidad); pero lo es también de caridad (fraternidad, solidaridad).
   Es una exigencia de bien común: respeto a la propiedad ajena. Es aceptación de la supremacía divina, la cual reclama cumplir con las leyes creacionales y con las normas reveladas por Dios.

   1. La propiedad es natural

   Los bienes del mundo han sido creados por Dios para los hombres. El hombre por naturaleza tiende a poseer objetos, bienes, terrenos, etc. Unas veces proceden de la adquisición justa: trabajo, herencia, suerte, compra, donación, etc.; otras vienen asociados a una persona o comunidad por la naturaleza: reparto, tradición, apropiación. Siempre adquieren una relación que llamamos "de propiedad o pertenencia", la cual exige en los demás el respeto.
   Con todo hay dos formas de entender la propiedad: la absoluta y total, innegociable e indiscutible, a la que podemos llamar "salvaje" y radical; y la "humana", inteligente y natural, que tiene en cuenta el mundo, las personas y las condiciones del medio en el que se vive.
   La primera es la defendida por el liberalismo capitalista y es la base del poder, incluso a costa de la miseria ajena.
   La segunda es proclamada por los diversos socialismos, desde los más extremos, que llegan a negar el derecho de la propiedad privada, hasta los moderados, que recuerdan que los derechos de propiedad de uno terminan donde comienzan los derechos de los otros.
   En la doctrina cristiana no es admisible un derecho salvaje de propiedad: en comida, en vestido, en tierra, en bienes materiales, si otros quedan perjudicados. Dios confió la tierra y sus recursos a la totalidad de los hombres y no es conforme a su plan acaparar los beneficios de la naturaleza. El "derecho de posesión" es insostenible, si implica conflicto con otros derechos superiores del prójimo: vida, salud, libertad. Por ejemplo, el derecho a sobrevivir del hambriento está por encima del derecho de poseer del terrateniente.

   2. Mandamiento del respeto

   El séptimo mandamiento manda respetar lo que es propiedad ajena. Y prohíbe tomar o retener injustamente el bien del prójimo. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y en los frutos del trabajo.
   Es robar o hurtar apropiarse para beneficio personal de lo que pertenece a alguien, si se hace contra de su voluntad libre y consciente.
   El robo puede ser personal, cuando lo realiza un "ladrón"; o puede ser colectivo, legal o no legal, cuando la mayoría abusa de la minoría o de los débiles e indefensos.


  
  

2.1. Respeto de las personas.

   La persona es capaz de poseer dones y bienes porque el Creador así lo ha dispuesto. Pero la persona ha sido hecha por Dios para vivir con los demás y para los demás, no aislada o encerrada dentro de sí misma.
   El respeto a los bienes sólo se entiende desde el derecho de la persona, que es siempre primordial en la comunidad humana. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: "En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a bienes del mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor que, "siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquezcáis con su pobreza". (2 Cor. 8. 9) (Nº 2407)
  Ese respeto se basa en principios naturales, es decir en la dignidad del hombre. Pero también hace referencia al hombre como hijo de Dios y hermano de Cristo.

    2.2. Respeto a los bienes

    El séptimo mandamiento exige también el respeto a los mismos bienes, en cuanto sean propiedad de una persona que sobre ellos ejerce dominio. Las cosas (objetos, animales, posesiones) participan de la dignidad de su poseedor y  reclaman respeto. La usurpación de un bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño es una alteración del orden y va contra la voluntad de Dios.
    Hay muchas formas de realizar esa usurpación. Todas son irreverentes para la naturaleza. Dios ha puesto al hombre en el mundo "para que lo cultive" (Gen. 2. 15). Le ha dado órdenes naturales: "Comed de los frutos de la tierra" (Gen. 1. 29) Y ha extendido la ley a la humanidad: "Creced y multiplicaos." (Gen. 1. 28)
    El destino universal de los bienes que el hombre consigue con su trabajo es vivir cada vez mejor. El progreso entra en el plan del Creador y la propiedad que se deriva del progreso se constituye en derecho natural que se desprende de la libertad para actuar, de la inteligencia para elegir, de la dignidad para adquirir. Contra el maniqueísmo, que juzgaba malos los bienes de la tierra, por ser toda materia expresión del mal y estorbo para la actividad del espíritu, el cristianismo valora las cosas materiales como dones de Dios. El destino universal de los bienes de la tierra no se opone al vínculo personal de lo uno produce, cultiva, inventa, adquiere. Cuando alguien se apodera de ello por ser más fuerte o audaz, roba. El robo es un atentado a la dignidad del poseedor que queda privado de lo que es suyo. La naturaleza ha puesto esta ley. Si no hubiera respeto a la propiedad privada, el bien común no sería posible.
    El Vaticano II decía: "El hombre... debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no como suyas sino también como comu­nes, y ver que han de aprovechar no sólo a él, sino también a los demás." (Gaudium et Spes 69.1)
   Son suyas y los demás deben respetarlas. Pero el derecho de cada hombre no es absoluto, sino relativo y limitado por el derecho del prójimo. El derecho a poseer se termina donde empieza el derecho de otro a sobrevivir. Por eso no hay robo si uno se apropia de un alimento imprescindible para vivir aunque haya en otro un derecho a poseer.

    3. Tipos de robo

   Son muchas las maneras posibles de robar: sustraer, engañar, despojar, arrebatar, quitar, atracar, asaltar. Algunas son burdas y directas y otras son muy sutiles.
   Hay robos directos, claros y vergonzosos y otros son astutos y engañosos. Incluso hasta hay robos legalizados.
   Se pueden recordar algunas formas de robo que requieren un rechazo común, aunque con ciertas matizaciones morales según sus características
   - Robar con habilidad y sin que el propietario se entere se denomina hur­tar, sustraer, quitar, despojar.
   - Robar con violencia y agresividad para con la víctima, atemorizada con medios físicos o psicológicos, es además asaltar, atracar, atropellar, violentar, chantajear.
   - Robar mediante engaño y abusando de la ignorancia del despojado se llama vulgarmente estafar, sisar, confiscar, arrebatar, desposeer. En todos los casos, sea de forma violenta o disimulada, robar es perjudicar al hombre e ir contra de la voluntad de Dios.
   Aunque se haga con razones aparentes o por hábitos generalizados, implica perturbación del orden natural querido por Dios y constituye una inmoralidad que es preciso reparar, pues además del respeto se viola la justicia. Cuando se ha robado, no basta arrepentirse del desorden, sino que es preciso reparar, restituir, compensar el perjuicio causado.

   3.1. Hurtar

   Es apoderarse de lo que no es propio, se entere o lo ignore el despojado. Hay algo en la naturaleza humana que indica que es una acción desordenada. Y salvo que la conciencia este perturbada, por carencia de inteligencia, de libertad o de dignidad, cualquier persona normal se avergüenza de semejan­te acción.
   Quien ha hurtado tiene que restituir para que su pecado, o alejamiento de Dios, se perdone.

   3.2. Asaltar o atracar

   Añade al robo la violencia, especial­mente malévola si se trata de personas débiles e indefensas. A la lesión de la justicia, se añade destrucción de la caridad, que implica deficiencia moral mayor.
   A la injusticia del arrebato de bienes se añade la injusticia de la lesión. Especial gravedad reviste cuando se abusa de la debilidad e indefensión por edad, enfermedad, deficiencia o incapacidad. Al arrepentirse es preciso añadir a la restitución la reparación del daño, más grave por cuanto conlleva abuso de la víctima.

   3.3.  Estafar o extorsionar

   Es apropiarse de algo mediante la mentira y engaño y originando pérdida de bienes al estafado y lesión a la verdad.
   Además de robar se miente, lo cual quiere decir que la lesión ética es mayor. Todo desfalco, fraude, engaño, trampa, embuste o farsa, que suponen lesión moral son robar. Extorsionar es aprovecharse de otro, de una necesidad. Tal es la usura, la falsificación o timo, la explotación violenta.

   - La usura. Es ofrecer un préstamo y exigir un precio exagerado por él, aprovechando la necesidad del que lo pide. Es inmoral por ser abuso el obtener beneficios injustos por el préstamo de bienes, fiduciarios o materiales, a cambio de tasas, alquileres o intereses desproporcionados. No es usura la práctica comercial de beneficios por préstamos, infrecuentes en economías estáticas como eran las rurales y primitivas, pero habituales y justos en economías móviles y dinámicas como son las actuales de los países desarrollados. Pero sí es usura cuando los porcentajes de beneficio son superiores a los normales o cuando se explota inicuamente la necesidad ajena. Es particularmente inmoral cuando se aprovecha la situación de personas en necesidad urgente o en indefensión invencible para sacar beneficios a su costa.

   - La falsificación. Conduce al robo en cuanto emplean recursos o formas que inducen a engaño: informaciones falsas, documentos falaces, testimonio y promesas mentirosos, etc. El pecado está en provocar la equivocación del prójimo con palabras dolosas a sabiendas para obtener ventajas propias, actitud que es tan frecuente en la propaganda comercial. Especial deficiencia moral hay en esta práctica cuando el engañado es débil (niño, anciano, ignorante, indigente), pues se añade al engaño el atropello.

  - La explotación violenta. Usa la fuerza para apropiarse de lo que corresponde a otro. Puede ser fuerza física (violencia material) o fuerza psicológica (coacción mental o afectiva). El atemorizar es abusar por coacción, sobre todo cuando se aprovechan necesidades perentorias del prójimo: pago de salarios injustos al trabajador indefenso, esclavitud, amenaza, etc.
   Este robo violento añade la privación de bienes la destrucción de la libertad, de la dignidad, de la seguridad y, a veces, de la salud, de la vida, del honor.


 


 3.4. Abusar del indefenso

   Entre los tipos de robo que se pueden cometer, y de hecho se cometen en el mundo, los peores son los que abusan de los indefensos con crueldad.
   Pueden ser hechos de diversas formas: con delicadeza o con crueldad, con sarcasmo o con astucia, con plena conciencia o con irreflexión. Pero siempre es abuso del indefenso y como tal implica singular perversión.
  Algunas formas pueden ser:
     - Quitar los bienes con engaños a huérfanos, niños, ancianos, deficientes o enfermos.
     - Alterar pesos y medidas en el comercio ante la ignorancia del destinatario.
     - Obtener beneficios con sobornos, cohechos o chantajes corrompiendo a los que los guardan so pretexto de que son colectivos.
     - Dañar propiedades de personas atemorizadas para mejorar las propias o retener propiedades sustraídas a quien no puede defenderse.
     - Generar vicios o necesidades psicológicas para que, ante la dependencia, las víctimas tengan de aportar sus bienes al explotador.
     - Secuestrar física o psíquicamente la libertad de alguien para pague un rescate o un tributo.
     - Gastar y despilfarrar lo ajeno aprovechando la inconsciencia.

   3.5. El robar como maldad

   No es fácil el graduar la categoría moral de las acciones que violan la justicia. Si fuera fácil no habría en el mundo tantas discrepancias y reivindicaciones. Por eso es complejo y subjetivo cualquier juicio moral que, en frío, se da sobre el robo.
  Pero la moral cristiana tiene principios que son fáciles e entender y sólo malvados integrales pueden negar su objetiva calificación ética.
   - Cuando el robo, o aprovechamiento de la propiedad ajena, pone en peligro la vida física o psíquica de la víctima, es particularmente malicioso y se convierte en asesinato lo que parece sólo hurto.
   - Es también evidente que hay bienes naturales que pueden caer en manos de unos pocos. Son de todos los hombres el aire, la luz, el agua de la lluvia, los caminos de la tierra; apropiarse de ellos es robar con abuso por negar derechos naturales.
  - En casos de urgente necesidades ajena el defender la propiedad no imprescindible es una forma de robo. Son de quien los produce el vestido fabricado por propia mano o la comida elaborada en la propia casa; arrebatar estos productos es robar. Pero de quién es la comida que a uno le sobra si al lado un hambriento desfallece o de quién son las medicinas que alguien no necesita cuando cerca hay un enfermo moribundo? Es robo el cerrar las entrañas y dejar que alguien muera de esas carencias.

   3.6. El robo social

   Los conflictos éticos y sociales surgen cuando uno se siente atraído por los bienes ajenos y se apodera de ellos. La concupiscencia, o tendencia del hombre a poseer (avaricia), a dominar (ambición), a gozar (sensualidad), despierta el deseo de robar. El séptimo mandamiento es el cauce o dique que regula esa tendencia, de modo que quien se apodera de lo ajeno para ser más, para gozar más, para tener más, viola el plan creacional de Dios e incurre el desorden ético.
   Pero existe un terreno en la convivencia en que se puede llegar a actitudes casi imperceptibles de robo, sobre todo por que se siguen formas usuales de comportamiento que tienen cierto matiz fraudulento. El fraude social es el robo a la comunidad a través de actividades o relaciones abusivas, aprovechando el propio cargo o el especial conocimiento de las leyes incompletas o parciales.
   A este campo pertenece el fraude fiscal, cuando el robo no es positivo, sino negativo, consistente en no aportar socialmente lo que en justicia y legalidad se debe aportar mediante impuestos, tributos o tasas sociales justas.
   Al pecado del fraude social se le busca a menudo una justificación en nuestra sociedad moderna, en la que la movilidad de las propiedades, el afán de consumo, la fugacidad de los juicios éticos y la abundancia de leyes obsoletas son causa de usos y tradiciones que conducen a infravalorar éticamente lo colectivo.

   3.7. Superar los sofismas

   Predominan las falsas ideas o pretextos de que "todos roban alguna vez", de que "es preciso defenderse", y de que "lo común también me pertenece a mí", etc.
   El robo se hace con frecuencia práctica social y se confunde con la astucia o la habilidad para el hurto. Se desdibuja su significación ética. Sin embargo, es preciso dejar claro que, en ética natural y en moral cristiana, lo que estrictamente es robo es desorden y pecado sin más.
   Cometerlo con conciencia y libertad aleja de Dios, de forma leve en los hurtes pequeños, y de manera grave en los robos grandes y significativos.
   Importa que el cristiano se mentalice en esto y recuerde que el pecado de los demás, por habitual que parezca en la sociedad, no suaviza el pecado propio si es consciente y voluntario.
   De no asumir esta moral de honradez y de sensibilidad por la justicia, se corren graves peligros éticos: la convivencia se destruye, se atrofia el arrepentimiento, se generalizan los atropellos, se viola la ley natural y, sobre todo, se ofende a Dios.

   El dicho popular de que para quien ha robado solo hay "restitución o condenación" debe hacer pensar. Y se deben superar otras falacias inaceptables: que "quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón" o que "cuando se roba a los ricos para darlo a los pobres se gana la vida eterna."
   Es preferible recordar las máximas de los hombres sensatos, al estilo de Séneca entre los antiguos: "Sólo roba el que olvida que la vida es breve" (De la vida feliz) o de Kant, entre los recientes: "No hagas a otro lo que hecho por él te perjudica a ti" (Metafísica de las costumbres).
   La mera razón sugiere que, si no hay respeto al otro y se derrumba la honestidad humana, no queda sino la lucha y la victoria del más fuerte y, por lo tanto la destrucción de la convivencia.

 

   

 

   4. Moral y robo

   Además de la ética natural y de la conciencia honrada, el cristiano tiene que mirar el espíritu del Evangelio y el juicio moral de la Iglesia, pues ella es intérprete de la Ley divina.
   Para la absolución sacramental del robo, además del arrepentimiento sincero se reclama la restitución o devolución de lo robado. Si el ladrón arrepentido busca sinceramente el perdón de Dios, debe reparar la injusticia cometida al hombre.
   La Iglesia recuerda que, aunque los hombres lo olviden, "Dios todo lo ve". El conoce los pecados cometidos. Cuando se ha perjudicado al prójimo, exige la reparación para conceder el perdón.
 
   4.1. Las bases bíblicas

   La Iglesia se apoya en la Palabra de Dios para clarificar su doctrina sobre la propiedad y sobre el uso de la riqueza propia y ajena.
   En el Antiguo Testamento se insiste frecuentemente en la inmoralidad del robo, por ser violación del derecho y ruptura del orden querido por Dios en la vida de los hombres.
   Entre los hechos proféticos podemos recordar el atropello violento del propietario Nabot y el latro­cinio de su viña cometido por instigación de Jezabel (1 Rey. 21. 1-16). También el atropello cometido por David, simbolizado en la parábola del Profeta Natán (2 Sam. 12. 1-14). Incluso se alude a la forma sutil de apropiarse de riqueza ajena por el servidor de Eliseo, al sucumbir a la tentación de la avaricia (2 Rey. 5. 1-27). En los tres casos se presentan como escar­miento los castigos que siguen a los pecados de robo.
   En el Nuevo Testamento se expresan condenas como la de Judas, de quien Juan dice que "no le importaban los pobres sino que tomaba lo que había en la bolsa porque era ladrón." (Jn. 12. 6).
   Y se expresan también alabanzas a quien es desprendido, como las palabras de Jesús a Zaqueo cuando promete restituir el cuádruple a quien le haya defraudado en algo. (Lc. 19. 8)
   De diversos textos del Nuevo Testamento (Jn. 12.1; Jn. 18.40; Mt. 26.55;  Jn. 10.8; Mt. 21.13) se desprende el sentido despectivo que el pueblo tiene de los ladrones y la condena social en la que Jesús y los Apóstoles participan, aunque el último acto de la vida terrena de Cristo sea el perdón del buen ladrón que reconoce su delito al morir junto a la cruz. (Lc. 23. 41)

    4.2. Jesús modelo

   La solución a los conflictos éticos en el terreno de la propiedad y de la apropiación, surgiría fácilmente si todos cultivaran la virtud de la pobreza y del desprendimiento y si lo que se posee se valorara a la luz de los criterios evangélicos.
   El principio de Jesús es claro: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt. 6. 24; Lc. 16. 13). No basta decir: "No robar". Hay que añadir: "Servir a Dios".
   En el contexto de esos criterios, la figura y el ejemplo de Jesús constituyen el eje central de la moral cristiana de la propiedad y de la apropiación. Jesús se presentó como el Hijo de Dios encarnado, que "siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza" (2 Cor. 8. 9). Se declaró total­mente pobre, ofreciendo a los que quieren seguirle la pobreza como estilo de vida. "La raposas del campo tienen madrigueras y las aves del cielo nidos; el Hijo del hombre no tiene donde reposar la cabeza" (Mt. 8.20; Lc. 9.57-58). El desprendimiento de los bienes de este mundo fue el estilo de Jesús y el mensaje que divulgaron sus primeros seguidores y que quedó latente en la Iglesia.
   Quien asume esa actitud tiene vencidas las tentaciones del robo y del abuso de las riquezas. Pero este ideal evangélico es evidentemente ideal. No todos los hombres, incluso los cristianos, llegan a él. Y por eso hay que enseñarles a luchar. Jesús bendijo a Zaqueo por su decisión de desprenderse de sus riquezas: "Hoy la salvación a entrado en esta casa". Y Zaqueo aprendió la lección: "Si algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lc. 19. 8-9).
   Es el criterio que regirá siempre en el cristianismo. Trabajar para tener, tener para repartir, devolver lo ajeno, respetar siempre la conciencia. La Epístola de Santiago indica lo que los discípulos de Jesús deben pensar: Vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apoli­llados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre... Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste."   (Sant. 5. 1-6).

   5. Doctrina Social de la Iglesia

   Es usual recordar, cuando se habla del robo y del abuso de las propiedades, la llamada "doctrina social cristiana".
   El desprendimiento de las riquezas es virtud alabada en el Evangelio. Pero el recto uso de las mismas y la necesidad de crear cauces para su conveniente distribución entre los hombres no es menos importante.
   El correcto empleo del dinero y del trabajo, la promoción de la justi­cia en relación a la propiedad y al reparto de los bienes, el respeto a los derechos personales y colectivos, constituyen ejes básicos de esa doctrina, en la cual deben estar formados todos los cristianos.
   La Palabra de Dios conduce a una comprensión más profunda de la dignidad propia del hombre, de su vocación a vivir en comunidad con otros y de las leyes de la participación social. Esa vocación tiene exigencias de justicia, de paz y de solidaridad.

   5.1. Criterios sociales

   La Iglesia se ocupa de los aspectos temporales en cuanto se ordenan al fin último de los hombres. Se esfuerza por inspirar actitudes justas en el uso de los bienes terrenos. Propiedad, trabajo, relaciones, compromisos, normas de uso y consumo deben ser analizadas desde la perspectivas de la salvación.
  Por ello rechaza como contrarios a la dignidad del hombre los sistemas económicos y las actitudes que reducen el trabajo a instrumento de enriquecimiento personal o colectivo sin valoración de otras dimensiones más nobles.
   Las ideologías totalitarias como el "comunismo", el "materialismo" y el "socialismo", que niegan el derecho a la posesión de bienes y niegan los dere­chos fundamentales de las personas y de los grupos, no sintonizan con el Evangelio. Pero también se hallan lejos de los postulados de la caridad y de la justicia las fórmulas del "capitalismo liberal" y del "liberalismo individualista", que olvidan los deberes sociales de convivencia y solidaridad.
   La enseñanza de la Iglesia se centra en la dignidad humana del trabajo y de la propiedad y en el deber de todos de respetar los derechos que se derivan de ambas realidades humanas: propiedad, realización personal, libertad de elección, retribución justa, protección, repercusión familiar, igualdad y responsabilidad.
   Niega que el trabajo humano sea una mera puerta para la propiedad y mercancía económica: o que el trabajador sea un factor productivo como lo es la máquina. Insiste en la dimensión humana de la acción productora y en los derechos humanos que conlleva su ejercicio.
   Por lo tanto el lucro y el beneficio tienen que supeditarse a la dignidad del hombre que lo produce, no viceversa.
   La propiedad privada no es un robo, como quería demostrar Prudhon, sino un recurso que puede ser bien usado. El trabajo es un deber y una dignidad, por lo tanto falta a la justicia quien no trabaja. "Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma" (2 Tes. 3.10)
   El salario justo o retribución es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo es un latrocinio, como dice la Escritura: Lv. 19. 3; Dt. 24. 14-15; Sant. 5.4.
   La justicia y solidaridad entre las per­sonas, entre los grupos y también entre las naciones, es el alma de la doctrina social de la Iglesia y el ideal al que de­ben aspirar todos los hombres, sean propietarios o asalariados.

   5.2. La situación del mundo

   La Iglesia recuerda también que el mundo actual puede estar viviendo situaciones especiales de injusticia estructural y que hay que luchar contra las desviaciones colectivas, pues todos somos responsables de las mismas y estamos obligados a disminuir las distancias entre pobres y ricos.
   Rechazando las utopías y las proclamas demagógicas de que todos somos ladrones, hay que trabajar para que los abismos sociales disminuyan. La Iglesia recuerda que la ayuda directa al necesitado es buena pero no basta. Hacen falta relaciones más valientes y equitativas para que las desigualdades entre los hombres no se conviertan en una forma de robo.
   El Catecismo de la Iglesia Católica en­seña que "es preciso sustituir los siste­mas financieros abusivos... las relaciones comerciales inicuas entre naciones, la carrera de armamentos, por un esfuerzo común para movilizar los recursos hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y económico redefiniendo las prioridades y las escalas de valo­res." (N 2348)
   La Iglesia sabe que el mundo de hoy tiene el deber de reordenar sus estructuras globales de producción, distribución y equilibrio entre los grupos sociales, para que los fenómenos de la globaliza­ción económica no desemboquen en una peor situación. Ella no tiene soluciones mágicas paras resolver las diferencias econó­micas injustas, pero recuerda que es voluntad de Dios que los hombres sean más soli­darios. "No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en la organización de la vida social. Esta misión es vocación de los fieles laicos". (Cat.Ig. Cat. 2442)

   5.3. Especiales robos

   En la situación mundial del presente existen robos colectivos que precisan una formación de la conciencia cristiana en la llamada justicia social.
   Puede haber pecados estucturales y solidarios en los cuales se incurre por ignorancia más que por malicia. Pero la luz del Evangelio debe iluminarlos para lograr un mundo mejor.
 
    5.3.1. Neocolonización

    Al superar las épocas en que la mayor parte de los territorios del planeta estaban bajo la dependencia de autoridades de otros países lejanos (del siglo XV al siglo XIX) se presente como una oleada de libertad. Pero surgen nuevas situaciones de explotación neocolonial. A lo largo del siglo XX acceden a la independencia política dos centenares de nacio­nes (80 naciones comenzaron y 193 termina­ron el siglo XX). Pero la neocolonización económica condiciona la vida de la mayor parte de los habitantes de esas nuevas naciones aparentemente liberadas.
    Se presenta como un "robo estructural" el hecho de que el trabajo de los habitantes de esas naciones, ricas en "materias primas" no suponga el desahogo económi­co para sus habitantes o al menos la liberación de la pobreza colectiva.
    Muchas veces no son responsables los Estados colonizadores directamente, sino los grupos de presión o las empresas multinacionales que imponen sus reglas en esas naciones. Halagan y corrompen a sus dirigentes a costa de explotar sus países.

    5.3.2. Comercio de hombres

    El mayo robo que existe es la esclavitud de personas que se compran y venden en cuanto tales, o en cuanto trabajadores que se intercambian y se manipulan inicuamente.
    El catecismo de la Iglesia Católica dice en este terreno: "El séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u otra razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mer­cancía. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficio."  (N 2414)
   En la medida en que el cristiano se da cuenta de esa situación, debe colaborar para que las estructuras sociales sean más justas y benevolentes con los países necesitados: comercio justo, justa retribución e sus materias primas, preparación cultural de sus poblaciones, apoyo y ayudas al desarrollo, negación a prestamos que incrementan la deuda pública y la dependencia, etc.

    5.3.3. Explotación de débiles

   También es frecuente en los tiempos actuales asumir posturas demagógicas y contradictorias. Mientras se defienden hipotéticamente la libertad y la democracia, la capacidad de opción individual y la popularización de la cultura, la liberación de la mujer y la lucha contra todo género de discriminación, grandes masas de débiles e indefensos sufren el robo de sus pertenencias: salarios débiles, emigrantes discriminados, clases sociales privilegiadas, etc.
    Ese robo indirecto, de quien no da a los necesitados lo que puede y debe aportar o de quien promueve leyes o estructuras sociales injustas, complica la conciencia de quien se resigna a la injusticia estructural. San Juan Crisóstomo lo recordaba: "No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos. Es preciso satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia.

    5.3.4. Robo a entidades públicas

    En muchos ambientes se extiende la idea de que los administradores de la sociedad o de organismos públicos, de los bienes comunes, pueden usar y abusar de ellos de forma preferente.
    Y se justifica un frecuente robo institucional, insostenible para una conciencia honrada, aunque se llegue a decir o sospechar que "todos hacen lo mismo".
    Un político que busca preferentemente el bien personal o particular en su tarea pública, un funcionario estatal que no rinde lo que debe en su trabajo, un ciudadano que no cuida y protege, o peor todavía que destroza, los instrumentos de uso urbano afirmando que no son pro­pios, es sin duda ladrón.

   5.3.5. Los robos no cuantificables
 
   Hay bien comunes que son patrimonio de la humanidad y deben ser mirados como tales: la naturaleza, el arte producido en el pasado, lo que afecta a la salud, a la seguridad, a la paz social.
    Deben ser protegidos y respetados como bienes de todos y su apropiación particular constituye un latrocinio.
    También dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los ani­males, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (Gen. 1. 28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es total; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo a las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación." (N 2415)

    5.3.6. Salario justo.

    La justicia y el respeto al bien ajeno exige que todo trabajo sea recompensado con "salario justo" que es el que corresponde, al margen de la legalidad y de la usualidad, a quien produce un bien u origina un beneficio. No es salario justo el que no es participativo.
    El trabajador debe, pues, participar en el beneficio que produce, habida cuenta de que un producto no es efecto sólo del que lo elabora sus manos, sino del que lo planifica son su mente, lo protege con su esmero o lo con­serva, lo distribuye o lo mejora con su industria.
    Por eso es robo no hacer al trabajador partícipe de los beneficios, y dejarle sólo como testigo del provecho ajeno. Ni siquiera basta la tolerancia o la resignación del trabajador para liberarse del estigma de abuso y explotación cuando tal hecho acontece. Este y otros criterios obligan en la moral actual a revisar conceptos.

 

 
 

 

   6. Los pobres

   El rechazo del robo como pecado personal y el recuerdo del riesgo de injusticia social impulsan con frecuencia a hablar de los pobres. La pobreza, y más aún la miseria de los que viven una vida infrahumana, interpela a los cristianos, pues muchas veces tales situaciones se dan por la poca habilidad y voluntad de los hombres honrados para mejorar las estructuras sociales.
   El bien de los semejantes obliga a todo cristiano a ser participativo. Grandes sumas se destinan a la producción de armas, a la promoción de espectáculos y a la difusión de productos superfluos. Sin embargo, cuesta que los países y los particulares destinen bienes para mejorar la situación de los que tienen hambre o carecen de medicinas básicas.
   Los pobres pueblan el mundo y son más numerosos que los ricos. Y ello es un pecado colectivo de los hombres del que hay que arrepentirse.
   Los cristianos, hijos de Dios, hermanos en Cristo, tienen que situarse en la vanguardia de la lucha contra la "pobreza como indigencia", cultivando la "pobreza como virtud". Jesús recordó que "lo hecho por uno de esos pequeñuelos, se me hace a mí". (Mt. 25. 40). Y se lamentó de los ricos, por el mal uso de sus bienes: “¡Ay de los ricos, porque tienen ya su consuelo!" (Lc. 6. 24).
   Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los egoístas: "A quien te pide dale, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda." (Mt. 5. 42). Y da como consigna: "Dad gratuitamente los gratis lo recibisteis" (Mt. 10. 8).
   La Iglesia permanentemente recordó esa ley evangélica. El Concilio Vaticano II resaltó el desprendimiento como cauce para ayudar a los pobres: "Todos los cristianos han de orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto". (Lum. Gent. 42)
    Y bueno es precisar que el concepto de pobre no alude solo al aspecto económico: los perseguidos, los marginados, los que sufren, son pobres. El amor al pobre no es compatible con el amor desordenado a la riqueza o con su uso egoísta. El programa cristiano está grabado con palabras inmortales en el Evangelio: "El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo." (Lc. 3. 11). Y será idea persistente en labio de Jesús: "Dad más bien en limosna lo que te­néis, y así todas las cosas serán puras para vosotros." (Lc. 11, 41).
   A la luz de estos mensajes sobre el tener y el acumular, sobre el retener y no compartir, es fácil entender el sentido pecaminoso que para el cristiano tiene el afán desmedido de poseer, habiendo tantos pobres que tienen hambre, sed y frío en el mundo.


Los campos de petroleo ¿son robo a los países pobres?

   7. Los malos deseos

   El Décimo Mandamiento del Decálogo se suele enunciar: "No codiciar los bienes ajenos." (Ex. 20.17; Deut. 5.21). Es una referencia clara al deber del cristiano de estar desprendido de tal modo de las realidades del mundo que se superen los sentimientos de envidia, celos, emulación injusta sobre las posesiones ajenas.
   No solamente es malo el robar, sino que es éticamente inaceptable el desear tener lo que no es propio. El alma generosa se alegra de los bienes ajenos, no quiere hacerse con ellos. La Ley de Dios no prohíbe sólo las malas acciones, sino también condena las intenciones malas. Dios ve el interior y juzga el corazón.
   El cristiano tiene que reprimir las raíces del mal, que son los malos de­seos del corazón. Lo dijo Jesús: "Del corazón proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes..." (Mt. 15, 19).
   Del mismo modo que están asociados en el Sexto y el Noveno Mandamientos, no fornicar y no deseas acciones impuras, acontece lo mismo con el robo y el deseo del robo. El texto del Decálogo en el Sinaí es explícito: "No desearás la casa de tu prójimo, ni su mujer ni su siervo, ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni cosa alguna que a él le pertenezca." (Ex. 1­9. 17)
   La codicia tiene su origen en la insatisfacción por lo que se tiene, al compararlo con lo que posee el prójimo. El mensaje cristiano mira más a las actitudes que a los actos y exige que los seguidores del Evangelio sean puros.
   El desorden de la concupiscencia conlleva en el hombre la debilidad ante los atractivos y los deseos. Por lo tanto el décimo mandamiento requiere también control ante los sentimientos de envidia y de codicia. De ellos surge el riesgo de dañar al prójimo, robar y atropellar a las personas o a sus bienes. El Eclesiástico (Siracida) dice: "El hombre de mirada codiciosa es un malvado que aparta los ojos y desprecia a las personas. El ambicioso no está contento con lo que tiene, la injusticia mala seca el corazón." (Eclo. 14. 8-9)  Y San Pablo es más tajante en el rechazo de las malas intenciones: "Los que a toda costa quieren hacerse ricos, sucumben a la tentación, caen en las redes del demonio y en muchos afanes inútiles y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y la perdición.
   Porque la raíz de todos los males es el afán del dinero y algunos, por dejarse llevar de él, se han desviado de la fe y se han visto agobiados por muchas tribulaciones". (1 Tim.5, 9-10)
   En contraste total con la ambición y la codicia, Jesús habla del desprendimiento de las cosas terrenas: "No reunáis tesoros aquí en la tierra donde la polilla y el orín los deteriora; acumulad tesoros en el cielo" (Lc. 6. 19-20). A sus discípulos los exhorta a preferirle a El por encima de todo: "Quien no renuncia a lo que tiene, no puede ser mi discípulo" (Lc. 14. 33).

 

  

 

   

 

   8. La catequesis del respeto

   Hay que enseñar a los niños y jóvenes, y a todos los cristianos, el deber de respetar la propiedad ajena y el deber de dominar los deseos perversos.

   8.1. Respeto a lo ajeno.

   Enseñar a respetar con absoluta integridad la propiedad ajena, individual o colectiva, es fomentar la reflexión justa y fomentar las actitudes sanas. En este terreno no hay actitudes intermedias o disimulos: o se asume que no se puede ni se debe robar jamás, pase lo que pase, o se camina poco a poco desde la tolerancia y la excusa a la delincuencia larvada o descarada.
   El educador debe ser exigente en cuanto a la honradez. Es un valor humano que se aprende más con experiencias que con excelentes consejos. Por eso no basta una catequesis conceptual en torno a ese deber.

   8.2. Educar para el desprendimiento

   A la luz de todos los principios y campos morales que tienen que ver con la propiedad justa o injusta y con la apropiación moral o inmoral de las cosas, es bueno que el educador tenga criterios claros. No bastan las simples leyes de la moral tradicional para entender muchos de los fenómenos sociales modernos. Es necesario situarse en el contexto de la vida actual. "La Iglesia se plantea hoy nuevos problemas al encontrarse el Evangelio con la sociedad industrial moderna, con sus nuevas estructuras para la produc­ción de bienes de consumo, con su nueva concepción de la sociedad, del Estado y de la autoridad, y con sus nuevas formas de trabajo y de propie­dad". (Cat. Igl. Cat. N. 2421)
   En los ambientes de explotados se generan utopías explosivas y reivindicaciones. Hay que clarificarlas.
   Y en los entornos explotadores, en donde, a fuerza de vivir en estructuras de abuso, se llega a considerarse como normal lo que es injusto, la educación debe resultar agresiva por necesidad y exigente por imperativo evangélico.
    La educación contra el robo debe ser clara, contundente y decisiva. La honradez es un punto de partida para una vida cristiana. No es una virtud más que se consigue con la paciente práctica de actos buenos. Hay que llegar a la acción, a las expe­riencias y compromisos. El cristiano que hoy no vive algunas experiencias que tengan que ver con los explotados carece de algo decisivo en la vida evan­gélica.

   8.3. Educación social adecuada

   La educación social recta huye por igual de los integrismos y de las dema­gogias. Rechaza todo lo que son utopías y principios ambiguos. En el mundo moderno hay que formar rectamente los criterios ante diversos sistemas socia­les.
     - El liberalismo económico, que defiende un capitalismo salvaje, es decir el derecho de unos pocos a manejar la riqueza de la mayor parte, es incompatible con la moral cristia­na.
    - Del mismo modo, el comunismo en­gañoso, que considera toda propiedad privada como un robo, no es respetuoso con la libertad humana. En nombre del Evangelio debe ser condenado.
 
   8.4. El arrepentimiento del mal

   El cristiano debe recordar lo que decía San Pablo a los fieles de Efeso: "Si hay algún ladrón entre vosotros, que no robe más, sino que se esfuerce trabajando honradamente con sus propias manos, para poder compartir con los demás." (Efes. 4. 28). Quien ha cometido este pecado debe aprender a comportarse con arrepentimiento, debe restituir o reparar el perjuicio, y debe formar propósito de no incurrir en semejantes delitos.

   8.5. Sobre todo experiencias

   Hay que saber saltar desde el mensaje antiguo al moderno. En el Antiguo Testamento se dijo: "Nunca faltarán pobres en esta tierra; por esto te digo: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra." (Deut. 15. 11). En el Nuevo Testamento Jesús indicó: "A los pobres los tendréis siempre con vosotros." (Jn. 12. 8) El común denominador de estos textos es la invitación al amor a los pobres.
   Quien no ha tenido alguna experiencia personal y adecuada de ayuda y servicio a los necesitados no está bien educado.
   Nadie se atreve a robar, salvo que carezca de equilibrio mental o de sentido ético, a quien considera más indigente que él. Habrá que pensar lo que decía el profeta Amos: "No compréis por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias..." (Am. 8, 6). Y también las palabras de  Cristo: "Lo que hagáis con uno de estos pequeños lo hacéis conmigo." (Mt. 25. 40)