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Herejes que negaban la validez del Bautismo administrado fuera de sus propias normas y comunidades y exigían la repetición del mismo. Existieron en el siglo IV y siguen existiendo en determinadas confesiones protestantes y sectas que lo administran de nuevo.
La Iglesia enseñó siempre que el Bautismo, sean quien sea el administrador y la circunstancia, si se hace con intención y libertad, es sacramento que imprime carácter indeleble y por lo tanto es irrepetible y perpetuo. Los rebautizantes fueron rechazados en diversas ocasiones, con decisiones pontificias y conciliares, la primera en el Concilio de Elvira, en el año 314 (Denz. 53); y del todo, en el Concilio de Trento (Denz. 860).
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