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Es la comunicación de una verdad por Dios a una criatura inteligente. Dios puede hacer esas comunicaciones y el hombre recibirlas. La Escritura no habla de "revelación", pero la presupone en cuanto comunica misterio inalcanzable por la inteligencia sola: divinidad de Jesús, redención, Eucaristía, etc.
Hay verdades reveladas inaccesibles por sí mismos a la mente humana y otros que pueden ser alcanzados por la mente, pero que Dios ha querido comunicar. Ambos conjuntos de verdades constituyen el Depósito de la Revelación. El Concilio Vaticano I, en su Constitución dogmática "De Fide Catholica" y el Decreto "Lamenatabili" del 3 de Julio de 1907, condenaron la idea de que los dogmas que la Iglesia presenta como revelados son "verdades descendidas del cielo". El concepto de revelación es más amplio. Abarca a lo que Dios ha comunicado.
La inspiración es otra cosa diferente. Es todo lo que Dios ha querido que se escribiera en los libros sagrados, sea revelado o no. Es pues más amplia el concepto de inspiración que el de revelación. La revelación abarca pues tres grandes campos o conjuntos de verdades, según como se nos presenta:
1. Verdades de la ley natural,
2. Misterios de la fe,
3. Preceptos positivos.
La Iglesia enseñó siempre que la Revelación divina es un acto de amor y de misericordia de Dios con el hombre. Y afirmó que era necesaria para que el hombre llegara a conocer la verdad. El teólogo Antonio Günther (1783-1863), con muchos racionalistas del XIX, negaron esa necesidad, ensalzando la capacidad de la inteligencia humana para conseguir con sus fuerzas la luz divina. Pero el Concilio Vaticano I condenó tal pensamiento y reclamó esa necesidad de la luz divina.
Sus escritos fueron incluidos en el Índice en 1857. El Decreto "Lamentabili" y la Encíclica "Pascendi" del 8 de Septiembre de 1907, firmados por Pío X, renovaron tal rechazo y recordaron la necesidad de confesar que Dios nos ayuda a los hombres con sus luces misericordiosas. (Ver Biblia y catequesis 1.1 y ver Bíblico. Vocabulario 3)
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