SEXUALIDAD
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   La cualidad natural del hombre que le lleva a prolongar su especie y a engendrar nuevos seres en el mundo es la sexualidad. Ella implica tres elementos esenciales: la conciencia de dualidad de configuración somáti­ca y psíquica en la especie humana, expresada por la naturaleza en forma masculina y femenina; la tendencia reproductora, mediante la complementación psicológica de ambos sexos y la actuación genital; y la consiguiente satisfacción personal ante la fecundidad y la alegría íntima que proporciona la paternidad y la maternidad.
   Entre el cúmulo de cualidades y rasgos que adornan al hombre, la sexualidad tiene un puesto primordial. Sin ella la vida humana se extingue.
   Además, la sexualidad del ser inteligente es muy superior a la animal y a la vegetal, también bipolar y diferenciada. Y la superioridad radica en la conciencia de su instinto que le distancia infinitamente de los demás seres. El instinto en él se rige por la inteligencia, la voluntad, la libertad, la sensibilidad ética y estética, la espiritualidad y la trascendencia.

   1. Valor de la sexualidad

    Es la fuerza creadora más natural del hombre, la que más le convierte en colaborador de Dios Creador, la que más íntimamente le lleva a compenetrarse con otros seres, comenzando con el ser del otro sexo que con él se asocia y con el que, en la intimidad, se siente bien.
    Al orientarle a dar vida a otros hombres, la sexualidad constituye una energía vital de incalculable valor. Sólo los efectos de su ausencia o las consecuencias de su perturbación, hacen caer en la cuenta de valor y sentido.

   1. Valor radical

   La sexualidad humana es más que el instinto reproductor. Es la clave que revela la propia iden­tidad de ser creativo, pero no autosuficiente.
   En el animal el instinto reproductor le conmueve y mueve a la copulación para prolongar la especie con una mecánica automática y con una perspectiva de simple satisfacción presente. El hombre siente la fuerza animal, pero la supera con la intimidad, la estética, la conciencia ética, la previsión de futuro, el respeto a la otra parte, el altruismo preferente y la trascendencia para el porvenir.
    Si le fallan esas dimensiones, su actuación sexual se reduce a lo animal y no se desenvuelve en la dignidad de persona humana.
    Acontece lo mismo que en los alimentos o en la agresividad. El animal come por instinto. El hombre come por apetito, pero en relación a los demás. El animal se defiende por instinto. El hombre se defiende con inteligencia y discierne.
    La diferencia radical es que el animal no puede dejar de copular, comer y defenderse; el hombre, por el contrario, puede renunciar al placer genital por una razón superior, puede dejar de comer porque es libre, puede renunciar a defenderse, porque tiene voluntad.
    Por eso la sexualidad humana no se reduce a la instintividad, a la genitalidad, a la copulación. Es mucho más que todo ello. Es capacidad de realización.


 

1.2. La plenitud bisexual

   La sexualidad abarca desde la satisfacción en la propia identidad sexual hasta la admiración por la originalidad de la persona del otro sexo.
   En la medida en que el ser humano se halla dichoso en el sexo en el que ha nacido, domina en su mente y en su afectividad el equilibrio y la satisfacción.
   Es tan importante esta identificación del yo sexual, que el hombre puede renunciar a la reproducción y a contribuir a la propagación de la especie humana por diversos motivos; incluso puede sentirse satisfecho con la dedicación a otros servicios más desinteresados en beneficio de la sociedad. Pero no puede, sin perjuicio del propio equilibrio y del ajeno, renunciar al propio sexo o promover sentimientos de insatisfacción por él.
   La bisexualidad humana es el eco de toda la existente en la naturaleza vegetal y animal en el cosmos. Pero en el hombre cobra dimensiones de grandeza singular: completa la identidad humana con la variedad, dinamiza el género humano con fuerzas comple­mentarias que aseguran la pervivencia, suscita relaciones de ternura con persona del otro sexo con miras espontáneas a la propagación de la especie humana.
   Si la bisexualidad sólo se percibiera como fuente de fuertes sensaciones y de propagación de la especie por la complementación y el ejercicio reproductor, no se tendría el verdadero sentido de esa realidad gratificante de la vida.
   En el orden cristiano, la bisexualidad es un regalo del Creador al ser inteligente, más incluso que el regalo de la variedad de razas, de rasgos somáticos, de habitats múltiples o preferencias estéticas. Dios creo a la naturaleza exuberante, no clónica o mecánica.
   Por eso dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "La sexualidad abarca todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud de establecer vínculos de comunión con otros". (N° 2332)

 

 

1.3. Dimensión creacional

   La dimensión más noble, profunda y creativa de la sexualidad humana se fundamenta en el placer sublime e incomparable de hacer asequible a nuevos seres el maravilloso amor divino concedido a los humanos.
   Creados por Dios, los hombres han sido hechos aptos para produ­cir nueva vida. Por eso se sienten y se saben artífices del desarrollo en el mundo de los seres inteligentes.
   Son capaces de producir obras magníficas, que les llenan de orgullo. Llevan en su naturaleza una vocación de vida y no de muerte. Y esa grandeza se hace presente en la fecundidad.
   Por eso el hombre es creador por su bisexualidad, en cuanto hombre y mujer, y se sabe capaz de engendrar nuevos seres a los que extiende su amor humano y su capacidad de amor divino.
   La conciencia y la experiencia le dice  que puede sentirse llamado a dar vida a otros, no sólo en el orden corporal, sino en el moral, intelectual y espiritual, incluso más allá de los propios gustos y satisfacciones.
   Al hablar de esa capacidad creadora de vida, hay que superar los parámetros animales y entender al hombre como productor de maravillas. Sólo la experiencia de la maternidad y de la paterni­dad puede hacer entender esta dimensión. Por eso, el placer vital, no es sólo el fisiológico de la copulación o el afectivo de la conyugalidad, sino que sublima en el creativo de la paternidad o de la maternidad. Es el placer intelectual, moral y espiritual del originar nuevos seres capaces de ser felices en el orden natural y en el nivel sobrenatural.
   El deseo de continuar esa vida superior, cuando los días terrenos de los progenitores se terminen, es una de las dimensiones más sutiles de la sexualidad humana, que jamás podrán alcanzar los animales. Por eso el hombre se proclama, por su sexualidad, creador de nuevas personas: capaces de pensar, aptas para querer con liber­tad, sensi­bles, sociables, agentes de nuevas maravillas humanas: técnica, ciencia, arte, progreso, sobre todo vida; y capaces de engendrar, a su vez, nuevos seres libres y con cualidades trascendentes.

 

   1.2. El placer sexual

   En el acto fecundador, la naturaleza, o Dios como autor de la naturaleza, ha colocado un placer intenso, que es el sexual. Ese placer, tanto en el ámbito sensorial de las estimulaciones nervio­sas que culminan con el orgasmo, como en el orden psicológico y afectivo que culmina en el gozo del amor, es un placer bueno por sí mismo, como bueno es el sabor de los alimentos o gratificante el aroma de las flores.
   Pero este placer, el más original del ser humano, tiene una función insustituible en pro de la gestación de nuevos seres con las grandes responsabilidades que la formación de un ser humano implica. En esa trascendencia de responsabilidad es donde se halla su peculiar dignidad y consiguiente moralidad.
   Las actitudes filosóficas y éticas ante este placer han sido numerosas y dispares, como no podía ser otra forma tratándose de algo tan motriz y estimulante en la vida personal y colectiva de los hombres.
   Desde los estoicos antiguos y los maniqueos, que lo consideraban malévolo y rechazable, hasta los hedonistas y epicúreos que lo miraban en función de su intensidad y frecuencia, las opiniones y actitudes se extendieron en un gran abanico de axiologías que se prologaron a lo largo de la Historia.
    En clave cristiana, ese placer es bueno en sí mismo, pues ha sido querido por Dios, y no sería correcto infravalorarlo o maldecirlo. Gracias a él el hombre se siente gratificado ante los actos reproductores y afronta sus consecuencias posteriores con la generación de la prole, el género humano se propaga, los esposos se agradan mutuamente, las personas se sienten realizadas en su feminidad y en su masculinidad, la compenetración conyugal tiene un apoyo para la permanencia.
    Lo que no es bueno es el desorden en la búsqueda de ese placer. Tal acontece cuando predomina el egoísmo sobre el amor, cuando se busca separado de sus consecuencias naturales respecto a la vida, cuando se atropella el derecho de la otra parte a la que se impone o cuan­do se desea o se consigue al margen de las leyes naturales de la dignidad humana: compromiso, fidelidad, ternura, estabilidad, moderación, generosidad, que todo ello es verdadero amor.

   

 

   1.3. Niveles de la sexualidad

    La cualidad sexual del hombre es compleja. Por eso, es bueno que exploremos y entendamos los diversos niveles de la sexualidad humana.
    De su comprensión y esmerado cultivo depende el variado modo de entender la dignidad sexual y de presentarla cuando se habla de ella a la luz del Evangelio.

   1.3.1. Nivel fisiológico.

    Es el más elemental, natural y orgánico y resulta el más asequible de entender, como plataforma de partida. Se alude con él a las actividades biorreproductoras, en donde los órganos genitales humanos son la primera referencia en cuanto a su anatomía y a su  funcionamiento. Tales dimensiones somáticas, como las demás del cuerpo, reclaman conocimiento, atención sanitaria, respeto, protección y adecuada valoración.
   El hecho de que la naturaleza los haya constituido en doble forma: los del varón (testículos, pene, próstata, espermatozoides) y los de la mujer (mamas, ovarios, óvulos, trompas, útero, vagina, vulva) es una llamada natural a su complementación anatómica y funcional.
   Su dignidad en nada disminuye con respecto a los demás órganos, aun cuando el hombre normal, a partir de cierto estadio evolutivo, experimente una natural inclinación (pudor) a ocultarlos a la mirada de los demás (intimidad) o se conviertan en objeto de curiosdiad espontánea, cosa que no acontece con los otros órganos del cuerpo.
   Su importancia y dignidad deben suscitar la admiración ética y estética de todos, al igual que las flores, que son precisamente los órganos sexuales de los seres vivos vegetales, despiertan agrado, asombro y fascinación. En educación, es un deber la instrucción sobre la anatomía y la fisiología sexual, sobre la misión reproductora del hombre y sobre la responsabilidad peculiar que ella implica.
   Con todo es importante no reducir la virilidad y la feminidad a la constitución somática, ya que existen otras dimensiones sexuales más sutiles y constitutivas que los meros atributos anatómicos.

   1.3.2. Nivel moral y afectivo.

   Se recogen en él todos aquellos rasgos interiores: mentales, volitivos y afectivos, que reflejan la intimidad común en los sexos y expresan la tonalidad específica de cada uno de ellos.
   Hombres y mujeres poseen riquezas comunes: criterios, actitudes y sentimientos reproductores. Y los poseen diferentes para ser complementadas por la otra parte. La originalidad psicológica de cada sexo es también un don natural, de modo que su olvido perjudica tanto a cada sexo en particular como a la forma de comunicación mutua.
   Los dos sexos se compenetran por ser diferentes. Su culminación se halla en la paternidad y en la maternidad, con las consecuencias íntimas para los cónyuges en principio y para los hijos que se conforman bajo su tutela.
   Un mal entendido igualitarismo unise­xual perjudica tanto a la mujer, que arruina su feminidad en estilos masculinos de vida, en lenguajes y comportamientos impropios, como al varón, que se pierde en la rusticidad o se vuelve feminoide, no femenino.

   1.3.2. Nivel social.

    Las diferencias fisiológicas y psicológicas entre los sexos han originado desde siempre diferencias sociales y convivenciales. Aunque ellas dependen mucho de cada cultura y de las tradiciones heredadas, los roles se originan por las capacidades naturales y por los hábitos cultivados en cada sexo. Rasgos como la fuerza física, la menstruación, la sensibilidad intuitiva, generan diferentes gustos estéticos, emotividad y expresividad específica en cada uno.
   La diferencia de trato y de usos en nada afecta a la dignidad de la mujer o da predominio al varón. Si ella ha sido con frecuencia tratada como dependiente y él se ha sentido prepotente, no se debe a necesidades naturales sino a abusos culturales que el progreso y la cultura contribuyen a superar.
   Cualquier resabio de machismo es tan antinatural y perjudicial como cualquier intento de feminismo generalizado y demagógicamente explotado por intereses políticos o económicos. Ambos se oponen a la dignidad y a la convivencia.
   La intercomunicación y la complementación de ambos sexos en la sociedad es factor de equilibro y condición de libertad, seguridad y armonía. Sin la función social de cada sexo, sobre todo sin la referencia firme a la maternidad y a la paternidad, existe el riesgo de una promiscuidad destructora de la feminidad y de una desviación de la masculinidad.

  

A veces se postula una irresponsable igualdad de los sexos, no en cuanto a derechos y opciones, que es justa, sino en cuanto a rasgos de personalidad, que no es correcta

  

  

   1.3.3. El nivel espiritual.

     La sexualidad tiene también una dimensión espiritual en cuanto el hombre es trascendente en todas sus acciones y manifestaciones. La cualidad sexual humana no se reduce a lo simplemente somático ni a lo psíquico. Le hace al hombre, mujer y varón, capaz de tras­cender este mundo de forma original.
   Le abre la visión de lo "superior" y de lo "posterior". Lo uno afecta a su realidad inmaterial: inteligencia, voluntad, también libertad, responsabilidad, trascendencia. Lo otro le proyectan a lo que está más allá de la muerte, cuando sus días terrenos culminen con el salto a la eternidad.
   En relación a los valores espirituales de cada sexo, no se puede hablar de almas, espíritus, conciencia, destinos, derechos, deberes, etc., específicamente masculinos o femeninos. Antes que se­xuados, los seres humanos deben ser vistos como personas libres y como seres superiores. Pero, en lo referente a la conciencia de identidad perso­nal, sí puede haber una sutil distinción: cada sexo es y seguirá siendo diferente.
   Y no vale decir que en el cielo "los hombres serán como ángeles de Dios, en donde ni ellos ni ellas se casarán" (Mt. 22.30), pues la identidad personal se mantendrá para siempre. Dios ha hecho a cada uno en forma singular y le ha dado la conciencia de su propio yo o identidad. De esa conciencia se deriva la dignidad. El hombre y la mujer son tales por su espíritu y no sólo por sus órganos geni­tales.
   La sexualidad es la clave en la identidad y configura el mapa íntimo de la dignidad femenina y de la masculina. En esa identi­dad se genera la con­ciencia del propio yo, a pesar de las co­rrientes pe­riodísticas que consideran el sexo sólo como una inci­dencia, o factor secundario, o que juegan con los cambios de sexo como si de vestimentas superficiales se tratara.  

   1.4. El ejercicio sexual

   El ejercicio y desarrollo ordenado de la sexualidad, en sus diversos niveles, es un valor humano: un derecho, una posibilidad y un deber. Este ejercicio debe ser mirado desde tres ópticas bási­cas:
     - la complementariedad, a la que se opone la homo­se­xuali­dad;
     - el placer sano, que se halla a igual distancia de la ataraxia o anestesia patológica y del erotismo obsesivo;
     - la fecundidad, o fruto de la sexualidad, contraria a la esterilidad y a la atrofia genética.
   Por naturaleza, los tres elementos se integran como los tres lados de un triángulo se complementan. Y su espectro de acción o compromisos puede oscilar desde los niveles fisiológicos hasta los psicológicos y espirituales.
   Por el señorío inteligente que el hombre puede conseguir sobre la naturaleza y sobre sus leyes primarias, puede hoy conseguir lo que nunca logró en tiempos pasados: superar las leyes primarias e incluso manipularlas.
   Puede separar el placer de la fecundidad con anticonceptivos; y puede desvincular la fecundidad de la complementariedad entre sexos, mediante autofecundaciones o fecundaciones clónicas y portentosos experimentos genéticos.

   1.4.1. La revolución sexual

   Esa variación de los elementos naturales básicos se halla en el cimiento de la llamada revolución sexual. Esta comenzó cuando se independizó la fecundación de la copulación, con medios físicos o químicos. Entonces se pudo buscar el placer deseado sin aceptar la fecundidad no deseada.
   Abierta esa puerta en los tiempos de los poderosos medios de la imagen: televisión, cine, prensa ilustrada, propaganda comercial, internet, la revolución sexual fue manipulada de manera desi­gual por los constructores de ideologías. Un existencialismo cerrado y materialista, como el de J. P. Sartre (1905-1980), o un erotismo enfermizo, como el de W. Reich (1897-1957), valoraron la conquista como una liberación de represiones éticas manipuladoras. Un vitalismo inteli­gente, como el de H. Bergson (1859-1941), o personalista, como el M. Mounier (1905-1950), la miraron como signo de decadencia o al menos de peligro en los tiempos nuevos, los del "impulso vital" o los de la "persona salvaje".
   En tiempos recientes se inició una carrera científica y antropológica que no sabemos del todo a dónde conducirá. Surgieron co­rrientes fuertes opuestas a los compromisos matrimoniales estables. Se multiplicaron las actitudes y movimientos homosexuales. Se divulgaron las "parejas de hecho", sin apoyos del derecho (compromisos) y sin ligazones religiosas, éticas o sociales.
   Incluso la ciencia moderna anunció la posibilidad de la fecundidad de un ser humano, masculino o femenino, sin la copula­ción, y mediante las procedimientos artificiales, por ejemplo mediante la fecundación "in vitro" o por la autofecundación (la clonación). Ante el progreso biológico en genética, se comenzó a dudar de principios intangibles en ética y el hombre se asustó, en ocasiones, de sus audacias científicas, interrogándose sobre la licitud ética de tales acciones.
   Todo ellos planteó en el pasado, y planteará probablemente en el futuro, crecientes y acuciantes problemas bioéticos, sorpresas antropológicas inesperadas y, seguramente, soluciones diversas que harán inseguras las fronteras de la sexualidad digna.
   Es cierto que el hombre tiene capacidad permanente para sobrevivir. Pero se siente temeroso ante el porvenir.

  1.4.2. Las exigencias naturales

   La mente humana y la reflexión libre tienen que dar una respuesta a los nue­vos planteamientos sexuales de la hu­manidad. Sin aceptar que pueda reducir­se a la mera dimensión fisiológica, no podrá mantenerse en el ámbito mágico o mítico de que se la ha rodeado en oca­siones.
   Al margen de las creencias religiosas y de los diversas actitudes filosóficas o éticas, hay un factor de indiscutible digni­dad en todo lo que rodea a la se­xualidad, que depende de su conexión con la vida, de su vinculación con la persona y con su conciencia, no menos que de la reso­nancia que los hechos sexuales puedan tener en la sociedad.
   La naturaleza es fuente de inspiración a la hora de asumir criterios y responsa­bilidades en este terreno. Y difícilmente puede ser ignorada o marginada, sin producir consecuencias graves para la li­bertad y el equilibrio de las personas.

 

  

 

 
 

 

   2. Mensaje cristiano y sexo

   Desde la óptica del Evangelio, la sexualidad debe ser estudiada, entendida y valorada como un don del Creador del Universo, al igual que lo es la salud y la inteligencia, la sociabilidad y la familia. En lo que se refiere a los niveles fisiológicos, el mensaje cristiano poco tendría que decir acerca del sexo, como no lo dice de la digestión, de la circulación sanguínea o de la movilidad corporal.
   Pero la sexualidad tiene un significado singular: es la fuente de la vida, origina múltiples vínculos entre personas, condiciona la realización plena del hombre en el mundo desde la óptica masculina o femenina.
   Dice el Papa Juan Pablo II: "La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana como tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente hasta la muerte." (Familiaris Consortio. 11)
   Es normal que se busque la voluntad de Dios creador y la Revela­ción cuando se trata de descubrir lo que este rasgo representa para el hombre creyente que mira las realidades humanas con ojos de fe. Por eso se busca en la Biblia, en la Tradición y en el Magisterio lo que Dios quiere de la sexualidad y la responsabilidad que implica para los hombres que se rigen por criterios de fe.

   2.1. Dimensión bíblica

   El relato bíblico de la creación del hombre sirve siempre de llamada de atención sobre el plan del Creador. "Dijo Dios: Vamos a hacer al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que mande a los peces del mar, a las aves del cielo, a las bestias de la tierra y a las serpientes del suelo. Creó Dios al ser humano a imagen suya y los creo macho y hembra.
   Luego les dio su bendición y les ordenó: Creced y mulplicaos. Llenad la tierra y sometedla. Mandad en los peces del mar, en las aves del cielo y en las  serpientes del suelo". (Gen. 1. 26-28)
   Esta leyenda bíblica, eco de las creencias mesopotámicas sobre el origen del hombre, insiste en la grandeza y originalidad de los habitantes del Paraíso. Expresa la identidad bisexual de la humanidad y la misión propagadora de vida de los primeros progenitores del mundo.
  "Dijo Dios: No es bueno que el hombre se quede solo. Le haré una ayuda semejante a él... Porque el hombre puso nombres a todos los animales del campo, pero no halló ayuda como él.
   Entonces Dios hizo caer un profundo sueño sobre el varón, le quitó una costilla, llenó el hueco de carne y, de la costilla que había tomado, formó a la mujer y la llevó ante el varón.
   Este exclamó: Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne... Será llamada varona, porque del varón ha sido tomada. Por eso se hacen una sola carne. Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, y no sentían vergüenza alguna por ello. (Gn. 2. 18-25)
   El Antiguo Testamento está dominado por esa referencia creacional y se centra en la fecundidad la valoración que se hace de la sexualidad. Inclu­so se entiende el valor de la descendencia, el lugar de la mujer, el conjunto de las normas sexuales que aparecen en el Pentateuco, en los Profetas o en los libros Sapienciales, desde la visión oriental antigua de la prolongación de la vida humana como valor primordial.

   2.2. Jesús y la sexualidad

   Cuando llegan los tiempos del Nuevo Testamento se produce una visión cualitativamente diferente. La mujer cobra importancia como persona, la castidad se señala como deber, hasta se ensalza la continencia virginal como ideal de vida reservado para pocos.
   La referencia cristiana sobre la sexualidad es eco de las actitudes y enseñanzas de Jesús. Por lo tanto, al igual que con los otros rasgos hu­manos, la sexualidad debe ser mirada desde la fe.
   Hay que dirigir los ojos a la ense­ñanza de Jesús para perfilar criterios definitivos de luz y de fe cristianas. En el Evangelio, y de manera especial en las enseñanzas de los primeros Apóstoles, la moral sexual se perfila desde el reconocimiento del matrimonio como signo de la gracia. Se mira como una riqueza que hace al hombre fecundo y se reclama como un cauce de encuentro.
   Jesús la valora como una riqueza del ser humano en plenitud; y afirma que la vinculación matrimonial tiene que estar incluso por encima de la mantenida con los padres. Restablece la monogamia y rechaza el repudio de la esposa. Habla de la virginidad por amor al Reino de Dios. Equipara al hombre y a la mujer en derechos y deberes esenciales.
  "Se le acercaron los fariseos para tenderle una trampa y le preguntaron: ¿Le está al hombre permitido separarse de su mujer por un motivo cualquiera?
   Jesús contesto: ¿Habéis leído que, cuando Dios creó al genero humano, los hizo hombre y mujer. Y que dijo: "Por esta razón dejará el hombre a sus padres y se unirá a su mujer, y ambos será una sola carne? Por tanto, ya no son dos personas, sino una sola. En consecuencia, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre." (Mat. 19. 3-6)
   Jesús tuvo siempre palabras de res­peto y de delicada veneración en relación a los padres, a los esposos, a la mujer. Ve al hombre como hijo de Dios y exige que sea tratado como tal.
   Hasta exige respeto y dominio en el terreno de la conciencia: "Habéis oído que se os dijo: "No adulterarás". Pues yo os voy a decir más: "Quien mira a una mujer con mal deseo hacia ella, ya peca en su corazón". (Mt. 5. 27-28)
 
   2.3. San Pablo y la castidad

   Los Apóstoles desarrollaron la doctrina de Jesús, desde la sorpresa inicial ("Si tal es la condición del hombre respecto a la mujer, le conviene más no casarse". Mt. 19.10), hasta la persuasión de que había nacido una Nueva Alianza con Dios, cauce de planteamientos distintos a los del Antiguo Testamento. (Mt. 19. 9; Jn. 8. 41; Mc. 7.21; Hech. 15. 19; 1 Cor. 6. 13; Gal. 5. 19; Col. 3. 5)
   Es evidente que estos planteamientos era tributarios de la cultura grecorromana de su tiempo, como no podía ser de otra forma, según se advierte sobre todo en la visión paulina de la mujer (1 Cor. 11. 8; 1 Cor. 14. 34; 1 Tim. 2. 9. etc). Pero la visión de la bisexualidad humana reviste rasgos diferentes a los del Antiguo Testamento y a los lenguajes de los autores y de las leyes del mundo romanizado del cristianismo primitivo.
   En cuanto virtud cristiana, la castidad se presenta como ideal e implica fortaleza y libertad. Es normal que San Pablo haya hablado siempre de esta cualidad como forma de vencer las malas inclinaciones para conseguir con más plenitud la perfección a la que todo seguidor de Cristo debe aspirar.
   A los Gálatas les decía: "Vivid de acuerdo con las exigencias del Espíritu y así no os dejaréis arrastrar por las inclinaciones desordenadas del hombre, puesto que ellas van contra el Espíritu. A veces el antagonismo entre Espíritu y desorden es tan fuerte que os impide hacer lo que querríais.
    Los que viven sometidos a sus instintos, son unos lujuriosos, libertinos, viciosos...  Y esos no heredarán el Reino de Dios". (Gal 5.16-18)
    Y a Tito, su discípulo, le recomienda que forme a todos en las virtudes de que dio muestra Jesús, entre ellas en la virtud de la castidad: "Enseña a las jóvenes a ser esposas y madres amantes, a ser sensatas y castas, a ser buenas amas de casa, bondadosas, respetuosas con sus maridos, para que nadie hable mal del mensaje de Dios. Y a los jóvenes enséñales a que sepan dominarse en todo momento." (Tit. 2. 4-6)

 

 

 

  

 

   

 

   2.4. Dimensión eclesial

    La Iglesia lleva en su mensaje palabras de vida que quiere comunicar a todos los hombres. Las ha recibido del Señor, que vino para dar la vida a los hombres. Busca nuevos creyentes para cumplir con el plan salvador de Dios.
    Por la predicación, anuncia su mensaje sin distinción de destinatarios ni de circustancias. Pero sabe que sus miembros son promotores de familias nuevas y que nuevos hombres nacen al amparo de sus palabras de amor y de fe.
    Por eso la Iglesia tiene especial interés en ofrecer su visión del amor humano y de la sexualidad. Y convierte en sus doctrinas el amor humano en signo sensible del divino, siguiendo las enseñanzas el mismo Jesús. Por eso para ella la fecundidad humana es inseparable de la divina.
    Sabe también que es por la familia cristiana, por la vivencia de fe de los esposos creyentes y por la educación de la fe en los hijos de sus miembros, como va a conseguir que muchos crean y amen al Señor. Vincula el futuro de su misión en el mundo a la fidelidad en la formación de la fe de los nuevos cristianos nacidos en los hogares cristianos.
    Su proselitismo es un acto de generoso de amor a la verdad y a las personas que crecerán amparadas por su doctrina y por su atención pastoral.

   3. Excelencia del sexo

   La igualdad y equivalencia de todos los seres humanos ante Dios y ante los hombres ha sido un principio básico que la Iglesia ha tenido que defender a lo largo de los siglos. La dignidad humana exige el reconocimiento de esa igualdad, no sólo en cuanto al sexo sino también en los demás aspectos: raza, cultura, edad, situación, nivel social, etc.
   Es el mensaje de Jesús, que aleja al cristianismo de otras confesiones religiosas, como son el mahometismo con su infravaloración de la mujer, el hinduismo con su actitud ante las castas, el budismo con su pensamiento sobre las trasmigración de las almas.
   Por eso la Iglesia, en lo referente a la igualdad de los sexos, proclama principios de equivalencia e igualdad y de la necesaria complementariedad para cumplir con su función creacional.
     - El hombre es criatura de Dios y debe estar agradecido por su existen­cia y ser responsable de su propia vida y de su misión de fecundidad en este mundo. En el otro, la sexualidad se habrá terminado como ejercicio: "En el otro mundo los hombres serán como ángeles: ni lo varones tomarán mujeres ni las mujeres maridos" (Mt. 22.29). Pero no habrá terminado como identidad de cada ser eternamente feliz ante Dios.
    - Es condición de equilibrio psicológico y social el sentir el gozo del propio sexo y el ser capaz de admirar las bellezas y los atractivos del otro, pero siempre desde la igualdad entre ambos. Hacerlo desde la arrogancia rompe el plan divino. La igualdad es básica en el pensamiento cristiano: "La mujer no es dueña ya del cuerpo propio, sino el marido; y el marido no es dueño ya de su cuerpo, sino la mu­jer." (1 Cor. 7. 4-5)
    - La conducta sexual debe regirse por la inteligencia, por la voluntad y por la conciencia, no sólo por el instinto.
   Construir con persona del otro sexo un proyecto de vida, con actitud de aprecio a todo lo que implica la propia originalidad sexual, es exigible desde el respeto y desde el amor. "­Que la mujer respete al marido, como si fuera el mismo Señor... Y vosotros, esposos, amad a vuestra mujeres, como Cristo amó a su Iglesia." (Ef. 5. 28-33)
     - Es necesario educar al hombre en el amor y para el amor, en el sentido más humano del término, sin utopías místicas, pero sin reducir el concepto, como sucede tanto en nuestros ambientes, a lo sensorial. "No amemos de palabra y con la boca sino, sobre todo, con hechos y de verdad. En esto sabremos que vivimos en la verdad y tendremos la conciencia tranquila." (1 Jn. 3. 18)
    - Hoy es preciso proteger, y proteger a los más débiles, de las desviaciones y desajustes que postulan y promueven quienes hace del sexo centro de intereses torpes y, por desgracia, ocasión de ganancias materiales fáciles. "No os mezcléis con los lujuriosos... ni sentarse con ellos a la mesa." (1 Cor 5. 9 y 11)
    El pensamiento de la Iglesia es siempre defensor de la bondad de la sexualidad y de la necesidad de su ejercicio para la prolongación de la especie. Pero reclama entender que no es la belleza del rostro la que se debe convertir en el imán que la pone en funcionamiento, sino otros valores superiores. Blas Pascal (1623-1663) escribía: "El que ama a alguien a causa de su belleza, lo ama de verdad? Porque la simple viruela que puede matar esa belleza, sin matar la persona, hará que se deje de amar. Si se me ama por mi mente o por mi memoria, ¿se me ama a mí de verdad? No, porque yo puedo perder estas facultades sin perderme a mí mismo
   ¿Dónde está ese yo, si no está en mi cuerpo y en mi alma? ¿Cómo es posible amar el cuerpo o el alma, si no es por sus cualidades?
     No se ama nunca a nadie en sí, sino a través de sus cualidades y aspectos externos." (Pensamientos. 306)

   3.1. El sexo como motor
 
   La sexualidad es una cualidad humana positiva, admirable e insustituible. Es la palanca y el motor de la conservación de la especie, como el alimento y la defensa lo son del individuo. Gracias a ella el mundo se puebla de seres humanos. Sin embargo, no es buen crite­rio educativo el considerar la sexualidad ante todo como un recurso poblacional. Ello conduce al pragmatismo sociológico y bioló­gico. Es preferible partir de perspectivas superiores, como son las del amor de Dios. Esos hombres están llamados por Dios a la salvación eterna. El amor de Dios a todos los hombres y el poder mostrar en ellos sus maravillas hacién­dolos eternamente felices, depende de que alguien colabore con El en hacerlos pasar de la posibilidad a la existencia.
    Sólo quienes tienen los ojos limpios, porque cuen­tan con mente y co­razón sa­nos, son capaces de ver la hermosura y la grandiosidad de este don natural que hace posible la propagación de la vida vegetal, animal y humana, pero que sobre todo abre las puertas de la existencia sobrenatural a seres naturales.
    Esta actitud puede parecer utópica y poco frecuente cuando una pareja se siente inclinada a unirse sexualmente, pero es el ideal cristiano final.
    Al mirar la elegancia de las flores, que son los órganos sexuales de las plantas, o al contemplar la armonía de los colores y los cantares de las aves, que no tienen otro sentido que la estimulación intersexual, advertimos lo que la naturaleza ha hecho para ejercer y aprovechar una cualidad tan radicalmente animal y humana como es la sexualidad.
    La existencia de los dos sexos, macho y hembra, y la necesidad de la intercomunicación de las células generatrices, es la clave de la vida y la fuente sabia de la propagación de los seres vivos.
    Debe movernos a admirar y apreciar la fecundación, como el paso inicial de un acto creador, en el cual los seres del universo colaboran con el Gran Artífice del mismo.

 

 
 

  

    3.2. La profundidad del amor

    La sexualidad humana no se reduce a ser sólo una forma más consciente de la sexualidad animal. La inteligencia y la libertad la transforman en otra cosa, que es el amor. Sus rasgos originales son muy superiores a los animales y representan una energía espiritual y no corporal. Estrictamente hablando, sólo el hombre puede amar, incluso más allá del instinto reproductor.
    Y el amor humano, si es tal, se caracteriza por la armonía, la delicadeza y el equilibrio, el respeto y el autogobierno, la capacidad de renuncia. En su peculiar grandeza reside la supe­rior dignidad humana por encima de toda la expresión animal. Sólo impropiamente y en sus aspectos fisiológicos se le puede comparar con el instinto animal.
  - El hombre es capaz de elegir con reflexión el ejercicio sexual o la continen­cia; es capaz de dar sentido inteligente a los encuentros intersexuales. Su fuerza reproductora se rige por la responsabilidad permanente y no sólo de satisfacción sensorial pasajera.
    - En él existe la ternura y la intimidad, de modo que su instinto reproductor puede ordenarse desde valores éticos y estéticos, muy superiores a los del impulso o a los del agrado fugaz. El hombre puede amar; y, por amor, puede controlar el acto reproductor, cosa que no puede hacer el animal.
    - Introduce en su tendencia y en su actividad sexual la riqueza moral y espi­ritual: ideales, proyectos, preferencias; por eso se abre a la trascendencia y a la generosidad. Se puede decir que en ella late el espíritu y no sólo el instinto.
    - En el hombre, el ejercicio sexual es una llamada a la entrega altruista, inmensamente superior a la mera búsqueda egocéntrica del pro­pio placer. Por eso es compatible con proyectos de vida generosa, desinte­resada, altruista.
    - Y por eso, el ejercicio sexual puede ser tan santificador que se convierte en signo sensible de la gracia divina y de las expresiones del amor eterno del Creador. Es precisamente la esencia del sacramento cristiano del matrimonio.

   3.3. Fecundidad como fruto

   Por eso el hombre sabe lo que no sabe el animal: que detrás de la acción sexual está la fecundidad. El hombre ha sido hecho por Dios macho y hembra en términos biológicos, varón y mujer con palabras más morales, esposo y esposa en clave cristiana. Esto significa que ambos sexos se necesitan y buscan mutuamente para reprodu­cirse y propagan la especie humana, pero sobre todo para amarse y vivir el reflejo de Dios.
   Y significa también que la sexualidad es recurso para amar, como don creacional de Dios. Ha sido dada a los hombres para ser puesta en acción y no para ser reprimida.
   Pero, si los animales la ejercen por los solos mecanismos de la instintividad, el hombre, al igual que hace con la comida, con el vestido, con la vivienda y con la autodefensa, debe desenvolverla bajo los imperativos de su inteligencia y de su libertad.

  3.3.1. Fecundidad como proyección

   Una de las tendencias naturales que resultan gratificantes al hombre es la que le mueve a ser fecundo y productivo ante sí mismo y ante los demás.
   La fecundidad implica un mundo de posibilidades, al que cada uno accede según la propia vocación. Hay fecundidad artística, científica, cultural, política, económica, etc. Además de esa fecundidad general, los hombres sentimos la tendencia natural a la fecundidad vivida en conjunción familiar.
   A no ser que un don o una inspiración singular muevan hacia un proyecto perso­nal de celibato o virginidad, se ha de vivir la existencia en clave de fecundidad.
     - Es una mutilación y una inmensa pobreza ética el renunciar a la fecundidad por comodidad, egoísmo, timidez, o por pobreza de mente o de corazón. Es una grandeza moral el vivir fecundamente, asumiendo los esfuerzos abnegados y las alegrías familiares como prolongación de la acción sexual compartida.
     - Cada hombre o mujer debe buscar el esposo o espo­sa ideal, pen­sando en la felicidad de la vida compartida con el ser al que se ama de forma definitiva.
     - Se deben mirar los hijos, no como resultado biológico de la fecundación, sino como fruto del amor y de la capacidad creadora del hombre.
    En el Catecismo de la Iglesia Católica dice: "Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar la generosidad y fe­cundidad del Creador. El hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer y se hacen una sola carne. De esta unión proceden todas las generaciones humanas". (N° 2335)

    3.3.2. Fecundidad como realización

    A veces se acusa a la Iglesia cristiana de represora y antinatural, cuando recuerda a sus miembros que el ejercicio sexual humano no puede regirse sólo por el instinto como razón motriz.
    En el terreno sexual, la Iglesia no hace otra cosa que transmitir la ense­ñanza de Jesús sobre la vida, sobre el amor, sobre el hombre y sobre la sociedad. Tiende a valorar la sexualidad a la luz del Evangelio. Es respetuosa con los hermosos dinamismos de la naturaleza, pero recuerda a quien quiere oír su mensaje que no son los últimos valores del hombre los goces sensoriales. Pone especial cuidado en recordar la dimensión espiritual de la sexualidad y anima a todos a regirse por la conciencia y por la propia vocación sobrenatural.
    Si en tiempos antiguos muchos cristianos miraron lo sexual con ojos mani­queos, es decir menospreciando la bondad y belleza del cuerpo o la grandeza de la intimidad conyugal, la Iglesia insiste en la actualidad en el agradecimiento que se ha de tener con Dios por una fuerza hermosa de la que depende la propagación de la vida.
    Y por eso quiere siempre presentar la sexualidad como rasgo noble del ser humano y como plataforma en la que se realiza como persona, en la conjunción complementadora de otra persona de diferente sexo.

 

   

 

4. Moral sexual

   El mensaje cristiano sobre la sexualidad esencialmente es positivo, no negativo, a pesar de la fórmula bíblica del "sexto man­damiento" de la Ley: "No fornicar" (Ex. 20.14 y Deut. 5.19); o como repitió Jesús: "No cometerás adulterio." (Lc. 18.20; Mc. 10.19; Mt. 19.18)
    Es preciso aprender a definir la sexualidad con lenguaje más evangélico, el que también empleo Jesús en otras ocasiones: "Dios los creó varón y hem­bra. Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos uno solo." (Mt. 10.5)
   Es preciso entender este mensaje como reflejo del lenguaje del amor, de la unidad, de la fecundidad.
   La verdadera ley del "Sexto mandamiento", del ejercicio de la sexualidad humana, es positiva: Amor a los hombres, vivencia del plan de Dios desde la sexualidad fecunda, libertad de elección, regulación inteligente del instinto, aceptación amorosa del orden sexual.
   No responden a esta ley los desórdenes sexuales que se puedan dar, a cuyo conjunto denominamos lujuria, que es la búsqueda del placer sexual egoísta fuera del orden matrimonial y resulta una tentación fácil en los espíritus incapaces de entender la grandeza del matrimonio.
   Reviste múltiples formas con un común denominador: el egoísmo. Algu­nas de ellas son frecuentes.
      * La fornicación es la acción sexual fuera del amor matrimonial, aunque se defina con frases tan engañosas como "hacer el amor", "búsqueda de experiencia prematrimonial", "afianzamiento de la virilidad o feminidad", etc.
      * La prostitución es la acción sexual por intereses materiales, económicos o de otro tipo, abusan­do de personas débiles, como mujeres indefensas y explo­tadas o varones enviciados o con traumas afectivos o mentales.
      * La autoestimulación erótica anormal es frecuente en espíritus débiles o introvertidos. Reviste formas como la masturbación o autoestimulación sexual por egocentrismo o la pornografía o satisfac­ción fatansiosa por gráficos o proyecciones falaces.
      * La homosexualidad es desajuste promovido frecuentemente por engañosa y excesiva propaganda de personas enfermas psíquicamente o taradas sexualmente, las cuales llegan incluso a pensar que hay un tercer sexo.
      *  La violencia sexual, en sus diversas formas psicopáticas, constituye una deformación de la naturaleza. Tal es el masoquismo, el sadismo, la pederastia, la satiríasis o la ninfomanía.
    La trivialización, o desprecio de la belleza sexual que prolifera en muchos medios de comunicación social (cine, prensa, televisión, fiestas, etc. ), en nada contribuye a que, sobre todo los jóvenes, aprecien, respeten, valoren y cultiven con alegría su sexualidad compartida y vivan según nobles ideales.
   Sin embargo hay muchas personas inteligentes y sensibles, también entre los jóvenes, que saben protegerse y superar los engaños ambientales. Pro­mocionan su riqueza sexual por encima del hedonismo, del materialismo, del machismo; y la ponen al servicio de ideales superiores sabiendo esperar el momento del amor y del compromiso.
   Ellos se preparan para descubrir la riqueza de su sexualidad: ven en la intimidad un valor digno de ser defendido; sienten la ternura como una cualidad que hace hermosa la vida; asumen el pudor como una riqueza de personas delicadas; desarrollan su afectividad y sensibilidad como valores incalculables.

 

 
 

    4.1. La castidad

    La virtud de la castidad es, en términos tomistas, la "parte integrante de la templanza" que nos lleva a vivir la sexualidad al estilo superior de los hombres fuertes y no bajo los impulsos comunes con los animales. Exige energía en la persona, moderación en el apetito, auste­ridad, dominio y sobriedad.
    Implica grandeza de ánimo y categoría moral elevada. Siempre fue mirada como una virtud significativa en el cristianismo, cuyos máximos modelos, Cristo y su Santa Madre, son fuentes permanentes de inspiración para los creyentes.
    La continencia es el aspecto material de la castidad como virtud. Reclama firmeza especial de la voluntad, capacidad de elección y visión positiva.
    El celibato es la continencia convertida en sistema voluntario de vida. Se desarrolla cuando, por motivos sociales, culturales o morales, se opta por la vida continente, no matrimonial. Pero se convierte en virtud cuando se asume por motivos espirituales.
    También hablamos de virginidad, si el celibato se vive por motivos morales o religiosos expresados de manera formal. Añade a la continencia y al celibato la actitud de compromiso, sea este expresado por la dedicación generosa a los demás, por la entrega apostólica o con la formulación de votos ante Dios, al estilo del estado sacerdotal católico o de los religiosos de diversas confesiones.
    Ni que decir tiene que tanto la continencia y el celibato como la virginidad no significan atrofia y mutilación o renuncia de la persona en su dimensión sexual, lo cual no sería coherente con una visión cristiana de la vida, sino una elevación, perfeccionamiento y sublimación.
    Si alguien renuncia al ejercicio sexual por temor o pusilanimidad, por egoísmo o inseguridad, por traumas psíquicos o mutilaciones físicas, más que la castidad, como virtud, lo que practica es la continencia, como huida.
    Es virtud sólo cuando implica motivación superior, libre aceptación, cultivo progresivo y consciente. Y, como estos valores sólo se dan en el hombre maduro y responsable, la inocencia del niño, su pureza o ternura, apenas se puede identificar con la virginidad o la castidad, salvo como forma de metáfora.
    El hecho de que no se realicen actividades sexuales orientadas a la reproducción y a la fecundidad orgánica, no impide al hombre la fecundidad moral, intelectual y espiritual.
    Precisamente la castidad, en cuanto energía que asegura el dominio de sí y la valoración de los demás más allá de su cuerpo, hace posible multitud de actividades superiores: promoción de la ciencia y de la cultura, servicios altruistas a los demás, afianzamiento de la propia personalidad y, evidentemente, eficacia y servicio apostólico y eclesial.

   4.2. Los modelos.

    Interpretando el mensaje de Jesús y las enseñanzas de los Apóstoles, los cristianos de todos los tiempos han visto en la castidad una fuente de energía para mayor entrega al Reino de Dios. Ha sido presentada como el mejor camino hacia la santidad.
    En la Escritura se ensalza su naturaleza y dignidad con términos diferentes: pureza, continencia, virginidad. En el Nuevo Testamento 21 veces se emplea el término de "agneia = limpieza", 61 veces los derivados del verbo "kazairo = limpiar", 16 veces el concepto de "parzenia: virginidad" y docenas de referencias aluden a equivalencias como estar "sin mancha", "sin tacha", "sin pecado", etc.
    Con la castidad, entendida como continencia, el hombre se hace más fuerte en las dificultades de la vida, se siente más libre en las relaciones con los demás, se capacita más para empresas difíciles. Pero con ella, entendida como dominio sexual por el Reino de Dios, el hombre se hace "siervo de Dios", apóstol de Cristo, testigo del Reino, reflejo de la pureza infinita de Dios.
    Por el contrario el desorden sexual le conduce a la atrofia las cualidades per­sonales y profesionales y le hiere en su dignidad o le hunde en el pecado, que es alejamiento de Dios.
   La Historia de la Iglesia está llena de personas que se han mante­nido en la castidad y han sido modelos de padres y madres capaces de ordenar hogares felices, de ministros del Evangelio entregados a todas las tareas de caridad, de héroes de santidad, llamados vírgenes (ellos y ellas), admirados por toda la comunidad creyente. Con el ejemplo de Cristo, hombre encarnado y virgen, y de su Santa Madre, el único modelo de madre virgen, la Iglesia ha enarbolado siempre la bandera de la pureza como condición de más acercamiento a Dios.
   Es evidente que la virginidad, testificada por Cristo y por su Madre María, no indica ni sugieren ninguna infravaloración de la sexualidad matrimonial.
   Pero el hecho de que el plan salvador de Dios se forjara contando con el estado no matrimonial de Jesús, en quien el Verbo se encarnó, en la madre virgen que le prestó su vientre puro para que la encarnación se realizara, es muestra expresiva de que algo de bello, fecundo y sublime hay en la virginidad, que mereció tales modelos y testigos.
    Para quienes sienten su llamada decía el Concilio Vaticano II: "Ayudándose de  los oportunos auxilios divinos y humanos, aprendan a vivir su renuncia al matrimonio, de modo que no sólo no sufra menoscabo alguno su vida y actividad a causa del celibato, sino que más bien logren más profundo dominio del cuerpo y del espíritu y una más completa madurez y perciban de modo más perfecto la bienaventuranza del Evangelio." (Opta­tam tot. 10)
    Los "placeres de la carne", puestos por Dios con un fin de fecundidad, son un beneficio compatible con la virtud de la castidad, si se asumen dentro del orden matrimonial. Pero los "placeres del espíritu" son más sublimes y "divinos".
    "Debido al momento excepcional en que vivimos, es bueno que el hombre permanezca como está. ¿Está casado? No se separe. ¿Está soltero? No busque mujer... Pero el soltero está más en situación de preocuparse de las cosas de Dios". (1. Cor. 7. 27.33)

 

 

 

   

 

   5. Educación sexual

   Si la virtud debe ser un ideal para los cristianos, hay que educar a todos los creyentes para vivir virtuosamente. Este principio es la esencia del Evangelio: "Sed perfectos como Dios, vuestro Padre, es perfecto" (Mt. 5.48)
   La educación sexual es una necesidad del hombre y del cristiano. Como hombre debe ser educado en la sexualidad y en la castidad, en cuanto ella es la virtud natural que regula este rasgo esencial de la vida y de la persona.
   Pero para el cristiano no basta la educación sexual en el orden de la razón y de la conveniencia natural. Su nivel es otro y necesita la educación en la virtud de la castidad en cuanto ella es un reflejo del plan divino. Y debe ser educado en ella desde la fe y como hijo de Dios que vive en conformidad con la voluntad de Dios.

    5.1. En el nivel humano

    El orden natural es primordial. Y es tan importante como la educación en otros campos: la justicia, la paz, el trabajo, la sociabilidad, etc. Con toda la razón nos dice que hay algo en la se­xualidad que requiere singular atención.
   Las demás virtudes quedan de alguna manera en la persona. Si fallan es la persona y sólo ella la que se perjudica. Sin embargo, la sexualidad está hecha para asegurar la reproducción humana y detrás de ella están los nuevos seres que surgen de su ejercicio.
   Hay, pues, una dimensión de trascendencia humana, de responsabilidad, de futuro, que otras virtudes no poseen en el mismo grado. Requiere una atención singular.

   5.1. Terrenos educativos.

   La educación sexual requiere atención primero en el terreno instructivo. Es lo que solemos definir como "información sexual" que toda persona debe poseer por motivos sociales, morales y hasta sanitarios. Pero la sexualidad no sólo es genitalidad. Por eso hay que informar e instruir en los aspectos afectivos, morales, convivenciales. Hay que llegar a presentar y valorar lo que representa de equilibrio afectivo, de conciencia de dignidad, de influencia en la convivencia.
   Y hay que abrir a la persona en lo humano, tratando de llegar a la educación integral y hasta espiritual; y, en lo cristiano, hay que aspirar al descubrimiento del plan de Dios y de su palabra eterna.

   5.1.1. Información sexual.

   Desde los primeros años de la vida se adquiere "experiencialmente" instruc­ción sexual, más o menos como acontece en los demás aspectos: por los hechos ambientales o personales, por las transformaciones del propio cuerpo, por las observaciones, lenguajes, datos que se reciben, por los estudios escolares biológicos y so­ciológicos, etc.
   En la vida moderna juegan papel decisivo los medios de comunicación social, con sus capacidades expresivas: noticias de prensa, ilustraciones, escenas, filmes, reportajes.
   El hombre adquiere su instrucción en la vida cotidiana. Pero, como pasa en geografía y en matemáticas, necesita cierta sistematización, orden y corrección en los datos, para que ellos no sean incompletos, desproporcionados, incluso falsos.
    La instrucción se sitúa, como en un punto de partida, en la claridad de la conciencia y de la inteligencia. Pero no se debe reducir a sólo los aspectos biológicos, afectivos o sociales. Debe afectar también a las dimensiones morales y sobrenaturales. Es tanto más necesaria y obligatoria cuanto la ignorancia conduce a desviaciones y perturbaciones personales y colectivas. La ignorancia origi­na desórdenes, vicio, rusticidad.
    De forma natural se debe acompañar al niño y al joven que crecen en este terreno, con sugerencias y respuestas concretas a sus interrogantes y, sobre todo, con diseños hábiles instructivos que compensen las deficiencias de los aprendizajes vulgares o de las manipulacio­nes a las que puede ser sometido el hombre, tanto el varón como la mujer.
   De forma especial se deben prevenir las "aberraciones", que son datos exagerados desde la  perspectiva real, y que tanto suscitan los medios de comunicación, ávidos de beneficios mercantiles asociados al sexo.
    El hogar familiar, la escuela, los grupos de pertenencia, la catequesis parroquial, son los lugares en que se hace posible la aclaración sexual correcta, oportuna y adaptada a cada persona.

    5.1.2. Formación más que instrucción

    Es superior a la simple instrucción. Es más importante, por cuanto tiene objeti­vos y abarca dimensiones mejores que la simple información. Se suele denominar "educación en el amor", aunque la expresión no es del todo feliz, pues implica ciertas connotaciones limitantes en la mayor parte de los ambientes.
   Educarse en este terreno: criterios, valores, actitudes, sentimientos, opciones, etc., es un deber de toda persona libre, sobre todo en los períodos juveni­les, en los que puede despertarse a veces el erotismo empobrecedor si el sujeto se obsesiona por las transforma­ciones sexuales de su cuerpo, o también si se adopta formas excesiva­mente intimistas, poéticas, utópicas y románticas.
    Son muy importantes los criterios y los valores correctos, sobre todo si ayudan a situar positivamente la vida sexual perso­nal y a valorar con respeto y sentido ético la ajena.
    Es evidente que los buenos criterios no surgen en la mente por generación espontánea. Se precisan ayudas externas que orienten adecuadamente. Desde luego, estos criterios rectos no vendrán de quienes no vean en la sexualidad nada más que la dimensión fisiológica.
    La correcta educación de la sexualidad no se logra con la represión, en la soledad o desde utópicos idealismos y románticos ensueños. Es un rasgo que reclama encuentros intersexuales graduados y desarrollados en el orden y bajo el amparo de ideales nobles.
    Son necesarias las oportunidades de descubrir, apreciar y respetar a las per­sonas del otro sexo, con las que se establecen relaciones de cercanía. La vieja costumbre de mirar al otro sexo como un peligro, y no como un complemento, provoca traumas e inhibiciones.

   5.1.3. Vivencia evangélica

   La educación sexual del cristiano se debe mover en un tercer nivel, más elevado que el del amor humano y el de los mismos planteamientos éticos.
   El mensaje del Evangelio camina entre  lo espiritual y lo sobrenatural. Por eso se debe asociar a conceptos tales como voluntad divina, plan creacional, capacidad santificadora, función eclesial, vida matrimonial, etc.
   Esas dimensiones quedan reflejadas en las enseñanzas de Jesús (fidelidad, igualdad, virginidad, continencia por el Reino de los cielos) y en las complementarias de los Apóstoles (matrimonio, signo sensible de la unión de Cristo y de la Iglesia, conveniencia del ejercicio sexual: "Más vale casarse que abrasarse" (1. Cor 6.9), etc.
   En los textos paulinos se reflejan aspectos básicos como la justicia, la igualdad y la superioridad de la sexualidad cristiana, entendida como cooperación divina y no sólo como copulación humana: "Ni el varón esté sin la mujer, ni la mujer esté sin el varón, pues si la mujer fue formada del varón, también el varón lo es de la mujer; y todo esto procede de Dios." (1 Cor. 11. 12)
   La sexualidad, vista desde el Evangelio, es un camino de liberación. Decía San Pablo."Quisiera que todos los hombres siguieran mi ejemplo, pero cada uno tiene su propio don de Dios" (1. Cor. 7. 9)
  Educar conforme a estos criterios es condición de vida cristiana. Quedarse sólo en una visión naturalista y no iluminar la conciencia con la Palabra divina, es perder el cami­no de una educación cristiana.
   En este terreno el cate­quista tiene poco en qué escoger. O propone a Cristo y a su Madre Santísima como modelos o se pierde en el pluralismo de ofertas desviadas con que se encuentran con frecuencia los catequistas en su entorno. Su catequesis debe aspirar a ser evangélica y evangelizadora. Si el matrimonio es el camino general de los hombres y mujeres, no se debe ocultar la posibilidad también del celibato sin complejos y de la virginidad sin temores, si ella entra en los planes de Dios para cada uno. Es la pala­bra de Dios para cada alma la que se debe proponer y de la que se debe disponer en la educación sexual.

 
 

 

   5.2. Ambitos.

   También es conveniente recordar que la educación sexual requiere el reparto de funciones entre los diversos espacios educati­vos en los que se configura la personali­dad del hombre.

   5.2.1. En la familia

   La familia, por naturaleza, es la primera plataforma de educación sexual, lo cual no quiere decir que lo sea siempre de la instrucción en este terreno.
   En los primeros años los padres son los naturales depositarios de las curiosidades sexuales y de las preguntas. Su disposición debe estar abierta a respuestas cómodas, prontas y fáciles.
   A medida que el niño crece, sus fuentes informativas y formativas se diversifican. Cuando llega la edad de la preadolescencia, la hipersensibilidad de chicos y chicas bloquea el protagonismo paterno por regla general y se orienta la satisfacción de la curiosidad hacia otros manantiales informativos más cómodos.
   No quiere ello decir que no tenga entonces la familia ya misión que cumplir al respecto. El cultivo del clima de confianza, el ejemplo del amor sincero entre los esposos, la generosa disponibilidad de los hermanos y hermanas mayores para dar buenos ejemplos, la información indirecta con libros disponibles, el control prudente de los medios de información como la televisión o las tecnologías de la comunicación libre, como internet, son recursos que presagian una orientación correcta en este importante terreno educativo .
   Nunca los padres deben inhibirse y ceder sus derechos y responsabilidades a los compañeros y amigos de los hijos o a elementos nocivos que pueden abundar en determinados ambientes.

   5.2.3. En la escuela.

   Del mismo modo, la escuela tiene una misión informativa y educativa de indiscutible valor. La tiene en temas importantes como la justicia, la paz, la laboriosidad y la sociabilidad y debe reclamarla en la sexualidad.
   Una buena escuela cuida con esmero sus planes y estilos en lo que a educación sexual se refiere. Afecta a los aspectos más técnicos, como son los orgánicos y los sociológicos. Pero también a la promoción de los valores y de los ideales cristianos, sobre todo si ofrece esta perspectiva confesional a la familia que la demanda. Y cuando las relaciones entre educandos y educadores son fluidas y excelentes, las orientaciones sexuales, tanto para los grupos como para las per­sonas, con las aclaraciones a los interrogantes que van surgiendo en la tarea cotidiana, son oportunas y claras.
   Quien se inhibe en esta misión formadora por prejuicios integristas o quien la abandona por indiferencia, timidez o parsimonia hace un mal servicio a las personas que se educan en su seno.
   Desde luego una escuela cristiana no puede omitir este deber. Y su misión especifica es ofrecer informaciones e invitaciones educativas en la línea del Evangelio.

   5.2.4.  Grupos de convivencia

   Del mismo modo se debe aludir a los diversos grupos de convivencia formativa a los que puede pertenecer el creyente: catecumenales, parroquiales, congrega­ciones y cofradías, movimientos cristianos juveniles. Todo ellos deben desarrollar, en el contexto de sus planes y objetivos, un acompañamiento adecuado de los niños y jóvenes en su proceso de la maduración de su fe.
   Así como en otros terrenos se orienta cristianamente la maduración en esos grupos: honradez, fraternidad, fe, caridad y oración, del mismo modo se deben abordar temas sexuales cuantas veces sea preciso. Sin polarizaciones y sin marginaciones, se debe acompañar el desarrollo sexual de las personas, sobre todo con la práctica de las virtudes cristianas que conducen al dominio del cuerpo y a la regulación del corazón en lo que a afectos y experiencias sexuales o intersexuales se refiere.

   5.3. Estadios y niveles

   Es evidente que no todas las edades tienen las mismas demandas respecto a los deberes y actitudes que la sexualidad humana requiere.

   5.3.1. Infancia elemental

   Los primeros años de la vida demandan en el catequista el fomento de la confianza en las curiosidades naturales, en las relaciones y en las respuestas a las preguntas de contenido sexual que el niño ha­ce individualmente o en grupo.
   La referencia al hogar y los vínculos familiares son aspectos imprescindibles para abordar lo que se refiere al propio sexo, a la originalidad del otro sexo y a las relaciones entre ambos.
   Lo más importante en este momento evolutivo es que el niño se sienta satisfecho con la propia identidad sexual y cultive actitudes profundas de alegría por su ser femenino o masculino. Se ha de evitar que el entorno genere actitudes contrarias.
   Son desafortunados los padres que no aceptan con gusto el sexo del hijo y son perjudiciales aquellos educadores que ensalzan un sexo a costa del otro (machistas, feministas) o no aciertan a orientar el despertar sexual del niño.
   La tarea educadora será tanto más beneficiosa cuanto más natural resulte.

   5.3.2. Infancia superior

   Al crecer el niño y llegar al estadio de la infancia social y activa de los diez y doce años, se despierta la curiosidad sexual con más precisión y frecuencia, sobre todo si los estímulos ambientales son improcedentes. Es conveniente que los temas sexuales se aborden con sencillez y delicadeza, de modo que los intereses respecto de los fenómenos reproductores no se repriman, pero tampoco se exacerben.
   La serenidad y la claridad deben acompañar a las informaciones sobre los hechos sexuales, los cuales deben ser vistos y asumidos en sus dimensiones estéticas y éticas preferentemente, y no sólo en sus aspectos fisiológicos.
   Corresponde a todas las instancias educativas el trato sexual adecuado, pero varían las personas en cuanto a sus preferencias informativas.
   La clarificación de los acontecimientos que surquen por la mente del niño, es imprescindible, evitando que los mitos o los errores de forma o de fondo se apoderen de su mente infantil. Tal acontece cuando escenas improcedentes transcurren por sus ojos: televisión, cine, ilustraciones gráficas, la calle, etc. y no halla alguien que les ayude a serenar sentimientos y a interpretar los hechos.
   Es momento interesante para el descubrimiento del mensaje evangélico respecto a la vida, al amor, a la familia y a la compañía del otro sexo. Se debe acudir ahora con frecuencia a los relatos bíblicos, previendo su importancia para etapas posteriores.

   5.3.3. Preadolescencia

   Es la etapa más importante para la educación de los sentimientos intersexuales y para la orientación de las actitudes básicas de la personalidad con relación a la fecundidad.
   Los fenómenos sexuales propios de la pubertad: los cambios anatómicos como la menstruación o las poluciones, la curiosidad por el otro sexo, la exacerbación de la fantasía por sobrecarga de estímulos en los medios sociales de comunicación, las experiencias ajenas o propias de las que el preadolescente puede ser testigo o protagonista, son moti­vos de reflexión.
   Pero la formación sexual en sentido cristiano requiere ante todo la promoción de valores evangélicos profundos: ejemplos y palabras de Cristo, enseñanzas de la Iglesia, modelos en la vida de los santos, reclamos de la conciencia recta.
   Los planteamientos deben ser purificadores primero y constructores después, pero siempre desde la óptica cristiana.
  El educador debe ponerse siempre en disposición de clarificar lo que es amor, desenmascarar las falacias y engaños de la falsa sexualidad existente en el ambiente: aberraciones: homosexualidad, pornografía. Luego vendrá el descubrir y aceptar el sentido del plan de Dios en la bisexualidad: dualidad de sexos, bondad del placer, responsabilidad, conciencia, valor de los hijos, etc.
   Pero los mensajes deben ser constructivos y alentadores: excelencia de la ascesis sexual como cauce de crecimiento, apertura al altruismo y superación del egoísmo erótico, valoración de la intimidad, del pudor, de la conciencia, referencia a la voluntad divina y a su presencia indiscutible en la vida de las personas creyentes, etc.
   Hay que promover el protagonismo del mismo adolescente en la formación de su conciencia y no caer en la trampa de la casuística que a estas edades se pretende imponer como hilo del dialogo con los adultos.
   Y hay que saber también respetar la libertad y la intimidad a esta edad, sin aprovecharse de los períodos frágiles para provocar confidencias sexuales de cuya comunicación después el sujeto se arrepiente.

5.3.4. Adolescencia y Juventud

   Es etapa en la que el joven y la joven comienzan a plantearse su actitud y su situación en la vida. En lo relativo a la sexualidad, hay una gran diferencia en este período vital entre enfocarla en sentido cristiano de respuesta a la voluntad de Dios y mirarla como simple oportunidad de placeres sensoriales.
   El joven que aprenda a entenderla como simple descarga genital, ocasional e intrascendente, se condena a no entender jamás lo que es el amor, ni el humano ni el divino. Se incapacita para admirar la belleza, para apreciar la ética de la fecundidad, para descubrir el gozo de la entrega, para cultivar la madurez espiritual que conduce a la felicidad.
   Es preciso a esta edad, en la medida de lo posible, clarificar y desenmascarar los planteamientos sexuales erróneos o los ideales de vida pobres: vivir para el gozo erótico, noviazgos prematuros, experiencias sexuales infravaloradas, pornografía audiovisual o gráfica machacona aceptada, triviliazación rústica de lo genital, egoísmo e inmediatez en los proyectos sensorioperceptivos.
   Hoy no se puede ocultar el peligro que implican las estimulaciones de una actividad sexual precoz o desenfocada. Hay muchas personalidades enfermizas: obsesionadas por el sexo, distorsionadas por estímulos, carentes de ideales.
   Quien trata con jóvenes debe conocer las situaciones vitales en las que ellos se desenvuelven y debe actuar en consecuencia. A pesar de todos los problemas que pueden plantear estos estados, el educador de la fe cristiana no puede ni debe suavizar o infravalorar el men­saje evangélico relacionado con la sexualidad: necesidad del dominio, grandeza de la fortaleza, igualdad de los sexos, responsabilidad, etc.
   A veces se corre el riesgo por parte del catequista de caer en la demagogia ética y de disimular el mensaje evangélico. Es actitud contraproducente para lo que se persigue, que la verdadera formación de la conciencia. El alejamiento de los ideales superiores de vida resulta a la larga  empobrecedor. El mensaje cristiano debe ser claro en todos los aspectos: castidad, fidelidad, indisolubilidad matrimonial, aborto, homosexualidad, erotismo, experiencias sexuales.
   El matrimonio se ha de presentar como una realidad santificadora y como un compromiso deseable para las personas, para la sociedad y para la Iglesia. Requiere preparación adecuada en quienes quieren vivirlo como vocación.
   Es importante una buena catequesis del noviazgo, que es el tiempo en que una pareja establece relaciones de singular afecto y solidaridad para conocerse y para prepa­rarse a los profundos com­promisos matrimoniales.
   No es tiempo de matrimonio y reclama responsabilidad, respeto, intimidad, sinceridad y solidaridad. Y también reclama continencia, que es la mejor forma de disponer la sexualidad propia y ajena a la función reproductora que posee.
   El tiempo de noviazgo requiere inteligentes medidas de prudencia y reflexión. Cualquier precipitación suele resultar perjudicial. Pero también provoca un desgaste natural su excesiva prolongación, cuando la indecisión afectiva, o los reclamos sociales, imposibilitan que culmine en el fruto del compromiso.
   Hay que ofrecer criterios sanos a los jóvenes para que miren el noviazgo con ojos de fe y como algo muy serio y personal, por lo que realmente es, no como un enlace de prueba y ensayo.
   Los jóvenes no encuentran muchas facilidades en los ambientes erotizados actuales, en los que la superficialidad y la falta de respeto a la mujer convierte este período en un engaño disfrazado de ternura o en un entretenimiento más de significación social que de auténtico compromiso moral y personal.
   Pero es importante que el educador no se desanime por las dificultades o por las circunstancias. Su tarea no está en acertar, sino en anunciar la belleza, la bondad, el ideal, el mensaje.

   5.4. Obstáculos y desviaciones

    No hay que olvidar, por otra parte, que los hechos y los criterios sexuales han ido cambiando con el tiempo y pueden ser diver­sos según los entornos de cada cultura. Desde el secretismo sexual de otros tiempos a la naturalidad sexual de los tiempos recientes se ha atravesado un itinerario interesante. Hoy se ha conseguido un mejor trato: más natural, más sincero, más clarificador, de los aspectos sexuales en la educación.
    El educador debe adaptarse a las situaciones y a los ambientes, pero guardando fidelidad a las condiciones básicas y a los valores de las personas y debe recordar que es algo difícil adaptar las exigencias evangélicas a las circunstancias sociológicas de los tiempos o ambientes en los que predomina el erotismo. Hablar del amor humano como reflejo del amor divino, decir que el amor entre esposo y esposa es signo sensible del que Jesús tiene a la Iglesia, (1 Cor. 6. 15-17; 2 Cor. 11;.2 Ef. 5. 29), no deja de ser una aventura eclesial y evangélica.

   5.4.1. Erotismo como riesgo

   El educador debe mantenerse alerta, sin alarmismos ni lamentos peyorativos, ante los influyentes medios de comunicación social: el cine trivializa el matrimonio y su indisolubilidad, la televisión viola la intimidad del hogar y multiplica las ofertas sexuales en busca de rentabilidad económica, la navegación internéutica facilita las ofertas eróticas anónimas y las aberraciones sexuales de manera desconocida en otros tiempos, las campañas manipuladoras pretenden hacer natural el "tercer sexo" (homosexualidad), con ignorancia sorprendente de las exigencias de la naturaleza, incluso se adelantan a la infancia los estímulos sexuales para no perder tiempo en la captación de adeptos.
    Es difícil armonizar esas ofertas ambientales del placer sexual como mito, desprovisto de todo sentido fecundador, con el mensaje exigente de la sexualidad a la luz del Evangelio: amor, fidelidad, respeto, autodominio, matrimonio.
    No hay que desanimarse por las dificultades. Siempre habrá personas iluminadas capaces de leer las alabanzas del Cantar de los Cantares con los ojos sutiles y poéticos de S. Juan de la Cruz.
   Y, aunque no todos lleguen a esa sensibilidad sublime, al menos sospecharán que hay en el amor intenso y total algo más que sensaciones orgásticas y que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por el amigo" (Jn 15. 13; 10.11; 13.34) o que "en el cielo los hombres serán como ángeles" (Lc. 20.36).
    Y lograrán entender de alguna forma que el mismo Señor, según los evangelistas, se declaró el Esposo amante de la comunidad de sus seguidores. (Jn. 3. 29; Mt 22. 1-14 y Mc. 2. 19)
    El mensaje del amor hay que presentarlo en medio del erotismo, de igual modo que el mensaje de la paz puede ser descubierto en tiempos de guerra o el de la vida en momentos de enfermedad o de muerte. Es precisamente la labor del educador de la fe: anunciar continencia en los mismos lugares del desenfreno. Debe en este terre­no, como en otros (justicia social, perdón de los enemigos, respeto a la vida) proclamar sólo lo que verdaderamente es mensaje del Evangelio.
    En lo referente a la sexualidad, aunque vaya contra corriente, hace más bien a los espíritus diciendo la verdad que apareciendo como condescendiente con el erotismo.

   5.4.2. Situaciones conflictivas

   En el terreno sexual se reclaman hoy ciertas adaptaciones y revisión de criterios éticos para que sean firmes, claros y sinceros. Así se podrán contrarrestar las influencias nocivas de las informaciones e insinuaciones de los medios sensacionalistas que llegan a todos los rincones del planeta.
   Entre los interrogantes que suelen surgir, hay cuestiones conflictivas y fronterizas que preocupan a los jóvenes y adultos. Algunos pueden ser los siguientes:
  - La moralidad del control de natalidad por medios naturales y artificiales ya sean contraceptivos o sean abortivos. Si los contraceptivos físicos, como los preservativos, o químicos, como los productos anovulatorios o reguladores, son conquistas de la inteligencia y plantean interrogantes en la conciencia de los usuarios, los abortivos, sea cual sea su naturaleza y eficacia, resultan rechazables en cuanto destructores de la vida ya en gestación.
  - La fecundación artificial, o reproducción asistida, con sus diversas modalidades naturales (apoyos) o adúlteras (inseminación con principios fecundantes ajenos al cónyuge matrimonial). Los diversos procedimientos son numerosos y las inquietudes éticas que plantean complejas y diversamente respondidas.
   Si se deben aceptar los que suponen la puesta en juego de la inteligencia para el servicio de la salud, de la persona o de la vida, serán rechazables los que traspasan las limitaciones naturales de la ética conyugal, la cual reclama la imprescindible complementariedad de los esposos.
   La espectacularidad de la ciencia y las nuevas destrezas del ingenio no son criterios éticos en sí, sino reclamos para la reflexión y para el discernimiento.
   - El ejercicios de la sexualidad extramatrimonial es terreno discutible y discutido y claramente iluminado desde los criterios del Evangelio. No es admisible, por no ser coherente con los planes divinos. Y, sin embargo, en la sociedad actual, que tanto estimula prematuramente a las personas juveniles, y hasta infantiles, y que demora los compromisos matrimoniales por diversos motivos, resulta difícil la continencia y el cultivo de la ascesis exigida por el amor.
   Eso genera tensiones y hábitos distorsionantes y origina discrepancias con respecto a la comprensión de los diver­sos comportamientos sexuales. El terreno de los principios choca con las prácticas frecuentes de los individuos y de los grupos, con los modos de diversión y con la valoración ética de los hechos.
  - Se puede aludir también al exceso de provocación eróti­ca que existe en los medios de comunicación social, a la facilidad de acceso a estímulos porno­gráficos y a las aberra­ciones frecuentes en determinados am­bientes (pederastia, prostitución fácil, turismo sexual, homosexualidad regulada incluso por leyes de emparejamiento, etc.) contra los que es obligado proteger a las personas, sobre todo juveniles.
   - La regulación (aceptación o interrupción) de la gestación en estadios previos a la configuración suficiente (hominización) del feto (estado cigótico o germinal). Incluso, cuando hay motivo objetivo de rechazo (por violación, imprevisión, malformación), se presentan también situaciones de conciencia conflictivas que no siempre pueden ser dilucidadas con suficiente claridad.
   Todas las cuestiones aludidas, y otras que tienen que ver con el control biogenético o con aspectos de bioética, no dejan de ser interrogantes imprescindibles en los tiempos modernos, incluso con más urgencia de lo que pudo ser preciso en tiempos anteriores.

 

   

 

 

   5.5. Metodologías

   Son muchas las formas de armonizar los procedimientos instructivos y los afanes educativos en este terreno de la formación ética en el terreno sexual. En todos los campos, y en este también, es preciso acertar en la elección de los mejores procedimientos, siendo tales los que faciliten la consecución de un buen fin. Más o menos, las preferencias meto­dológicas se orientan por un triple camino que debe ser objeto de reflexión por parte del educador.

   5.5.1. El naturalismo
 
   Pretende mirar los hechos reproductores con exclusivos criterios naturales: instinto, cohabitación, convi­vencia, etc. Conduce a la atrofia de los valores trascendentes y a la alabanza de los planteamientos preferentemente naturales.
   El naturalismo ensalza el instinto y el afecto y difumina hábilmente los reclamos trascendentes y la conciencia.
   Con el pretexto de que los fenómenos sexuales son primordialmente fisiológicos, olvida la dimensión espiritual y conduce a la infravaloración del amor verdadero en el hombre.
   Entendida la sexualidad sólo como genitalidad instintiva, el naturalismo no supera las visiones animales de la vida. Pero el espíritu humano demanda otros dinamismos. Hay que descubrir la llamada divina a la formación de nuevos seres inteligentes, libres y espirituales, y no sólo de meros mamíferos superiores.
   La reproducción humana es mucho más que un fenómeno natural. Se eleva a la categoría de coparticipación con Dios en la creación de nuevos seres.

   5.5.2. Misticismo y rigorismo

   Tal vez sea menos conveniente el riesgo de sublimar lo sexual y olvidarse de sus dimensiones naturales. Desconocer la función del placer somático y psíquico del enlace matrimonial y caer en un misticismo inabarcable, en un moralismo distorsionante o en un rigorismo sexual fatigador, es condenarse a no entender nunca la sexualidad.
   Determinadas corrientes o estilos cristianos de pensamiento pretenden imponer a sus simpatizantes esa visión restrictiva, tan improcedente como la permisiva del naturalismo.
   Mal servicio prestan los defensores de los criterios rigoristas en temas de conciencia. Y muchos de los hechos sexuales: enlaces, libertad, intimidad, experiencias amorosas, paternidad responsable, etc. son cuestiones de conciencia, la cual es inviolable.
   El educador puede ofrecer criterios, pero debe respetar opciones. Su labor es anunciar el mensaje cristiano con humildad y apertura y dejar a cada creyente que asuma sus propias responsabilidades morales.

   5.5.3. Realismo

   Más concordancia con el mensaje evangélico ofrece el sano realismo, que es una manera de mirar los hechos y las personas desde las circunstancias en que se desarrollan. Exige situarse en el mundo real de las personas.
   En lo relativo a los criterios sexuales, se debe alejar por igual del doctrinarismo rigorista y del relativismo laxista. Se debe ofrecer al educando por igual libertad de criterios (ausencia de prejuicios y obsesiones) y aprecio al gobierno de sí mismo (autodominio y continencia).
   Un problema o desafío que se presenta en los tiempos actuales, en relación con la fecundidad y con la reproducción humana, es la llamada explosión demográfica en el mundo, la cual puede afectar a amplias regiones. Mejor sería denominarla distorsión poblacional, pues en ciertos lugares o países acontece lo contrario, que es la ausencia y disminución de natalidad por predominar el egoísmo sexual sobre los ideales familiares y vitales de futuro.
    Lo que la Iglesia defendió siempre es el respeto a la vida. Rechazó cualquier forma lesiva para la misma, como es el aborto. Amó a cada ser humano en camino y exigió el respeto y, sobre todo, el amor. Siempre asoció la acción sexual a la apertura a la vida y condenó la tendencia moderna a separar el placer genital de su concomitancia fecundante y su búsqueda independiente.
   Por otra parte, advirtió a los padres, sobre todo cristianos, que sus hijos no deben ser fruto sólo del instinto ciego, sino de la inteligencia y de la voluntad.
   Los seres humanos son seres espirituales con vocación sobrenatural. En esta referencia apoyó siempre la Iglesia la dignidad del acto sexual, hermoso por su significado biológico, gratificante por su dimensión afectiva, trascendente, en lo humano, por su proyección de eternidad. Por eso, la doctrina cristiana armoniza la "paternidad responsable" con la "fecundidad generosa".

  6. Catequesis de la sexualidad

   El educador cristiano debe diferenciar, en lo posible, lo que es la educación sexual exigida por la naturaleza racional del hombre y lo que debe ser la cate­quesis sobre la sexuali­dad, apoyada en la pala­bra divina y en la enseñanza consiguien­te de la Iglesia.
   La formación en el amor es un deber pedagógico para orientar la tenden­cia de un ser humano hacia otro y la apertura a la vida y a la fecundidad.
   La catequesis va más allá. Pre­senta al hombre lo que Dios quiere de él en el terreno del sexo y le ayuda a iluminar sus opciones a la luz del mensaje divino sobre amor sexual y en referencia a los planes de Dios sobre su vida. Le enseñanza a pensar en el matrimonio, si es su vocación; y a desear la virginidad, si es lo que Dios quiere.

   6.1. Criterios más que normas

   La catequesis sobre la sexualidad plantea las enseñanzas sobre el amor, la sexualidad y la vida a la luz de los planes divinos.
   - Presentar la vida, la reproducción y el amor, como dones divi­nos da­dos a los hombres. La persona entra en juego en esos planes, según la voca­ción de Dios para cada uno y con la libertad de cada ser inteligente en su respuesta a Dios.
  - Tanto porque es una riqueza humana radical, como porque el mismo Jesús ha querido ofrecer su mensaje al respecto, la educación cristiana mira y valora la sexualidad desde el Evangelio: dignidad, fidelidad, fortaleza, generosidad, sentido de trascendencia.
   - El hombre ha nacido para amar y su madurez cristiana está vinculada con su capacidad de dar a los demás amor. El amor sexual se enmarca en el único mandamiento de Cristo: que es "amarse los unos a los otros como él nos amó primero." (Jn. 13. 34). En lenguaje cristiano, la fecundidad y las delicias humanas del amor sólo tienen sentido en clave de amor al prójimo.
   - Dios es autor de la vida y quiere que los hombres y las mujeres se unan para propagar nuevas vidas en el universo. Vivir la sexualidad matrimonial es cumplir la voluntad divina.
   - Ese amor matrimonial se ha de expresar en forma de sacramento, es decir de signo sensible que hace de cauce para la gracia que Dios concede a quienes lo reciben.
   Es, por lo tanto, un hecho religioso, además de natural. Dios tiene que contar mucho en él. Lo es el acto sacramental del compromiso y se prolonga en cada acto de amor por el que los casados se abren a la vida y al amor.
   - La sexualidad debe ser analizada de forma positiva, como posibilidad creadora; y no de manera negativa, como de­ber de represión. La ley cristiana relativa a la sexualidad se debe formular de manera comprometedora: "Vivir el amor en la forma que Dios quiere para cada uno: en el matrimonio o en el celibato"; y no es suficiente hacerlo de forma negativa: "no fornicar".
   La Castidad se debe apreciar como una virtud positiva, no como una mutilación. Sólo así se capta su belleza, así como la del celibato, la virginidad, la consagración, belleza que nunca se pudo entender en las coordenadas del Antiguo Testamento.
  -  La Iglesia, Esposa virgen de Jesús virgen y sensible al amor, entiende, valora, orienta y alienta el amor humano como don maravilloso de Dios. Educa al hombre en esa dirección.

   6.2. Adaptación a las etapas

  Estos criterios del Evangelio deben ser presentados como fuente de inspiración pedagógica en cada uno de los momen­tos evolutivos del catequizando.

   6.2.1. En la infancia

   Las mentes y los corazones sanos aprecian, desde los primeros año de la vida, la belleza del amor si, desde la experiencia de la unión de los padres y desde su vida de hogar, son formados para descubrirla y apreciarla.
   Es importante enseñar a mirar los ejemplos del mismo Jesús y alabar con frecuencia el plan divino de que les hombres se propaguen.
   Con el debido tacto, se debe asociar los primeros descubrimientos de la genitalidad a los planes del Padre Dios, que quiere que los hombres se unan por amor y los hijos nazcan del amor. Supuesta la progresiva instrucción sexual, anatómica y funcional, el catequista de niños sabe responder a todos los interrogantes con referencia al querer divino.

  6.2.2. En la preadolescencia

    Surgen nuevos interrogantes y tensiones que la concupis­cencia, intensificada en paralelo a las transformaciones corporales y afectivas que se producen, puede desviar de la referencia divina.
     Los ejemplos vivos de Jesús, y de la Madre virgen que le trajo al mundo, son más persuasivos que todos los razonamientos sobre la belleza de la virtud o sobre los planes del cielo.
     Es tiempo de intimidad, sensibilidad, reflexión y curiosidad. En la catequesis se deben evitar polarizaciones sexuales; pero no se deben eludir todas las referencias que el preadolescente demande.
    Lo interesante es centrar su pensamiento en el plan de Dios y evitar el subjetivismo y la autocontemplación. Hay que saber presentar la sexualidad en su justa orientación de plan divino para todos los hombres y para cada preadolescente en particular. Se debe descubrir que, más que estorbo para la felicidad, es una oportunidad para la creatividad.
    Cierto idealismo sobre la pureza y continencia, sobre el amor, sobre la intimidad del sexo, es conveniente en este período de apertura a la vida, sobre todo si se presenta como regalo divino para la felicidad del hombre. Y una gran precaución ante las ideas o sentimientos desajustados, que proceden de los ambientes erotizados, conduce al catequista a presentar el sexo del hombre como un don, al igual que los ojos o el cerebro.
    Es el momento de descubrir el plan divino para cada persona y de sentirse protagonista inteligente y libre en ese plan divino.

    6.2.3  Adolescencia y juventud

    Conviene poner el centro catequístico de atención en la excelencia del amor del matrimonio, sin dejarse impresionar por formas pasajeras de unión sensorial y superficial. Importa mucho saber promover criterios rectos sobre los hechos que rompen el plan divino: el autoerotismo, la fornicación, el adulterio, la homosexualidad; y también, de forma especial, hay que llamar la atención sobre los abusos de débiles que están detrás de la prostitución, del escándalo, o de la explotación sexual.
    Pero no basta aludir a razones de honradez y dignidad para asegurar una buena catequesis. La atención preferente ha de estar en los planes divinos sobre la sexualidad.
    El joven no corrompido y creyente sabe descubrir en muchos estímulos hedonistas de la cultura moderna la pobreza y el vacío del erotismo materialista que en nada ayuda al progreso moral, al encumbramiento espiritual y al desarrollo de la sociedad. Y lo valora como frontalmente opuesto a los designios divinos.
    El catequista comprende las dificultades juveniles para asumir hechos y misterios, que muchos espíritus no bien formados son incapaces de entender: virginidad de María, continencia habitual fecunda, posibilidad de la renuncia sexual por amor al Reino de los cielos. Pero no hace de estos temas motivo de controversia ante quienes los rechazan como reales, sino que los proclama como realidades que sólo desde la fe se asumen y aceptan, e incluso se imitan.
    Es importante que el joven aprenda a mirar los designios de Dios sobre la propia vida. Y que sea capaz de entender el matrimonio o el celibato como una vocación libre y no como una situación irremediable, la cual debe ser contemplada desde la voluntad de Dios en la propia vida.

    6.3. Catequesis posible

   Es importante tener claro en la tarea pastoral que la catequesis de la sexualidad es una posibilidad y un deber, un derecho de las personas y una necesidad de las sociedades en las que abun­dan los espíritus creyentes.
   La tendencias hedonistas de los tiempos modernos llevan a muchos educadores de la fe a sospechar que es éste un terreno de especial dificultad.
  Desde el fatalismo o el derrotismo no es posible descubrir el ideal de la sexualidad fecunda. Muchas veces la tarea educadora resulta embarazosa en este terreno por los complejos y los temores de los educadores, más que por la dificultad de la materia o por la desconfianza de los receptores de los mensajes educativos.
   Al igual que en otros temas básicos: la justicia, la paz, la solidaridad, la ora­ción, la vocación a los estados de per­fección, el catequista no debe desani­marse ante las dificultades que el terreno sexual pueda platear. Debe "buscar el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás ya vendrá por añadidura." (Mt. 6.33)