SOCIABILIDAD
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    El ser humano por naturaleza es intensamente social. Quiere ello decir que necesita imperiosamente la comunicación y la relación con otros hombres, tanto para su desarrollo como para su equilibrio personal y colectivo.
  Pero hay que diferenciar dos conceptos y dos rasgos humanos que clarifican la dimensión social del hombre.

   1. Naturaleza de la sociabilidad

   No conviene confundir e identificar la socialidad y la sociabilidad, aunque ambos conceptos tengan que ver la relación interpersonal de los hombres.

   1.1. La socialidad

   Es la forma y el hecho de que los hombres se relacionan entre sí, organizan grupos y movimientos, establecen normas de convivencia y protegen sus instituciones colectivas con aportaciones individuales.
   Social es el hombre, en cuanto es capaz de vincularse con otros. Sobre todo, lo es por estar asociado con los demás en diversos ámbitos, con variedad de compromisos y en condiciones variables. Asocial es el hombre que no se relaciona normalmente, viviendo voluntariamente aislado del resto o tolerando en el mejor de los casos su existencia paralela. Insocial es el que positivamente rechaza la comunicación y establece en la soledad su modo preferente de vida.
    La Sociología es precisamente la ciencia que estudia, por medios reflexivos o por medios experimentales, todo lo que se refiere al hombre en cuanto social y los resultados de la socialización, que son las instituciones o las agrupaciones humanas. La Sociología reflexiva o filosófica, que emplea en ese análisis primordialmente la lógica especulativa, es tan antigua como la Filosofía. Sin embargo la Sociología empírica, llamada positiva, que es la que saca conclusiones científicas en función de hechos objetivos y externos, es más reciente. Se suele considerar a Augusto Comte (1798-1857) como su fundador, o al menos como su pro­motor más influyente.

    1.2. La sociabilidad.

    Es la tendencia natural que posee el ser humano sano, por la cual se siente atraí­do hacia los demás de forma intensa. En cuanto tendencia, equivale a la inclinación afectiva, a la valoración men­tal y a la propen­sión mo­ral a la relación con los demás.
    Equivale a necesidad de presencia, de comunicación y de comprensión mutua. Sociable es el hombre que siente la inclinación a la comunica­ción y a la rela­ción múltiple. En virtud de esa tendencia se proyecta hacia los demás y abre las puertas de su personalidad a los mensajes que los demás le envían a él.  Insociable es el sujeto que no siente esa inclinación lo suficientemente fuerte para provocar encuentros y convivencia.
   La Psicología Social es la rama o forma de la Psicología General que estudia con detenimiento la sociabilidad humana, tanto descriptivamente analizando cómo es, cómo se comporta, cómo se desarrolla. La Psicología Social nace con Mac Dougall (1871-1938), quien en 1908 publicó una "Introducción a la Psicología Social" y desplegó gran interés por los hechos de la sociabilidad humana.

   1.3. Relación entre ambas

    No resulta fácil diferenciar con suficiente claridad la “socializad” y la “sociabilidad”, ya que ambas van estrechamente unidas en la vida de cada persona y de las colectividades. Pero sí es conveniente recordar al menos que la socialidad es realidad más externa y reclama procedimientos observativos y descriptivos.
    Sin embargo, la sociabilidad corresponde a la parte más íntima de la personalidad, en la cual se generan las tendencias a la comunicación y su estudio supone más introspección y observación continua.
    Los hechos sociales, objeto de la Sociología, son más cuantificables y se detectan por el simple contacto con la realidad. Los hechos de sociabilidad están constituidos por sentimientos y valoraciones, opciones y actitudes, influencias y preferencias, atractivos e inhibiciones, todo lo cual se proyecta hacia la relación social. Se trata, en consecuencia, de un fenómeno complejo e interior con singulares dificultades para su estudio y comprensión.

   2. Rasgos de la sociabilidad

    Interesa conocer la dinámica de la sociabilidad pues, en cuanto tendencia radical del hombre, tiende a desarrollarse en el interior de la Persona y crece en estrecha comunicación con los demás.
   Se puede hablar de dos tipos de rasgos que se manifiestan en la sociabilidad. Unos son situaciones que llevan al sujeto a tomar posición entre los otros seres humanos con quienes se relaciona.  Otros son más operativos y personales y condicionan el estilo y el modo de la propia vida social.

    2.1.  Rasgos posicionales

    Impulsan al sujeto a colocarse en su justo lugar ante los que son iguales y ante los que se le presen­tan como superiores o como inferiores en algún aspecto o terreno. Las relaciones verticales se hallan expresadas por la actitud ante la autoridad y, cuando el caso llega, por la disposición a asumir la tarea del mando.
      - La autoridad, sea familiar, escolar o académica, cultural, social, etc., impulsa al hombre a colocarse en actitud de dependencia. Con mesura y obediencia, lo cual equivale a decir con sencillez y sumisión, cada uno se sitúa ante los jefes (y jefe significa cabeza) con generosa dis­ponibilidad. El rebelde, el que rom­pe sin sensatez con su superior, con sus padres, con sus profesores, con sus jefes, expresa, más que valor personal, alteración en su sociabilidad.
    El cauce para una maduración suficiente de la sociabilidad es el del respeto y aceptación oportuna de la autoridad. Pero la autoridad repercute en la perso­na de diversa forma, según la edad, el modo de ejercicio o el ámbito en que se desenvuelven sus operaciones.
     - Algo similar se puede declarar cuando surgen relaciones con otros hombres que, en algún aspecto, se declaran inferiores. El tener compasión del débil, el ejercer el mando de un grupo cuando corresponde, el aceptar una responsabilidad para beneficio ajeno, es una forma frecuente e imprescindible para promocionar la propia sociabilidad.
   En las relaciones con los iguales, la sociabilidad sigue también un proceso de progresiva intensificación y ampliación. A medida que madura la tendencia social, la convivencia con los otros hace posible el ahondar el espíritu de participación y colaboración.
    - La convivencia es el hecho de vivir en unión con los demás. Pero el simple hecho de contactos externos no pasa de mera coexistencia. La convivencia reclama profundidad, entrega y dedicación. Colocarse en el justo lugar ante los demás es sentir con ellos el agrado de establecer comunicaciones activas y pasivas. Se les entrega parte del cora­zón, lo cual es cordialidad, y se recibe sus sentimientos con generosa disponibilidad.

   2.2. Rasgos operativos

   Las operativas llevan más lejos que el simple tomar lugar en el contexto social al que se pertenece. Implican al individuo para que el grupo progrese o se mantenga. Suponen acción y, en cuanto acción, la sociabilidad requiere reflexión, esfuerzo, entrega, constancia, fidelidad.
   Por eso es frecuente hablar de las virtudes sociales como fuerza vital que subyace en la sociabilidad y, al mismo tiempo, la convierten en algo dinámico.
   Entre las virtudes más "psicológicas" que dan vida a la sociabilidad, se pue­den recordar algunas más reco­menda­bles.
    - La solidaridad es la primera de las disposiciones, pues ella indica cercanía, amabilidad, simpatía y compenetración con aquellos con quienes se vive. Tanto más intensa debe ser, cuanto más cercanos sean aquellos con quienes se establecen relaciones.
    - La justicia y la equidad nos llevan a tratarlos a todos como es debido; en general, de manera ecuánime; y en particular, según la situación, el derecho o la necesidad de cada uno. La justicia nos lleva por si misma al respeto como actitud básica de nuestra conciencia.
    - La comprensión y la aceptación de todos es reclamada por la diversidad que se da entre los hombres. Supone mucha fortaleza y elevado talante de generosidad y humanismo.
    - La colaboración y la servicialidad, el amor al trabajo, el espíritu de servicio, etc. son formas decrecer en la sociabilidad sana.
   Se puede elaborar una lista de rasgos de la sociabilidad que se observan en los alumnos de la clase. Y se puede hacer un ejercicio interesante comparando los positivos y los negativos

 

   

 

   3. Ambitos sociales

    Es conveniente repasar los ámbitos en los que se desenvuelve el ser humano y la incidencia que sobre su sociabilidad ejercen de ordinario.
    Los ámbitos en que se desarrolla la convivencia no se eligen voluntariamente.  Nos vienen impuestos por las exigencias de la misma naturaleza. Sin embargo, tanto más hiriente es su ausencia, su alteración o su misma influencia negativa cuanto más los requiere la insuficiencia del hombre para vivir por sí mis­mo.
    En ellos se abre a la vida, se desenvuelve y madura aprende la comunicación y el lenguaje, la relación horizontal y vertical y descubre las posibilidades de contar con recursos para la misma expansión personal.

    3.1. La familia

    Es el ámbito más prima­rio y natural para que el hombre se abra a la comuni­cación con los demás. Desde los primeros años de la vida humana, son los miembros del grupo familiar los que estimulan la comunicación y los vínculos.
    Estos vínculos son verticales, por medio de la autoridad materna y paterna y los horizontales en virtud de la fraternidad y de la relación con los otros miembros que conviven en el hogar.
    Las carencias o los trastornos familiares siempre alteran el ritmo del desarrollo social.  Por eso resultan contraproducentes, sean inevitables como la orfandad o surjan inesperadamente como los conflictos, las ausencias, o a veces las desgracias.
    En el caso de que el hogar no responda a las exigencias óptimas para la formación social, hay que saber buscar y encontrar complementos a los estados insatisfactorios o distorsionantes.
    Al mismo tiempo hay que recordar que todos los miembros de la familia, padres e hijos, deben asumir la responsabilidad de crear clima de confianza, comunicación, respeto y mutua ayuda. Es frecuente en algunos hijos el sentimiento de que son los padres los únicos responsables de esas estructuras familiares convenientes, evitando las propias aportaciones o incluso excusando sus deficiencias de comportamiento que desencadenan

    3.2. El entorno

    Como extensión de la familia, que es algo más que el simple hogar en el que se vive, hay que aludir al entorno convivencial de cada persona: el pueblo, el barrio, la ciudad, la comunidad de vecinos, la parentela o conjunto de consan­guíneos. No cabe duda de que el entor­no social suscita satisfacción o insatisfacción según los modos de relacionarse con él.
    Bueno resulta observar y analizar las características del entorno y hacer lo posible por complementar sus deficien­cias. Al igual que en la familia, es conve­niente aportar al grupo humano a que se pertenece todo lo que esté en manos de cada uno. Así se consigue que sea más habitable física y moralmente.

     3.3. Grupo de amigos

     El grupo de compañeros, y sobre todo de amigos, con los que se pasan muchas horas durante el día, tiene para la sociabilidad más importancia de lo que a simple vista suele apreciarse.
    Sobre todo al llegar a la edad en que, por maduración de la personalidad y de la inteligencia, el hombre tiende a traspa­sar las barreras del hogar para compartir su vida con otros, es conveniente fomentar y facilitar las experiencias sanas de compañerismo y de amistad. El grupo de amigos ayuda siempre a la formación del carácter y a promocionar actitud de aper­tura, de colaboración, de comprensión.
    Quien carece de amigos corre el riesgo de polarizarse en su propio yo y atrofiar sus sentimiento sociales.

    3.4. Centro docente

    Algo semejante hay que decir de la institución escolar y de los grupos culturales a los que se pertenece con más o menos voluntariedad. En la realidad escolar hay que saber contemplar, además de su valor instructivo y académico, su dimensión convivencial.
    El hecho de no escoger los compañeros, de tener que someterse a esfuerzos intelectuales con frecuencia no del todo voluntarios, de asumir una disciplina enriquecedora y permanente largos períodos del año y muchas horas de cada jornada, posee sin duda cierto carácter original en la formación de la sociabilidad.

   4. Los niveles sociales

   Como cualquier otra cualidad humana, la sociabilidad puede moverse y desenvolverse en diversos niveles de ejercicio y de compromiso.
   Unas veces se manifiesta en expresiones y reflejos superficiales, que mantienen la comunicación con los hombres en terrenos superficiales. Y en ocasiones llega a niveles de la máxima profundidad. Los seres humanos cuentan con muchas capacidades, pero también tienen la libertad de explotarlas al máximo o tal vez de infravalorar su significado.
   Por eso los grados de relación pueden ser muchos. Por clasificarlos de algún modo, se puede aludir a las tres formas generales en que puede expresarse la comunicación al grupo y que llega desde el roce ocasional del equipo hasta el vínculo profundo de la comunidad.

   4.1. La horda.

   Se caracteriza por la simple acumula­ción de individuos de manera superficial, ocasional y fugaz. Lo típico del grupo eventual es la exterioridad de la comunicación y de la relación.
   El desconocimiento al me­nos el cono­cimiento su­perfi­cial, es lo típico de los miembros del grupo que ocasionalmente se configura y rápidamente se desfigura.
   Los espectadores de un deporte, los viajeros de un vehículo público, los clientes de un supermercado, y tantos más grupos humanos que se repre­sen­tan ante nosotros, suponen sólo un contacto provisional. Pueden llamar nuestra atención las figuras, pero no se logra descubrir las personas, pues se diluyen en el anonimato y en la masificación.
   En nuestra sociedad, por su masificación en múltiples aspectos y terrenos, se multiplican las hordas y los grupos anónimos de personas y resulta imprescindible asumir actitudes personales ante las influencias de la media, sobre todo si quiere proteger la libertad.

   4.2. La banda.

   Se caracteriza por cierta permanencia y, sobre todo, por la participación en un fin o en una actividad permanente común. En ella se logra cierto conocimiento exterior y superficial, siempre parcial y muchas veces interesado.
    Se llega en ella a una organización en la que participan todos y que se dirige más o menos intencionadamente a una eficacia. Lo más que entra en juego en la banda es la inteligencia y las facultades operativas de los sujetos que, como miembros, configuran la organización. Su comunicación es ordenada, pero formal y parcial.
    Una banda de música, un equipo deportivo o cultural, una empresa laboral, una asociación de ciudadanos o un partido político se rigen por las relaciones impersonales y dinámicas de la finalidad que les une, de la fuerza que les man­tiene, de los simples intereses que les conservan cercanos.
    En la banda hay colaboración, interdependencia e, incluso, convivencia; pero se conserva la autonomía de cada componente. Es la norma la que les asocia.

   4.3. La Comunidad

   Supone mucho más que asociación transitoria u ocasional de personas (horda) y mucho más que defensa y protec­ción de los propios intereses (banda). La comunidad está basada en la unión de personas libres, no en mera acumulación de individuos. Es el resultado de vínculos profundos y entran en juego afectos, opciones, valores superiores, relación interpersonal cosistente y estable y com­promisos firmes.
   En la comunidad el conocimiento entre los miembros es afectuoso, personal y progresivo. Se desarrollan los sentimientos, que van desde la simpatía al amor, y la ayuda a los otros que va desde la colaboración a la abnegación. Y la estabilidad de las personas en la comunidad está más allá de la eficacia y de la renta­bilidad.
   Una familia, un grupo de amigos, una asociación religiosa estable, una agrupación basada en un ideal de servicio, son comunidades de una o de otra forma. En ellas rige la unión de los corazones o de los ideales como fuerza cohesiva y la entrega mutua como ley convivencial.

 

 

 
 

 

   5. Exploración de la sociabilidad

   Para medir el grado de cohesión de un grupo humano, la sociología emplea determinados recursos y formas. Hay que partir de la pluralidad que reclama las formas de pertenencia al grupo, que es un hecho social, y de variable intensidad de la tendencia asociativa basada en el agrado o desagrado consecuente.
   Tanto la Sociología como la Psicología social han dado mucha importancia en los últimos tiempos a la exploración de ambas cosas: vinculaciones y grado de los vínculos, apertura social y tendencia de esa apertura, signos externos de agrupación y consistencia interna de la misma. La exploración de ambas dimen­siones se puede hacer de dos maneras:

   5.1. Empírica y natural

   Se apoya en la simple observación directa y en la reflexión sistemática consiguiente a esa observación. Las experiencias que proporcionan los encuentros sociales permiten interpretar el nivel del compromiso existente en los grupos: en una familia, un grupo escolar, en un equipo, en una sociedad.
    En esta observación se apoyan las conclusiones naturales que sirven para regirse en la vida. Todos realizan más o menos espontáneamente exploraciones en este terreno y sacan conclusiones.
    La terminología usual está llena de vocablos expresivos a este respecto. Unos son positivos: pacto, contrato, acuerdo, vínculo, compromiso, simpatía, avenencia, integración, etc. Otros son negativos: desacuerdo, desavenencia, alejamiento, antipatía, discrepancia, huida, rechazo, etc.

    5.2. Forma más técnica

    Es la empleada en la Sociología científica, tanto con intenciones métricas como con afanes comparativos. La Psicología y también la Sociología pretenden objeti­var los instrumentos de medida a fin de valorar adecuadamente los resultados.
    Las formas técnicas se usan en la mayor parte de las ciencias sociales y se expresan en lenguajes sociodiagnóstico, sociométricos, sociográficos y eventualmente sociodinámicos.
    El problema que en los ámbitos religiosos se plantea es si se pueden identificar sentimientos políticos (intención de voto) y sentimientos religiosos (agrado en la pertenencia a la Iglesia), intensidad de la adhesión a un líder político, deportivo o artístico y profundidad de la entrega a Cristo Hijo de Dios, el alcance de la palabra humana y el grado de la creencia.
    Si es posible con encuestas, escalas, pruebas y tests calcular las simpatías, apegos e intereses humanos no lo es tanto el determi­nar los niveles de devoción, fidelidad y compromiso espiritual.

 

  

 

   

 

    6. Sociología y catequesis

    Los hechos sociales tienen que ver con los valores y los sentimientos religio­sos de cada persona en principio. Pero es más exacto decir que son los segun­dos los que se entienden mejor con la comprensión y clarificación de los primeros. Es importante captar y asimilar la dimensión social de la religiosidad y darla el sentido que se merece.
    El educador de la fe no puede prescindir de los hechos comunitarios, por su influencia en la vida: la pertenencia a tal familia explica con frecuencia las actitudes éticas. Los testimonios de los adultos condicionan, por ejemplo, las experiencias sacramentales.
       - Conocer el grupo de pertenencia es una necesidad para acompañar a cada persona que se desarrolla en la fe, en la oración, en las virtudes o en los criterios evangélicos.
       - En cada grupo hay aspectos que deben ser conocidos para valorar la influencia que pueden ejercer en la vida de fe y en las actitudes religiosas.
    Es precisamente el valor de la Sociología como ciencia en General y de la "sociología religiosa" en particular".
     Esto supone determinadas consignas que el educador de la fe no debe perder nunca de vista.
      - La fe religiosa es un valor personal, pero difícilmente se entiende fuera del contexto en el que se da y en el que vive cada persona. No conviene confundir fe con creencia y simpatía con adhesión.
      - Los valores espirituales se encarnan siempre en un contexto humano: fuera de él resultan incomprensibles o al menos no del todo explicables.
      - Los aspectos morales, más que los doctrinales, corren el riesgo de "socializarse" excesivamente y de reducirse a normas y prácticas de  ética. Hay que distinguir en lo posible lo que es espiritual en ellos y lo que es humano.
   - Difícilmente en la práctica hay frontera delimitada entre los que resulta un valor social y lo que se eleva a una riqueza espiritual. En la práctica no conviene hacer excesivas distinciones, aunque en la Teología sea habitual el hacerlas.
      ¿Que distinción puede haber para un niño de primera comunión entre misterio y doctrina, entre oración y plegaria, entre mandamiento divino y tradición humana?